La idea surgió cuando el ex coronel UDI estaba fuera de la política. Y cuando -supuestamente- no tenía planes de volver. Fue en marzo de 2019, en una de tantas conversaciones entre Pablo Longueira, su mujer Cecilia Brinkmann y sus siete hijos, cuando comenzaron a tirar los primeros trazos para un emprendimiento familiar. Un centro de eventos en Paine, un stripcenter, un proyecto inmobiliario en el sur estuvieron sobre la mesa.También, la elaboración de un sustrato a partir del residuo que se obtiene en el cultivo de los champiñones y el traslado de árboles adultos.
Tomás (36), entonces gerente general de la corredora MCC, armó un excel con distintas pestañas, una para cada negocio, y las comenzó a rellenar y pimponear con Alejandro (32), ingeniero comercial -en ese entonces en Tanner-, y Cristián (30), estudiante de MBA en Londres.
Después de un exhaustivo análisis, dicen, decidieron lanzarse con tres: el sustrato, un vivero y el rescate de árboles a través de maquinaria especializada. "Mi papá quería crear la máquina, y en eso nos cruzamos con la tecnología canadiense y optamos por traernos la representación", relata Tomás.
El acuerdo con el fabricante Dutchman lo cerró Pablo Longueira personalmente en Canadá justo antes de que explotara la pandemia. A su regreso, con las planillas a mano, Pablo y Tomás se acercaron al BCI a pedir financiamiento. Con el crédito aprobado y la línea de leasing abierta, mandaron las órdenes de compra a Dutchman Industries en Canadá, y a Ritorna Medio Ambiente en España para la fabricación del compost.
Compraron una parcela que tenían promesada en Villarrica y “nos tiramos a la piscina”, cuenta Tomás, quien renunció a MCC en septiembre de 2019 para dedicarse 100% al emprendimiento. La promesa era que apenas hubiera ingresos para pagarle un sueldo, Alejandro se sumaría.
El estallido social y la pandemia postergaron todas proyecciones. Las máquinas se retrasaron en llegar y los proyectos se pausaron. “Mi papá es soñador-optimista, siempre ha creído que va a resultar. Yo soy más cable a tierra”, cuenta el segundo del clan. En mayo de 2020 Dutchman emitió su primera factura por compost por $570 mil.
Pese a que los números aún no daban, Alejandro -que esperaba independizarse recién en septiembre de 2021- tuvo que entrar a full a la empresa en octubre de 2020. Pablo Longueira en una entrevista en El Mercurio había anunciado no solo su regreso a la política, sino además su interés por ser el nuevo presidente de la UDI.
“Mi viejo que estaba súper metido en el negocio, se salió abruptamente”, recuerda Tomás. “Dan lo mismo los flujos, necesito tu ayuda”, le dijo a su hermano.
Ahora, frente al Zoom Tomás reconoce: “Si bien lo tomamos como un acto de generosidad de volver a un tema que nadie quería que volviera, fue fome. Al fin estábamos logrando armar nuestro proyecto en conjunto, después de haber analizado muchos otros negocios por años. Y de nuevo se cruza la política”.
Los hermanos cuentan que por primera vez este mes cubrirán los costos ($ 50 millones) de la empresa.
Bajo el paraguas de Dutchman reúnen cuatro líneas de negocio: la elaboración del sustrato, Paisajismo 4 estaciones -a cargo de Cecilia Brinkmann-, viveros en Paine y Villarrica con más de medio millón de árboles nativos y ornamentales en engorda -en el terreno que se pensó inicialmente para desarrollo inmobiliario- y el movimiento de árboles adultos con maquinaria especializada.
A la fecha tienen 4.500 especies comprometidas para ser trasladadas. “Son alianzas con terceros de personas que quieren evitar las talas y nos dan plazos para comercializarlos. Algunos son a 12 meses plazo, otros a 4-5 años de proyectos de bodegaje de terrenos inmobiliarios”, explica Alejandro.
Existe un chat de los tres hermanos y el ex candidato presidencial para hablar del negocio. Ellos, además del abogado Rafael Loyola, componen el directorio, que se reúne virtualmente todas las semanas, con Cristián desde Reino Unido y Pablo desde Villarrica. Aunque en estrictor rigor, dicen los hijos, la oficina de su progenitor está en el auto. “Vive movíéndose de un lado a otro”, explican. “Mi papá es la cabeza que mira en el largo plazo, y se preocupa de cómo va el barco. Nosotros también, pero bajamos a la sala de máquinas para ver que el barco sea más eficiente. Nos preocupamos desde el logo de la bolsa, hasta todos los detalles del camión, y la seguridad”, explica Tomás. Cuenta que el domingo les entraron a robar por tercera vez al centro de distribución en Paine, donde tienen toda la maquinaria. “Eso ha sido muy desgastante”, dice.
El resto del equipo, aunque desde afuera, lo conforman otros hermanos Longueira Brinckmann: Juan Pablo (38) -asesor de Alfredo Moreno- los ayuda en las comunicaciones y la pata legal, y Matías (23) en la toma gráfica de las arboledas.
Por estos días, cuentan, están tramitando la certificación de empresa B. “Más allá del contexto político puntual que vive Chile hoy, creemos que hay una atmósfera mucho más potente, tanto en el país como en el mundo, de respeto y cuidado al medioambiente y de valorar los años que hay en la naturaleza”, dice Tomás.
Alejandro agrega: “Pese a que nos hemos tenido que bajar y re-bajar los sueldos, tenemos empuje de emprendedores. Dutchman ha sido difícil porque ha vivido dos crisis: las deudas empezaron a correr y no llegaban los barcos con las máquinas; los técnicos de España no vinieron porque tenían que hacer cuarentena acá y allá, entonces tuvimos que aprender todo nosotros, pero ya logramos alcanzar nuestro punto de equilibrio y de ahí para arriba es solo crecer”. “Lo único que tengo claro, es que no me voy a volver a emplear”, asegura.
Pablo Longueira, después de su fallido regreso a la política, destina un tercio de su tiempo a Dutchman. El resto lo divide entre negocios inmobiliarios, mineros y asesorías estratégicas.
Estuvo en Campos de Hielo Sur, donde está impulsando un proyecto de turismo de soberanía.
Si bien aún está en pañales, la idea es desarrollar una especie de villa en Candelario Mancilla, para que ese lugar en el límite con Argentina -donde hoy solo hay una comisaría en la que vive una familia- se convierta en una fuente turística chilena, de modo que los viajes a la Carretera Austral no terminen en Villa O’Higgins, sino que crucen hasta allá para marcar presencia.
Para eso estaría conversando la compra de un paño junto a un grupo de personas, para que una fundación o una sociedad anónima -u otra figura jurídica por definir- se encargue del desarrollo y así de la protección limítrofe.
DF MAS