El tumaqueño que endulzó a Tokio con su cacao

A los 13 años, Gustavo Adolfo Mindineros fue el responsable del sembrado de su familia. Hoy, luego de una vida dedicada al campo, sus barras de chocolate se venden cerca del Palacio Imperial de Japón

El tumaqueño que endulzó a Tokio con su cacao
jueves 10 de septiembre de 2020
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on las 9:00 de la mañana y el sol de Tumaco empieza a sentirse en la piel. Las pocas olas del mar en calma se oyen a lo lejos. Mientras tanto, Gustavo Adolfo Mindineros Belalcázar, un cacaotero tradicional, sale de su finca, en la zona rural de Tumaco, hacia el Aeropuerto La Esmeralda donde acaba de aterrizar una avioneta ATR 42-500 de Satena con 48 pasajeros.

Está nervioso, es la primera vez que estará tanto tiempo lejos de casa. Le esperan 14.232 kilómetros que separan a Tumaco de Tokio, la capital de Japón. Para llegar es necesario tomar tres vuelos: son casi 20 horas de viaje y un océano que separa a las dos ciudades. Será la primera vez que visite la isla. Su cacao, convertido en chocolate gracias a Cacao Hunters, lleva varios años en Japón y se sirve hasta en los mejores restaurantes del país como L’Effervescence, premiado con una estrella Michelin.

Colombia actualmente cuenta con 175.000 hectáreas de cacao sembradas en 422 municipios. En el país se producen cerca de 60.000 toneladas del grano, según cifras de Fedecacao, y los principales países compradores son México, Malasia y Estados Unidos. En el país, cerca de 35.000 familias viven del fruto. De estas, 3.000 trabajan con Cacao Hunters, que compran el 60% de sus granos en el departamento de Nariño.

Pero de Tumaco a Tokio no solo hubo un mar de distancia: también hubo décadas de trabajo. Para Gustavo todo comenzó cuando tenía ocho años. Fue la primera vez que ayudó a su padre a cargar casi 800 árboles de cacao por una trocha llena de barro. Las plantas pesaban alrededor de tres kilos y debían llevarlas a sus espaldas por trayectos de dos horas para sembrar las cuatro hectáreas que tenían en su finca. El proceso de la siembra podía tardar incluso más de tres semanas.

“Desde ese momento empecé a generar una posición más crítica. Siempre dije que esto había que cambiarlo y se debían buscar otras formas para dignificar la siembra”, cuenta Gustavo. Pero entonces no había espacio para quejarse. Su padre siempre le recalcó que si no lo hacían ellos, alguién lo haría en su lugar. Además, ¿de qué otra manera conseguirían los recursos para vivir?

 

Su padre, Adolfo, fue uno de los primeros cacaoteros de Tumaco. Empezó su primera cosecha en 1940, cuando los productores de la zona empezaron a conocer este cultivo. En esa época, la situación para el cacao no era fácil. A pesar de ser un fruto nativo de Latinomérica, muy pocas personas los cultivaban y  solo hasta la década del 70 comenzó un auge del fruto.

En Tumaco los cultivos empezaron a ser cada vez más productivos. En 1977, como si fuera un hijo del grano, nació Gustavo, rodeado de árboles de más de siete metros que adornaban su casa. Creció en medio de los cultivos. Acompañaba a su padre en la siembra y lo ayudaba en el trabajo. A los 13 de años, Gustavo tuvo que tomar las riendas de la finca luego de que, tras sembrar su última hectárea, su padre enfermara.Adolfo falleció cinco años después, en 1995, y con él se fue el sentido que Gustavo le encontraba al cultivo del cacao. Dejó atrás a Tumaco y a su madre para viajar a Cali en búsqueda de oportunidades. Empezó a estudiar Administración en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, gracias a la ayuda de la fundación Tierra Nueva, Vida Nueva. En ocasiones, sin un peso, recorría avenidas enteras a pie para poder moverse de un lugar a otro. Las oportunidades laborales no aparecían y su mente volvía a su padre, a su finca donde Ana María Belalcázar, su madre, escuchaba currulaos.

