Desde 1994, Luis y Francisco Casajús se dedican a la aviación agrícola en La Carlota, Córdoba. Apasionados por el rubro, recuerdan cómo comenzaron su trayecto en la actividad, luego de cerrar un emprendimiento gastronómico.
“Siendo piloto privado desde 1986, en 1994 mi papá comenzó con la aviación agrícola como actividad profesional. Hasta el momento nos dedicábamos al rubro gastronómico, aunque el negocio se había estancado. Buscando nuevas alternativas, compramos un Cessna 180 adaptado para pulverizar, totalmente financiado”, rememora Francisco Casajús.
Su camino por los aires, arrancó en una empresa ya presente en la localidad, cuando el más joven de los aviadores tenía solo 15 años. “En ese momento, le daba una mano a mi papá desde la tierra. Al poco tiempo, de forma autónoma, empezamos a tomar clientes propios. Luego, cambiamos el avión por un Bravo y en el año 2000 comencé a volar yo también”, narra.
En aquel entonces, Francisco Casajús ya contaba con la licencia de piloto comercial. Más adelante, obtuvo la de aero-aplicador. Después, el dúo adquirió un segundo Bravo, con el que trabajó cuatro años más. En 2004, incorporó un Air Tractor 402, con el que pudo desempeñar sus labores en más de 35.000 hectáreas.
“Terminamos descartando los Air Tractor por su precio. Era imposible para nosotros. De todas formas, la superficie que trabajábamos ya justificaba tener, de por sí, una máquina de ese porte”, detalla Francisco Casajús.
Sin embargo, la compra de ese avión se produjo casi de casualidad, ya que Jack Frost, representante estadounidense de dicha compañía, pasó por La Carlota durante un tour. Como necesitaba hablar con alguien para interiorizarse sobre aquello que veía, se puso a conversar con los Casajús sobre la agro aviación. Debido a que Francisco venía de realizar una pasantía de seis meses en California, donde trabajó en un restaurante, contaba con cierta fluidez para comunicarse con el empresario.
A lo largo de esa conversación, Frost les ofreció el avión que buscaban con importantes descuentos y un buen plan de financiación. En base a lo comentado por padre e hijo, el negocio de la aeroaplicación es muy personal, ya que cada uno de los actores del sector lo realiza en función de sus propios números.
“Por este motivo, hay quienes prefieren tener dos aviones más chicos, aunque nosotros apostamos por este tipo de máquina. Actualmente estamos haciendo la gestión para incorporar el tercer equipo”, explican los aeroaplicadores.
Según cuentan, el trabajo con los aviones se realiza observando la siembra aérea en alza, desarrollando la pulverización con ciertos altibajos a raíz del clima. En la labranza, la época de labores arranca en marzo y concluye en mayo. Luego, los maíces tardíos se entregan para la cosecha, período en el que surgen las demandas de invierno.
Las pulverizaciones inician en septiembre u octubre, dependiendo de cómo venga el año. Más adelante, se ejecutan ciertos trabajos puntuales. “En realidad, nuestro fuerte es la cosecha de soja y maíz a partir de la segunda quincena de enero, febrero y marzo”, señala Francisco Casajús.
Para cuidar el medioambiente, los aviones de pulverización de los Casajús van entregando las gotas de manera extremadamente uniforme. En función de ello, se utilizan equipos de aspersión rotativos que se fabrican en la Argentina y boquillas de abanico plano, según la aplicación, con control de flujo, unidad de restricción de distribución variable en cada atomizador, y sistema de corte por válvula de retención a diafragma y cierre secundario interno.
Los atomizadores poseen tres paletas de paso regulable, que brindan velocidades variables desde 2.000 a 10.000 rpm, con tamaño de gotas desde 60 a 750 micrones de diámetro volumétrico medio. Por otra parte, también es importante la protección de la gota de aplicación desde que sale del pico del aspersor hasta que llega al objetivo, a través del uso de coadyuvantes como antievaporantes y tensioactivos. Esto produce que baje la tensión del suministro, a fin de que se aplane cuando toma contacto con su propósito.
Finalmente se mide la aplicación con tarjetas hidro-sensibles, verificando el tamaño de gota logrado, que se encuentra siempre en función del tratamiento y sus condiciones. Lo cierto es que los Casajús aseguran que su actividad depende del clima al igual que la de los productores.
En base a las condiciones de trabajo y logística, la superficie a realizar en una jornada puede ser de más o menos 400-500 hectáreas en un día completo bajo siembra. Vale remarcar que las ventajas de las labores en avión incluyen alta capacidad y la posibilidad de acceder a lugares impensados.