L
a exportación del cuero del caimán yacaré, que ya fue un gran negocio ilegal, y el turismo de naturaleza reflejan la exuberancia de la fauna del Pantanal, ahora sometida a una masacre por los incendios que se anticipan como los más trágicos de la historia.
En el más extenso humedal del mundo, dos tercios del Pantanal, o 150 000 kilómetros cuadrados, quedan en el centro-oeste de Brasil y el otro tercio se divide entre Bolivia y Paraguay. Corresponde a la parte alta de la cuenca del río Paraguay, cuyas aguas luego engrosan el río de La Plata en Argentina.
Su segundo año consecutivo de sequía provocó una proliferación de incendios en la llanura inundable que en gran parte recuerda el paisaje lunar, con sus incontables lagunas.
“El punto de partida es la impunidad. No hay información de alguien castigado desde 2019 y ese hecho circula entre los hacendados, estimulando nuevas quemas”: Alcides Faria.
De enero a julio los focos de incendios en la parte brasileña del Pantanal sumaron 4218, con un aumento de 186 por ciento sobre igual período de 2019, que ya fue dramático, según datos del Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) en su monitoreo por satélites.
Más grave es que “95 por ciento del área quemada es de vegetación nativa”, lamentó Vinicius Silgueiro, coordinador del núcleo de Geotecnologías del no gubernamental Instituto Centro de Vida (ICV). Y septiembre, al final del estiaje, es siempre el mes más crítico.
Eso indica que en muchos casos se trató de incendios para ampliar pastizales ganaderos que “se salieron del control”, producto de la vegetación más seca que lo usual, explicó por teléfono desde Alta Floresta, en el norte del estado de Mato Grosso, ya en territorio amazónico.
Las lluvias se redujeron a la mitad del promedio histórico en lo que va del año en el Pantanal, indica el monitoreo meteorológico. En consecuencia el nivel del río Paraguay es hoy el más bajo desde los años 60, cuando hubo otra grave sequía.
“Hace años que el período de lluvias se está acortando y las sequías se hicieron más severas en la parte central y suroriental del país”, y los estudios apuntan a la deforestación en la Amazonia como causa, diagnosticó el ICV.
La destrucción forestal, que se acerca a 20 por ciento del bioma amazónico, reduce los “ríos voladores”, es decir el flujo de humedad generada en la gran foresta y trasladada por los vientos a buena parte de América del Sur, incluido el norte de Argentina, según estudios climatológicos.
Pero ese es solo uno de los tres factores del auge de los incendios en el Pantanal, según el ICV. Se suma la expansión de la ganadería, que usa las quemas para renovar los pastizales o expandirlos a nuevas áreas.
Lo constata el hecho de que 86 por ciento de los incendios se originaron en propiedades rurales y 34 por ciento en predios aún no inscritos en el Catastro Ambiental Rural, un registro que busca controlar y responsabilizar actividades agrícolas dañinas.
La ganadería encabeza la deforestación, que ya había alcanzado 16,5 por ciento del Pantanal brasileño el año pasado, según el INPE.
El tercer factor, indicó Silgueiro, es la “seguridad de la impunidad”, ya que pocos delitos ambientales son castigados en Brasil y la inspección se debilitó mucho desde el año pasado por el desmantelamiento del gobierno de Jair Bolsonaro del Instituto Brasileño de Medio Ambiente, la autoridad del sector.
“El punto de partida es la impunidad. No hay información de alguien castigado desde 2019 y ese hecho circula entre los hacendados, estimulando nuevas quemas” que se vuelven incontroladas, denunció Alcides Faria, director ejecutivo de Ecoa Ecología y Acción, una organización no gubernamental fundada en 1989 en Campo Grande, capital del estado de Mato Grosso do Sul, donde se ubica la mayor parte del Pantanal.
Faria coincide con Silgueiro en ese y otros factores climáticos como origen de la reducción de las lluvias y el caudal de los ríos.
Pero el director de Ecoa apunta otras tres causas: la falta de un plan para lidiar con la previsible sequía, la ausencia de coordinación entre los distintos actores, incluso la sociedad y los países que comparten el bioma, y el deterioro de las carreteras que dificulta el combate al fuego.
Ya en 2019 los incendios de agosto y septiembre cubrieron de humo la extensa región fronteriza de Bolivia, Brasil y Paraguay y para este año ya se había pronosticado el agravamiento del desastre.
Pero pese a las alertas no se diseñó una concertación de esfuerzos entre los países que comparten El Pantanal, los dos estados brasileños involucrados -Mato Grosso y Mato Grosso do Sul-, y los órganos responsables. Además no se capacitaron nuevos “brigadistas” bomberos, denunció Faria a IPS por teléfono desde Campo Grande.
El Centro Nacional de Prevención y Combate a los Incendios Forestales (Prevfogo), un sistema que reúne órganos nacionales y locales para la acción, recibió recursos demasiado tarde este año, se quejó.
Desde fines de julio, el gobierno movilizó a militares, helicópteros y aviones para rastrear los incendios, pero su acción es muy limitada, “ante el desastre implantado”, evaluó Faria. Los militares no están capacitados para esa misión, acotó Silgueiro.
El futuro del Pantanal está en riesgo no solo por los incendios, que son coyunturales. Hay presiones permanentes, como las pequeñas centrales hidroeléctricas que se construyen en los ríos afluentes, que restan agua, y los planes de ampliación de hidrovías, que tienden a acelerar el flujo del río Paraguay aguas abajo, destacó Faria.
“Además es grave el avance del cultivo de soja, que ya ocupa tierras a menos de 200 metros de altitud y se acerca del corazón del Pantanal, promueve deforestación, contamina el agua con venenos agrícolas y acelera la sedimentación de los ríos”, sostuvo.
La hidrovía del río Paraguay “podría destruir el Pantanal” si se concreta el pretendido dragado para hacerla navegable todo el año.
Por ahora opera en las crecidas del río, como hace la compañía brasileña Vale, la mayor exportadora mundial de hierro, que aprovecha el curso fluvial para transportar su producción de la mina Urucum, en Corumbá, ciudad portuaria en la frontera brasileña con Bolivia.
“El futuro es preocupante”, porque además de la emergencia climática, “el Pantanal no es un ecosistema resiliente a tantos incendios, con impactos prolongados sobre su fauna y flora”, acotó Silgueiro.
“Los animales están perdidos, si no muertos” en las áreas afectadas, que además “era época de reproducción de las aves”, observó.
Una especie que justifica los temores es la arara azul (Anodorhynchus hyacinthinus), como se conoce en Brasil al guacamayo jacinto, amenazada de extinción, debido al tráfico atraído por la belleza de esta ave, y que tiene en el Pantanal un importante centro de conservación y estudios, el Instituto Arara Azul.
Hábitat de gran biodiversidad, el humedal tiene por lo menos 4700 especies animales y vegetales, que atraen numerosos turistas amantes de la naturaleza. En el pasado fue conocido por su gran concentración del Caimán yacare, su nombre científico, también conocido como el yacaré del Pantanal, que durante siglos fue cazado para abastecer el mercado internacional de cueros especiales.
Una ley prohibió su caza en 1967, pero su tráfico ilegal se mantuvo intenso hasta los años 80, cuando comenzó el manejo de los yacarés y luego de sus crías para aprovechamiento del cuero y la carne.
Pero entonces el Pantanal se convirtió en gran atracción turística para brasileños y extranjeros, por su diversidad de mamíferos, aves, réptiles y peces, en un paisaje netamente hídrico.
IPS Noticias