a alcanzado la categoría de fruta básica por su variedad y cantidad de vitaminas, minerales y fitoquímicos que promueven la salud.
El kiwi tiene su origen en los bosques de ribera del río Changjiang, al noreste de China. Allí se consumían variedades silvestres hace siglos, pero se cultivaban solo a pequeña escala porque no se consideraban productivas ni fáciles de recoger.
Uno de sus nombres era "melocotón de los monos", porque la planta enredadera ascendía hasta las copas de los árboles.
Quienes domesticaron y mejoraron la fruta fueron los neozelandeses. Una misionera británica llevó la semilla a la isla en 1904. Jardineros y agricultores fueron seleccionando las plantas y en la década de 1950 comenzaron a exportar su descubrimiento, al que aún llamaban "uva espina china".
El nombre actual, por el que se conoce a la fruta en todo el planeta, fue idea de un distribuidor de alimentos en los Estados Unidos. Jack Turner vio que aquel fruto peludo y tosco por fuera pero de interior bello podía ser un negocio y le buscó una denominación más atractiva.
Eligió "kiwi", término maorí para un pájaro pequeño, que no vuela, de pico curvo, cuerpo redondeado y traje de plumas finísimas, que guarda algún parecido con la fruta y al piar dice su nombre. El pájaro era el símbolo de Nueva Zelanda y su nombre designa hoy a la fruta y a los propios neozelandeses.
La especial composición nutricional del kiwi explica sus múltiples efectos positivos sobre el organismo.
Es muy rico en sustancias antioxidantes como clorofilas, carotenos y otros compuestos de esta familia, como las xantofilas o la luteína; después del maíz, es la mejor fuente vegetal.
Estas sustancias y otras muchas, llamadas compuestos fenólicos, se potencian entre sí y hacen que esta fruta sea una garantía de salud ante enfermedades relacionadas con el envejecimiento celular como el cáncer, los trastornos cardiovasculares, la obesidad, la diabetes o algunas dolencias de la vista, como las cataratas y la degeneración macular.
Un estudio realizado por el Dr. Andrew Collins del Rowett Research Institute de Aberdeen (Escocia) ha comprobado que, en el caso del cáncer, protege de doble forma: por un lado limita los daños oxidativos que se pueden producir en el ADN celular y, por otro, estimula la reparación de los daños ya producidos, lo cual es perceptible incluso con el consumo de una sola pieza al día.
Un estudio de la Universidad de Oslo (Noruega) revela que tomar de 2 a 3 kiwis diarios de forma regular fluidifica la sangre, reduce la agregación plaquetaria y mejora los niveles de colesterol. Estos efectos se hicieron patentes incluso tomando una única pieza al día.
Por otra parte, el kiwi es una fruta rica en potasio (295 mg / 100 g) que favorece la eliminación de líquidos y equilibra el efecto de la sal. Por eso es aconsejable en dietas de adelgazamiento, durante el embarazo y en casos de hipertensión e insuficiencia cardiaca.
El kiwi es un postre recomendable tras una comida copiosa porque contiene actinidina, que ayuda a digerir las proteínas, lo que evita la pesadez, la gastritis y la formación de gases.
Ahora bien, esta enzima también es responsable de las respuestas alérgicas a esta fruta. Las personas que sufren alergia al látex o al abedul pueden a veces presentarla al kiwi.
Los síntomas más comunes de alergia al kiwi son urticaria e inflamación de las mucosas de la boca, aunque pueden aparecer otros.
Si la reacción se presenta la primera vez que se come un kiwi, conviene evitarlo permanentemente, pero si es leve y aparece tras haberlo comido antes sin problemas, se puede ir consumiendo en dosis menores y con menos frecuencia.
Por otra parte, las personas con tendencia a formar cálculos renales deben tener en cuenta que los kiwis contienen cristales de oxalato cálcico.
Existen más de 400 variedades de kiwi. Una de las más conocidas es la Hayward, de textura cremosa y sabor agridulce. La variedad Gold es muy apreciada y se diferencia por su piel lisa y color bronce, pulpa dorada y sabor más dulce.
Los mejores kiwis son los de Nueva Zelanda, con etiqueta identificativa. La Bahía de Plenty en Nueva Zelanda es la cuna del kiwi moderno. Allí se cosecha, almacena y distribuye en el momento óptimo para que llegue en condiciones a Europa.
Pero el proceso tiene un coste en dinero, pérdida de nutrientes y gasto energético. Por fortuna, en las Rías Bajas gallegas también se da el clima que precisa el kiwi: húmedo, lluvioso y sin heladas.
Los kiwis gallegos satisfacen el 60% de la demanda en España, el país del mundo donde más se comen: 2,2 kg por persona al año.
En el País Vasco, Asturias y la propia Galicia existen incluso cultivos ecológicos, que son los más aptos para consumirlos con piel.
Aunque pueda sorprender, la piel es comestible y sana. Solo hay que lavarla bien con un cepillo y eliminar la pelusa.
Existen tres motivos para comer los kiwis con piel. El primero es que en las frutas, en general, la concentración de vitaminas disminuye de la superficie al centro y el kiwi no es una excepción.
El segundo es que la piel del kiwi contiene, además, abundante vitamina E. Con el aguacate, es la única fruta fresca que se puede considerar fuente de esta vitamina antioxidante.
El tercer motivo es que la piel contiene flavonoides antioxidantes que refuerzan el efecto de las vitaminas C y E, y que además previenen la proliferación de bacterias patógenas en el sistema digestivo.
Para degustar un kiwi como fruta conviene partirlo por la mitad y comer cada parte con una cucharita, pues en rodajas pierde más rápidamente las vitaminas.
Se puede aderezar con canela o con jengibre, azúcar y ralladura de naranja. En ensaladas, combinado con quesos frescos y suaves, escarola, aguacate u otros cítricos es excelente.
A la hora de cocinarlo, hay que hacerlo ligeramente. En los postres, se incluye en macedonias, carpaccios, zumos, tartas…
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