De todo ámbito y de toda persona se pueden aprender cosas todo el tiempo. El punto es extrapolarlas en la forma más adecuada posible. En este sentido, un tiempo atrás escuché a un instructor de vuelo en planeadores que explicó que, para realizar la actividad, hay grandes marcos o ventanas que, a modo de mamushkas, se van conteniendo unos a otros y que cuando una de estas ventanas excede a la precedente en importancia, lo mejor ese día es no subirse al avión.
Esas ventanas son tres: la climatológica, que contiene a la de la aptitud técnica de la nave a utilizar, y que a su vez contiene a la del estado físico y anímico del piloto. Si no están alineadas correctamente, el resultado es la corrección, que en este caso significa un tremendo palazo contra la Tierra.
Este criterio puede extrapolarse a los mercados agrícolas y de alimentos que se mueven con similares características, con la ventana climática ambiental que sigue siendo sin duda alguna la más importante y la que determina la oferta potencial de un producto. Dentro de esta, se encuentra la ventana de los tipos de cambio: la capacidad de pago de los consumidores de cada uno de los países respecto al dólar estadounidense.
La ventana que le sigue, en mi humilde opinión, es la eficiencia de cada país en toda su cadena logística, sea de exportación o de importación. En este punto entran los costos internos, eficiencia portuaria de despacho, cargas impositivas y otros valores que indicen en el traslado de un contenedor.
Y así como en un planeador un desajuste entre las ventanas lleva a un accidente, en los mercados este desajuste lleva a una corrección, que será por precio o por volumen vendido, pero ajuste al fin. Para reflejarlo de mejor manera, imaginemos que estas ventanas tienen un tamaño determinado, pero tienen movilidad ascendente o descendente y eso se refleja en un precio que el mercado asume. Ahora bien, cada una de ellas tienen movimientos independientes entre sí.
En la medida que todas tengan un movimiento parejo, ascendente o descendente, el mercado ira evolucionando hacia un lado u otro, pero sin sobresaltos. El problema surge cuando los marcos de las ventanas se empiezan a desalinear y se sobrepasan unos a los otros. En el planeador sobreviene el accidente. En el mercado de los alimentos, los ajustes más duros y violentos que serán por precio o volumen, donde podemos encontrar productos con precios al alza y volúmenes tendiendo a la baja en forma muy pronunciada.
Climática. Se la conoce también como el mercado climático y se ubica en la región más importante en términos productivos para un determinado momento y cultivo dado. En estos días, por ejemplo, el foco está en el Hemisferio Norte, puntualmente, en Estados Unidos y Canadá. Hacia fines de abril, esta ventana era sumamente alcista, pero los pronósticos de la semana pasada marcaron un punto de inflexión: ya no se observa una situación tan extrema, lo que significa que el éxito o fracaso productivo dependerá más de otros aspecto del manejo agronómico. En el caso de los cultivos especiales, comienzan a tener importancia estados como Texas para el algodón o Michigan y Montana para las legumbres.
Cambiaria. El marco general vinculado a los tipos de cambio está dado por el llamado Dólar Índex, que se encuentra estabilizado en el rango de 89 a 90. Su punto más bajo de los últimos 20 años fue en mayo del 2008 con un valor de 73, lo que se repitió en abril del 2011, para luego moverse en torno a los 80 puntos hasta junio del 2014. A partir de entonces, comenzó un ciclo ascendente que tuvo un máximo en noviembre de 2016, con un valor de 110, para mantenerse en valores promedios de 95 hasta abril del 2020 donde la inyección de estímulos puestos sobre la mesa por la administración de Donald Trump, debido a la irrupción del COVID, dio comienzo a un nuevo ciclo bajista. Dentro de esta ventana marco se mueven las monedas de los países como Argentina, que tratamos de comercializar nuestros productos con otras naciones, en un contexto global con un común denominador: la necesidad de ingerir alimentos. Pero da la casualidad de que, salvo China, en los últimos 10 años los países cuyas divisas forman el Dólar Índex son los más ricos, pero con menor población respecto del resto.
¿El resultado? Cuando el dólar estadounidense perdió valor relativo, entre 2008 y 2014, la mayoría de las monedas del planeta se revaluaron contra esa divisa. Por el contrario, cuando se dio el movimiento inverso, la mayoría se devaluó. Pero sobrevino el desastre del Covid, la pandemia y las cuarentenas. Así, si vemos en el último año la evolución de las monedas de los países más importantes del planeta contra el dólar estadounidense –el Euro, el Yuan, la Libra Esterlina, el Dólar Canadiense y el Dólar Australiano– todas se revaluaron entre un 10 por ciento y 15 por ciento. Solo el Yen japonés no sufrió cambios relativos. Ya a mediados del 2020 sabían que podían obtener la vacuna y los mercados comenzaron a actuar en consecuencia.
Pero si tomamos las monedas de los países del resto del mundo, por ejemplo, en Latinoamérica lo que se observa es que, salvo el peso mexicano que copió en su revaluación a los países desarrollados, Brasil y Colombia están cerca del cero por ciento y Perú tuvo una devaluación del 10 por ciento. Esto implica que todo producto que le queramos vender al mundo, no va a ser tan fácil cambiarle el precio. De nuevo la metáfora de las ventanas: ocurrirá porque las ventanas mencionadas traccionan hacia arriba, pero los marcos de unas y de otras se tocan por la parte inferior de las mismas.
En el resto del mundo sucede lo mismo o peor. En la zona del Mar Mediterráneo, Argelia devaluó cuatro por ciento y Turquía, 22 por ciento. Es decir, los marcos de las ventanas directamente están desalineados y la espera de la corrección alcista va a ser un poco mayor. En Asia, en tanto, acompañaron más al dólar, con revaluaciones de hasta el cinco por ciento: aquí pesa más la necesidad del producto y un poco menos el precio; es decir, importa más tener la mercadería que lo que vale.
Bajo este panorama, y con campañas de vacunación que avanzan cada vez más rápido, lo que se observa en general es que los productos oleaginosos –en particular, la soja– son los que están marcando el ritmo de precios. Y el maíz le sigue de cerca luego de que irrumpiera China como el mayor importador mundial.
Y aunque dejaron de crecer a la velocidad que venían, la ventana climática puede dar un nuevo impulso y provocar un desajuste importante.
En cuanto a los cultivos especiales, lo esperable es que el mercado tienda hacia una ecualización de precios con aquellos cultivos que compiten por el uso del suelo. La clave es a qué velocidad sucederá esto. La historia, con mercados de ventanas alineadas, marca un delay de cuatro a seis meses. Pero esta vez recién ahora las ventanas comienzan a ordenarse.
Por lo tanto, aquellos productos cuyos destinos comerciales principales sean Latinoamérica, van a estar dentro de una permanente puja. Sin duda con factores alcistas, pero no al ritmo que imponen cultivos como la soja o el maíz. Del otro lado, los más complicados son aquellos que dependen en parte del consumo en el área del Mar Mediterráneo no europeo. Ahí la convalidación de mayores valores va a estar decididamente discutida y los volúmenes se podrán ver afectados, por lo menos en lo que se refiere a ventas in advance o en forma anticipadas a la cosecha.
Finalmente, la mejor perspectiva está en los productos cuyo destino principal sea Asia, tanto central como el sudeste. Las cosas van a ocurrir, pero a diferentes tiempos, hasta que las ventanas, como las mamushkas, estén definitivamente ordenadas y unas quepan dentro de otras sin forzar nada.
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