Al terminar la carrera y “estrellarse con la ciudad”, Gustavo volvió a Tumaco. Se reencontró con el cacao, pero su intención era otra: quería transformar la realidad productiva de sus cosechas. Decidió estudiar todo el proceso en otros lugares para encontrar formas de cambiar la producción.

 

Dejó de traer los árboles desde un vivero, como lo hacía tradicionalmente, y empezó a cultivar las semillas en el campo. Redujo el número de árboles sembrados por hectárea y conformó la Corporación Técnica para el Desarrollo del Pacífico (Cortepaz), un grupo de apoyo técnico con varios productores de la zona para optimizar los procesos en los cultivos.

Su realidad cambió. Empezó a mejorar la calidad de vida para su familia y encontró que las cosas se podían hacer distinto. Las horas que pasaba su padre preparando la tierra para el cultivo podían aprovecharse de otra manera. Fue entonces cuando en 2010 apareció Cacao Hunters, una empresa de Popayán cuya finalidad es dignificar la producción de cacao en el país.

Como pasaba con el café, el cacao que se consumía en Colombia era de muy baja calidad. Esto hacía que el producto no fuera competitivo en el exterior, pues solo suplía la demanda interna que no exigía granos con la mejor calidad. Además, los precios para los productores eran muy volátiles.

Los creadores de Cacao Hunters, Carlos Ignacio Velasco y la japonesa Mayumi Ogata, decidieron ayudar a los cacaoteros del país a mejorar la poscosecha de sus productos, garantizando de esa manera una mejor calidad. Además, empezaron a hacer chocolate con los cacaos que se cultivaban en Tumaco, Arauca y la Sierra Nevada.

La transformación fue notoria: los productores empezaron a obtener ingresos hasta 75 veces más altos desde la llegada de Cacao Hunters y sus productos empezaron a comercializarse en otros lugares. “El contacto con la organización nos ha permitido generar mejores condiciones de vida, pues la cadena de intermediación se ha disminuido”, cuenta Gustavo. El cacao colombiano empezó a tener reconocimiento internacional. En Osaka (Japón), en el 2018, uno de los chocolates de la compañía (Tumaco 53%) fue galardonado como la mejor barra de chocolate con leche en América y Asia. Después de casi 40 años de trabajo, los 14.232 kilómetros que separaban a Gustavo de Tokio empezaban a sentirse más cerca.

En una ciudad de 38 millones de personas, al menos una está comiendo chocolate con sabor a Tumaco. “La primera barra la vendimos en Japón durante la celebración de San Valentín y al año empezamos a vender en Colombia. Esa fue nuestra apuesta: lanzarnos sin miedo", cuenta Carlos Ignacio Velasco, quien reconoce que cumplir las regulaciones de la potencia asiática  fue un reto monumental. "Si lográbamos ser exitosos allá, nuestro producto podía funcionar en cualquier parte del mundo”, pensaba en ese momento.

Esa apuesta llevó a Gustavo a pararse en la pista del Aeropuerto La Esmeralda unos años después. Eran las 10:00 de la mañana, el vuelo estaba por despegar. En ese momento recuerdó a su esposa y a sus hijos. La noche anterior se habían despedido, entre lágrimas y risas. Por primera vez estarían verdaderamente lejos. “Me despedí de la señora, la abracé fuerte y le dije: ‘esto no es una despedida, vamos a buscar nuevos horizontes para convencernos de que lo estamos haciendo bien’”.

