En un paseo por las bardas; al costado del caminos de la costa, o de las rutas, los alpatacos forman parte de nuestros paisajes.
Prosopis alpataco, así es su nombre, fue descrito por primera vez por Rodolfo Armando Philippi y publicado en Anales de la Universidad de Chile, en 1862.
El origen de la palabra alpataco procede de la lengua quechua y se conforma por dos palabras: Allpa que significa tierra y Tákko, árbol o planta: “árbol de tierra”.
Este nombre podría hacer alusión a su rizoma potente y subterráneo o al crecimiento subterráneo de sus ramas principales.
Las poderosas espinas del Alpataco (Foto: Martín Brunella)
Históricamente, las especies del género Prosopis han sido una valiosa fuente de recursos para los pueblos rurales de las zonas áridas y semiáridas.
Estas especies ofrecen múltiples beneficios a los ecosistemas donde habitan. Son fuente para la fijación de nitrógeno, estructura y fertilidad del suelo, movilización de nutrientes, microclima propicio para el establecimiento de plantas y bienestar animal, entre otros.
Asimismo, el hombre aprovecha este recurso con diversas finalidades, como forestal, melífera, forrajera, alimenticia, medicinal, tintórea y artesanal.
Argentina es considerada centro de diversidad mundial del género, ya que en sus ambientes se encuentran distribuidas unas 28 especies, de las cuales 13 son endémicas. El género Prosopis pertenece a la familia Fabaceae, y habría tenido su centro de radiación en la región chaqueña. Luego fue avanzando hacia el sur y hacia el oeste, conquistando ambientes cada vez más fríos hasta alcanzar la Patagonia. Existen dos variedades de esta especie: una de vida arbórea y una arbustiva.
Su hábito de crecimiento es muy particular: de una gruesa y profunda raíz se desprenden una serie de ramas horizontales que se desarrollan por debajo de la superficie del suelo, de las que surgen ramas verticales u oblicuas, flexuosas, que emergen del nivel del suelo, formando un círculo que puede llegar a tener alrededor de 10 metros de diámetro y una altura de hasta 3 metros.
Las ramas aéreas son espinosas. Las espinas están dispuestas de a pares en las axilas de las hojas, y miden hasta 6 centímetros.
Las hojas constan de un par de pinas de unos 3 a más de 10 cm de longitud; cada pina lleva entre 10 y 20 pares de folíolos opuestos. Las flores están dispuestas en racimos densos, amarillentos, de unos 10 cm de longitud.
Los frutos (“chauchas”) son vainas rectas o algo curvadas, de color amarronado, con la que se puede hacer harina. Tienen una pulpa semiseca y hasta 20 “carozos” generalmente cuadrangulares, cada uno de los cuales contiene una semilla.
Otro rasgo distintivo es el hecho de que mantiene la mayoría de sus frutos aferrados a las ramas durante todo el invierno e incluso la primavera, conservándolos durante la brotación primaveral y floración.
En relación a esto, su brotación es más tardía que en otras especies del género
Como forraje se utilizan las vainas, al igual que las hojas y ramas tiernas. El valor principal para el ganado reside en las vainas.
Como alimento humano sólo existen historias y anécdotas que relatan su uso de manera circunstancial. En relación al uso medicinal se ha registrado su uso como antiinflamatorio, astringente y antidisentérico. La harina de alpataco es sin gluten por lo tanto sirve para los celíacos.
También tiene uso apícola. Las inflorescencias son frecuentemente visitadas por Apis mellifera durante los meses de octubre a diciembre, en coincidencia con la máxima producción de flores.
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