Bioetanol, un ejemplo paradigmático del valor agregado de la agroindustria

Con el impulso de su producción agrícola, Córdoba genera el 70% de este combustible renovable a base de maíz, que se mezcla con las naftas

Bioetanol, un ejemplo paradigmático del valor agregado de la agroindustria

Plantas modelo 

De las 5 grandes productoras de bioetanol a base de maíz, 3 están radicadas en Córdoba, como la de la imagen, ubicada en Río Cuarto.

La producción cordobesa se destaca, además de liderar los volúmenes agrícolas, por el grado de procesamiento que se le da allí a los granos. La tan mentada industrialización rural en origen, con valor agregado, en la provincia mediterránea no se quedó en las teorías ni en los relatos.

Tal como señala Héctor Huergo en el editorial de esta edición especial, hubo gente, personas de carne y hueso, que lideraron desarrollos de proyección mundial. No sólo fueron protagonistas los empresarios privados, también descollaron algunos referentes estatales.

No debe soslayarse en ese sentido a Mario Bragachini, ingeniero agrónomo fallecido tempranamente en marzo de 2019, un cordobés que en realidad fue un faro desde el INTA Manfredi para todo el país: evangelizó durante décadas y logró ser un profeta en su tierra. Es un ejemplo que debe destacarse a la hora de interpretar este momento cordobés, porque los procesos no son de un día para otro ni se generan sin el impulso de seres humanos con un aura especial, como la que tenía el Tano como pocos.

En ese sentido, una actividad emblema de la transformación de los “bienes primarios” en manufacturas es la generación de bioetanol, que además incluye los subproductos: CO2, vinaza, burlanda, aceite de maíz y últimamente hasta alcohol, que mezclado con gel (glicerina, subproducto del biodiesel de soja) brinda un herramienta sanitizante clave para enfrentar el coronavirus. La historia cordobesa con este biocombustible a base de maíz es potente, pero no tan lejana en el tiempo: una gran trayectoria de sólo una década. Y las bases se plantaron en menos de 2 años, entre comienzos de 2012 y finales de 2013, cuando se invirtieron 340 millones de dólares.

 

 

Un grupo de productores rurales fueron la semilla- valga la metáfora- de la producción de bioetanol en base a maíz, en Córdoba y a nivel país: se asociaron confiados en la ley nacional 26.093 que prometía impulsar las energías sustentables y el cuidado del medio ambiente. Ahora esa normativa está en discusión, y hay serios riesgos de que se afecten las inversiones, los empleos y hasta el aire que respiramos (el bioetanol reduce un 72% los gases de efecto invernadero (GEI) respecto de las naftas que reemplaza.

Los pioneros fueron los fundadores de la empresa Bio 4, en Río Cuarto, que juntaron 40 millones de dólares para construir una planta con una capacidad de elaboración de 80 millones de litros anuales.

En enero de 2013, la sociedad entre Aceitera General Deheza y Bunge invirtió 170 millones de dólares en Promaíz, un complejo industrial ubicado en Alejandro Roca (departamento Juárez Celman), con una capacidad para producir 140 millones de litros de etanol por año.

Meses después, en Villa María, la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) concretó un desembolso de 130 millones de dólares en la construcción de su planta (ACA Bio), con la intención inicial de proveer al mercado doméstico de 125 millones de litros.

Luego de ese empuje inicial, entre 2014 y 2018, la producción bioetanolera cordobesa se triplicó: pasó de 114 millones de litros en 2013 a 390 millones de litros, según datos de la Secretaría de Energía de la Nación.

Las inversiones continuaron y la capacidad de elaboración lograda convirtieron a Córdoba en la principal productora de bioetanol del país. Aunque también hay una planta similar en San Luis y otra en Santa Fe, más 6 mini destilerías (3 en Córdoba, 2 en Santiago del Estero y 1 en San Luis).

Hoy el aporte socioeconómico y ambiental de la cadena de bioetanol de maíz (de la cual Córdoba explica el 70%) suma casi 5.000 empleos, una producción de 573.938 metros cúbicos de biocombustible, para un aporte tributario de 113 millones de dólares, entre otros números elocuentes.

La Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA) brinda esos datos y pondera que la producción de biocombustibles fomenta la diversificación de la matriz energética, el agregado de valor a la producción primaria, la sustitución de importaciones de hidrocarburos, el impulso al desarrollo regional y la generación de empleo, entre otros impactos”. Así, las contribuciones impositivas, económicas y sociales derivadas de la cadena de valor del bioetanol de maíz son importantes en términos de desarrollo local, regional y nacional. En un contexto donde la industria atravesó congelamiento de precios, periodos inflacionarios, diferencias de precios con los bienes sustitutos, ganancias afectadas negativamente por la devaluación, y en el último periodo la crisis más importante que le tocó atravesar al mundo como es la pandemia, la industria del bioetanol de maíz sigue persiguiendo incrementos en la eficiencia y competitividad, y realizando aportes crecientes desde sus inicios.

Desde FADA asumen que “en diversas ocasiones se destaca que el Estado obtiene un balance fiscal negativo por la exención a la industria del bioetanol del ICL y ICO2. Sin embargo, la resignación de recursos del Estado se compensa con creces por medio de los diversos aportes que la cadena de bioetanol de maíz realiza al país”.

Y suman otros datos a los ya señalados: ahorro de divisas vía sustitución de importaciones de naftas (USD 199 millones), inversiones proyectadas para 2021-2022 (USD 69 millones), masa salarial volcada en regiones del interior del país (USD 37 millones), agregado de valor del maíz en regiones cercanas donde se localizan las plantas (USD 37 millones), innovación e implementación de tecnología de punta.

Los beneficios sobre el ambiente y la sociedad en su conjunto a través de la reducción del 72% de emisiones de GEI por la producción y uso de bioetanol de maíz respecto a la nafta, se valúan en USD 23 millones.

Los aportes de la cadena tienen mayor impacto en la medida que se respeta la actualización de precios, ya que esto representa un incentivo al incremento de la producción. En momentos previos a la pandemia, durante el año 2019, la industria argentina de bioetanol de maíz estuvo operando al 78% de su capacidad, cumpliendo con el 100% del cupo otorgado (6% de mezclas con naftas, mismo porcentaje que por ahora tiene asignado el bioetanol de caña de azúcar con base en el NOA). Con las inversiones realizadas, la industria del bioetanol cuenta con una capacidad instalada de 862.719 m3.

“Un caso de referencia para el sector –consideran en FADA- es Brasil que luego de varios años de mercado regulado se consolida como una industria madura, con el esquema más avanzado en el mundo en cuanto a la participación de bioetanol en el combustible, alcanzando un corte de 27%, y contando con vehículos flex fuel”.

En el marco de discusión por una nueva ley para los biocombustibles, los aumentos en el corte con las naftas vislumbrarían un futuro promisorio para la industria del bioetanol y para el país en su conjunto, con necesarias políticas públicas que brinden previsibilidad y fortalezcan los aportes de la cadena, con el fin de que esta industria crezca cada vez a mayor velocidad, pudiendo seguir los ejemplos de países como Brasil y Estados Unidos.

En estos países, la industria del bioetanol con el acompañamiento de las políticas públicas de fomento adecuadas, ha logrado crecer y posicionarse explotando su potencial para abastecer el mercado interno, sustituir importaciones y contar con oferta exportable. Pero lamentablemente, las tratativas en Diputados indican que la Argentina no tiene ese rumbo.

 

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