Jorge Carmona nunca imaginó que en sus 64 años iba a estar viviendo el sueño de toda su vida. Sin embargo, su camino hasta crear su proyecto turístico no fue para nada fácil, tuvo más idas y vueltas que los pasillos de los laberintos que él mismo diseñó.
A los 14 años tuvo que dejar la escuela junto a sus 3 hermanos para trabajar en la chacra de su familia, una finca con frutales y viñedos ubicada en Monte Coman, a 56 km de San Rafael. Si bien el trabajo en el campo le gustaba, él tenía otra pasión y en paralelo se anotó en una academia de dibujo por correo, donde aprendió, sin darse cuenta, mucho de lo que le serviría a futuro.
A los 20 años se escondió junto con su hermano en un tren para ir a Malargüe para buscar trabajo. Consiguió en una petrolera donde estuvo más de 15 años hasta que a finales de los 90 quebró y dejó a todos sin trabajo. En ese momento, su vida dio un giro y lo llevó a crear lo que hoy es su sostén y vocación de vida. “La vida te va llevando, uno va buscando”, contó en entrevista con Agrofy News.
Cuando se casó con Raquel, su compañera hasta el día de hoy, se fueron de luna de miel a Carlos Paz. Allá conoció un laberinto en la localidad de Nono y quedó maravillado: “Nunca imaginé que luego lo iba a poder hacer eso yo”, expresó.
Laberintos Carmona: del pantano al sueño
Cuando se quedó sin trabajo, Jorge habló con el intendente para que los ayudara a recuperarlo. Sin embargo, el consejo que recibió fue otro: apunten al turismo porque es el futuro, no el petróleo: “Así fue que me propuse hacer algo. Lo único que sabía era de árboles y se me ocurrió hacer los laberintos”.
Lo que había ahorrado trabajando en el petróleo lo invirtió en tierras, más de 100 hectáreas ubicadas en Malargüe, a los pies de la Cordillera de los Andes. Además, con parte de la indemnización construyó una ripiera, una pequeña empresa con la que vendía áridos, piedras y arena: “Gran parte de las tierras son pantanos, no son aptas para sembrar. Todo el excedente de la ripiera lo iba metiendo donde están ahora los laberintos para tapar los pantanos y armar una base”, contó Jorge.
Jorge construyó dos laberintos, uno cuadrado y otro redondo. Ambos le llevaron casi 10 años para poder salir a la luz, entre los contratiempos que lo frenaron y las autorizaciones que tuvo que conseguir para habilitarlos: “A los 4 años que hice el primer laberinto cuadrado, me cortaron el agua porque empezó la emergencia hídrica. Averiguando con gente que sabe del tema me dijeron que perfore. El agua está a tres metros, porque son pantanos. Hice tres pozos y logré sacar agua, con eso me salvé y hoy en día el riego por goteo lo hago con bombas que salen de ahí”, contó Jorge.
Luego tuvo que empezar a replantar el laberinto con ligustrinas: “Todavía tiene algunas plantas de grateus que son las que se salvaron de que se secaran, quedaron unas pocas. En ese momento no podía comprar más plantas y podaba los cercos de conocidos, pedía los excedentes de las podas de ligustrinas. Eso lo ponía en enraizante, 24 horas, echaba raíz y ponía las estacas en el piso. Finalmente recuperé el cuadrado, demoró 3 o 4 años”, explicó.
Los Laberintos Carmona los diseñó y construyó Jorge, mezclando la experiencia que tuvo de chica en el viñedo, con su habilidad en el dibujo: “Yo me crié en la finca y para plantar una viña tenés que cuadrar, es como hacer una casa, hay que medir los cuatro lados y los dividis por rayas donde hacés la hilera, lo mismo hice con el laberinto”.
Jorge expresó con humildad que “lo poco” que había aprendido de dibujo le sirvió para diseñar los laberintos. Para hacer el cuadrado tomó de base el laberinto que veía todos los días en el diario, lo llevó a escala y lo implementó: “Tiene 31 pasillos, de norte a sur y 31 de este a oeste. Cada dos metros tiene una hilera. El redondo es más fácil, hice un compás gigante con una tanza y un palo de escoba desde el centro donde está la fuente de los deseos y lo fui trazando”.
Cuando Jorge terminó de construir los dos laberintos, tuvo un período largo para lograr que lo habilitaran: “Cuando una de mis hijas cumplió los 15 años, contratamos para hacerle un video con dron y quedamos todos sorprendidos. Las imágenes eran una belleza. Nunca lo habíamos visto desde arriba, siempre los podábamos desde abajo. Ella lo compartió en las redes y cuando la gente de la Municipalidad se enteró, vinieron al lugar para verlo en vivo. Ahí empezó a explotar, pusimos baños químicos, hicimos un mirador que tiene 10 metros de alto desde donde se aprecia todo el lugar”.
Respecto al tiempo que te demanda recorrer los laberintos, Jorge contó que en total, ambos demoran aproximadamente una hora y media. “El redondo tiene 1110 metros y es más fácil salir. El cuadrado, de todos los pasillos, uno solo te lleva a la salida. Es divertido subir al mirador y ver cómo la gente se pierde”, contó.
Jorge plantó más 100 mil árboles, sumando los laberintos y el bosque alrededor donde luego montó un camping para que los turistas puedan quedarse: “Hay mucha sombra, parrillas, horno de barro, mesas y bancos, baños con agua caliente, quincho”.
Además, se volvió un punto estratégico para los niños, por la cantidad de actividades que pueden hacer: “Hace poco remodelamos un carrusel antiguo y también tengo exhibición de autos antiguos y motos”, adelantó.
Por último, Jorge contó con emoción la felicidad que tiene de poder haber cumplido este sueño: “Se lo debo a mis padres y abuelos que nos transmitieron la cultura del trabajo y de no bajar los brazos”.
Agrofy