A principios de la década del cincuenta, los buques cargados con vinos marroquíes llegaban a los grandes puertos europeos. Sin embargo, en 1956, tras la independencia de Marruecos, la cantidad de hectáreas de viñedos disminuyó muchísimo. Actualmente, solo posee 6.500 hectáreas.
Con setenta años, Charles Melia, jefe y fundador de la bodega Val d’Argan, es el único productor de vino de la región semiárida del suroeste del país, ya que los mayores niveles de producción se hallan más al norte, cerca de las localidades de Benslimane, Berkane o Meknes.
Laurent Sachot, gerente de una tienda especializada en Rabat –capital de Marruecos–, manifestó: “Marruecos es una tierra de vinos desde la Antigüedad, pero no hemos visto emerger vinos de calidad hasta hace poco, con una clientela para degustarlos y amantes dispuestos a pagar el precio”.
Melia es parte de la oleada de nuevos productores vitivinícolas que emigraron de Francia en la década del noventa en busca de nuevas tierras. Así surgió Floreciente, el “viñedo del extremo”, que creó con cepas importadas del Valle del Ródano –centro-este de Francia–, una región donde las condiciones climáticas son muy complicadas para producir vino. Hoy, cuenta con cincuenta hectáreas y genera 165.000 botellas al año.
“El año pasado perdimos el 60% de la cosecha a causa del viento: el cherguí sopló durante tres días, con unas temperaturas que rondaban los 50 grados y las raíces se volvieron secas como guisantes”, explicó Melia.
Para hacerle frente a esas adversidades, combinó un vino de gama baja con uva adquirida en el norte de Marruecos. Esos vinos son vendidos en los supermercados a ochenta dírhams, lo equivalente a 7,30 euros. Sumado a su producción casera, le garantiza un volumen de ingresos de alrededor de 1,4 millones de euros anuales.