sto está inventado por la Naturaleza, ¡es una sandía! Esta fruta era la reserva líquida para quienes tenían que cruzar el desierto, de hecho, fue así como viajó y se extendió su cultivo desde África, donde la planta aprendió a proteger del sol con sus hojas los frutos redondos y oscuros.
Al abrirla, su pulpa se ofrece roja y apetitosa, y se deshace en la boca como agua escarchada. Los viajeros la llevaron por todo el Mediterráneo cuando todavía no se fabricaban las botellas de plástico que hoy son una plaga. Esta ventaja de los extraordinarios envases podemos encontrarla en todas las frutas, con el añadido de poder elegir diferentes formatos, texturas, colores y sabores a lo largo del año, distintas frutas para las diferentes estaciones.
Cada color y sabor significa una gama distinta de nutrientes. Decía Gerhard Schmidt, músico alemán propulsor de los coros de niños que hoy “el hombre sabe cómo ir a la Luna, ¡pero no sabe realmente lo que ocurre cuando come una galleta!”. Incluso un animal crecido en libertad sabe mejor qué comer. Por instinto, un ratón dejará intacto el montoncito de trigo con herbicida y el pájaro comerá la fruta que está en sazón, mientras algunos científicos se empeñan en referirse a la comida como si fuera carburante para una máquina y algunos padres se guían sólo por la inmediatez y precio del supermercado, sin pararse a pensar a qué contribuye esa poca conciencia. El sabio que aconsejaba “que el alimento sea tu medicina” hoy debería añadir “y tu manera de cuidar el Planeta”.
La sandía, Citrillus lanatus, contiene pocas calorías y un buen surtido de vitaminas A, B1, B2, B3, B6, C, además de fibra, potasio, magnesio, calcio y fósforo. El color de su pulpa, que según variedades irá del rosado al rojo intenso, se debe al licopeno, estudiado por sus efectos antioxidantes y anticancerígenos, así como los efectos benéficos de las semillas, masticarlas es bueno para la salud de la próstata.
Para su cultivo, se requiere una tierra nutrida, calor y agua en su medida, porque si se cultiva en secano y al aire libre será más dulce y vitaminada. El buen agricultor ecológico la cogerá en sazón, cuando la parte que toca con la tierra está más clara y los zarcillos y las dos pequeñas hojas que acompañan al fruto están secos.
El consumidor consciente comprará localmente, y elegirá que pese, que esté turgente, y al golpearla con los nudillos o darle una buena palmada sonará de un modo característico, muy diferente a un fruto todavía verde. Hay que practicar y conocer las diferentes variedades locales. En general es una fruta de gran tamaño, alargada o bien redonda, que puede llegar a pesar sus buenos 10kg. Francisco Sánchez reivindica las sandías grandes, como las que siempre han madurado en su huerta ecológica de La Puebla, en Cartagena, donde las aguas casi salobres les dan un dulzor especial. Pero los clientes europeos se empeñan en pedirle unas sandías más pequeñas y la clientela local, la que entiende y la compra grande y en sazón, todavía es poca para mantener el mercado. “Y justo en el verano, cuando se da la mejor cosecha, los paisanos se van de vacaciones y los que vienen –aunque son más que los que se van–, comen lo que les ponen en los restaurantes”. Y le entiendo, ¡qué pena que los guías turísticos todavía no hablen de estas sandías maravillosas, que tan bien sientan y a tanto bien contribuyen!
La Fertilidad de la Tierra