Huerta en casa: cómo cultivar verduras de hoja

Lechugas, rúculas, espinacas, escarolas o acelgas son ideales para empezar con la huerta hogareña en cualquier estación y en el lugar donde vivas

Huerta en casa: cómo cultivar verduras de hoja

Las plantas son los únicos seres vivos capaces de producir su propio alimento a partir de sustancias sencillas, captando y utilizando la energía del sol. Este proceso se realiza principalmente en las hojas, ellas son las verdaderas fábricas del alimento de las plantas.

 

Comenzando a cultivar

En la huerta en casa, el desafío inicial que te proponemos es que arranques con las verduras de hoja. Lechugas, rúculas, espinacas, escarolas o acelgas son ideales para empezar en todas las estaciones. ¡Hay verduras de hoja ideales para cada clima! Dependiendo de la textura, unas se consumen crudas en ensaladas y otras- algo más duras- es recomendable que tengan una cocción previa, como las acelgas.

La rúcula viene ganando fanáticos con su aporte levemente picante y crujiente en las ensaladas, incluso reemplazando a la albahaca en salsas tipo pesto. La espinaca, al cultivarla en casa, da la posibilidad de incorporar las hojas jóvenes crudas en ensaladas.

Además de las “hojas tradicionales”, han llegado de Oriente un grupo de “mostazas de hoja”: Mibuna, Mizuna, Komatsuna y la Mostaza roja se comen en forma de brotes, de “hojas baby” y de hojas maduras. El Pack Choi (la acelga china) y el Hakusay ya se ven en la mayoría de las verdulerías, y sus semillas se consiguen en los viveros y en el Barrio Chino de Buenos Aires.

 

La hoja predilecta

En nuestro país, la lechuga es la reina de la huerta familiar. De norte a sur y de este a oeste, hay posibilidades de cultivo de sus diferentes variedades. Si bien la podemos sembrar durante todo el año, su momento cumbre es la temporada de otoño-invierno. En los meses más cálidos, para disfrutar de hojas crujientes y jugosas, tendremos que hacer algunas estrategias para protegerlas del fuerte sol estival. Su nombre científico es Lactuca sativa, y alude al líquido lechoso que desprende la planta al ser cortada. En la verdulería, hay distintas variedades con nombres populares: la “Criolla”, la “Mantecosa”, la “Capuchina o Arrepollada” y la “Francesa”. Cultivar nuestras propias lechugas nos abre un abanico de posibilidades y experiencias gastronómicas. Infinitos colores, sabores y texturas. Algunas con hojas similares a las de los robles, colores tostados, morados y gamas del verde desde muy claros hasta casi negros.

El aporte de compost no solo contribuirá con nutrientes, materia orgánica y humedad sino también con una nueva colonia de microorganismos saludables.

Para cosechar durante todo el otoño e invierno, se siembra desde mediados de febrero cada 15 días unas pocas semillas en forma escalonada. Es posible optar por diferentes caminos: hacer un almácigo en algún tipo de bandeja (las especiales para siembra que se venden en los viveros), o en pequeños contenedores reciclados caseros. En ambos casos se rellenan con un sustrato suelto, y se coloca una semilla por celda. Cuando la plantita tenga cuatro hojas, se la trasplanta en el cantero o en una maceta que tenga una profundidad mínima de 30 centímetros y a una distancia de 25 centímetros entre las plantitas. Inicialmente habrá mucho espacio vacío, pero un par de semanas después ya se verán los resultados. La variedad “Grand rapids de corte” es la perfecta para el huertero ansioso y primerizo, ya que a los 30 días es posible cosechar las primeras hojas.

También puede sembrarse en línea directamente en el suelo o en la maceta definitiva. Esta técnica lleva a realizar un entresacado de plantas jóvenes (llamado técnicamente “raleo”), para que cada planta tenga su espacio vital de crecimiento.

Las lechugas pueden cultivarse a pleno sol o a media sombra. Es conveniente que no les falte agua para lograr un buen desarrollo. Luego de pasados dos o tres meses, según la variedad y las condiciones climáticas y de cultivo, ya se podrá cosechar y disfrutar de las primeras ensaladas de hoja “nacidas en casa”.

 

 

¡Chau verano, hola otoño!

Las plantas poseen, de forma natural, efectivos mecanismos de defensa para luchar contra las adversidades. Pero ante condiciones de estrés como la falta o el exceso de riego o de nutrientes en el suelo, estas defensas se debilitan. Es la oportunidad que esperan plagas y enfermedades para atacarlas. “Las plagas respetan a la planta sana”, dice una de las máximas en el control natural de plagas. Por esta razón, es importante tomar medidas preventivas al inicio del otoño.

Las consecuencias del verano no se ven reflejadas tanto en las hojas, sino bajo tierra, en las raíces. Cuando las plantas se desarrollan en un suelo saludable son colonizadas por hongos y bacterias que en general tienen un efecto benéfico, similar a nuestra flora intestinal. Hay excepciones, pero en general estas asociaciones favorecen a las plantas.

Cuando cultivamos en macetas, en un balcón o una terraza, un par de días sin riego en pleno verano puede ser muy duro para las plantas y para la salud del sustrato que se convierte literalmente en un ladrillo. Una vez que tomates, berenjenas, zapallitos y otros cultivos de verano terminaron su ciclo es conveniente retirar las plantas, airear y mejorar la mezcla de sustratos con un aporte de compost que contribuirá no solo con nutrientes, materia orgánica y humedad sino también con una nueva colonia de microorganismos saludables. Si tenemos la huerta directamente en el suelo, retiramos las plantas ya agotadas, aflojamos y aireamos el suelo y aplicamos una capa de 2 centímetros de compost en toda la superficie. Ya está el suelo listo para recibir los nuevos cultivos de temporada.

 

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