Seis horas después, tras la escala en Bogotá, ante sus ojos aparecía Ciudad de México. La ansiedad de pasar por inmigración iba creciendo. “Soy de Tumaco, colombiano y negro. Estaba muerto del susto, haciendo fuerza para que eso no fuera a afectar la tranquilidad del viaje”. Pasaron sin problema. Su sueño de atravesar el pácifico, que tenía desde que leyó por primera vez a Julio Verne, estaba por cumplirse.

“Catorce horas subido en ese pájaro, viendo océano de lado a lado. No lo podía creer. Iba mirando la ruta, quería saber cada punto por el que pasaba el avión, y después me fuí haciendo más consciente de la realidad: ¡iba hacia Tokio!”, recuerda Gustavo, que caminaba de un extremo a otro del avión mientras sentía que el reloj iba cada vez más lento.“Por favor, regresen a sus asientos. Aterrizaremos en Tokio en unos minutos”, escuchó por los parlantes del Boeing 747.

En su ventana, la metrópolis más grande del mundo apareció frente a sus ojos. Era de madrugada y la ciudad estaba cubierta por la nieve. Hacía un frío que sentía en los huesos y la neblina no lo dejaba ver a lo lejos. “Me tocó ponerme el poquito de calor que traía de Tumaco para aguantar”, dice mientras se ríe. No tuvo tiempo para adaptarse. Con la maleta en la mano empezó a recorrer la ciudad en el metro. Desde el aeropuerto de Haneda tomó la línea K y 44 minutos después llegó a la sede de Procolombia, muy cerca de la famosa Torre de Tokio.

Unos días después, rodeado de miles de japoneses que querían probar su chocolate en el stand de Cacao Hunters en los International Chocolate Awards, Gustavo volvió a pensar en su papá. Pasaron 40 años para que los frutos de un sembrado cacaotero de cuatro hectáreas llegaran a Japón, donde los curiosos querían saber la historia detrás de cada bocado de aquel chocolate con sabor a Tumaco.

A la derecha Gustavo sostiene el premio de la barra de chocolate Tumaco53% luego de haber sido premiada como la mejor barra de chocolate con leche de América y Asia. A la izquierda se ve en su viaje a la capital japonsesa. ©Archivo personal Gustavo Adolfo Mindineros

Un par de semanas después, acompañado de Mayumi Ogata, la japonesa que hizo posible que el cacao colombiano llegara a este país, Gustavo volvió a encerrarse en un “pájaro” por 14 horas. En ese vuelo sí durmió. Tenía ganas de recorrer sus sembrados, con árboles salpicados de frutos amarillos, y de volver a ver a sus dos hijos y su esposa.

El viaje de vuelta desde Tokio lo sintió aún más largo. Llegó a Ciudad de México, luego a  Bogotá y, después de una eternidad, a Tumaco. Era una tarde soleada. El viento movía los árboles de un lado para otro. En su casa, el silencio era absoluto hasta que sonó el celular de su esposa, Aura Marleny Ángulo. Cuando oyó su voz, Gustavo le dijo: “Guárdeme un tapao de pescado, por favor. Quiero pescado de Tumaco” .

Al encontrarse, se besaron, y Gustavo puso un currulao de esos que escuchaba con su mamá en la infancia. Por cuatro días, casi sin descanso y a pesar de haber viajado por más de 20 horas, no se despegó de su familia. Les contó cada detalle. “Estaba feliz con el ánimo de los niños, con esa alegría de ellos de poder ir algún día a Japón. Yo les decía, ‘es un sueño que hay que construir y que necesita mucho esfuerzo, disciplina, sacrificio y la convicción de hacer las cosas bien’”, recuerda.

Hoy, años después de su primer viaje a Japón, Gustavo es aún más feliz: en la Estación Central de Tokio, aledaña al Palacio Imperial, Cacao Hunters abrió su primera tienda. Allí, por donde pasan diariamente cerca de 400.000 personas, venden todo tipo de productos a base de Cacao de la Sierra Nevada, Arauca y Tumaco, la tierra que Gustavo no quiere volver a dejar.

 

 

 

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