Los huertos truferos permiten el desarrollo forestal y económico. Además, son valoradas por sus exóticas características.
Antonio Posadas, productor con varios años de experiencia, tiene su emprendimiento en Tucumán, en un valle fértil donde llueven 900 mm por año y el suelo es franco a franco-ripioso. La parcela está dividida en 4 hospederos: Pinus halepensis (pino de Alepo), pinus pinea (pino piñonero), quercus robur y quercus ilex. “Las plantas se desarrollaron muy bien, florecieron, pero se terminaron muriendo, creemos que por la altura y por demasiada humedad”, dijo.
Las trufas que usaron fueron negra de Borgoña (Tuber uncinatum), de verano (tuber aestivum) y trufa blanco o bianchetto (Tuber borchi).
Luego hicieron una mezcla con distintos hospederos y los plantaron a la par. “En 2016 comenzamos a ver las primeras trufas de borchi, la primera pesó 53 gramos y la encontramos por ‘quemado de trufa’. A partir de esa cosecha, compré un perro trufero en Francia de la raza lagotto romagnolo.
Hoy tenemos 4 hectáreas de T. uncinatum, 3 sobre roble y una sobre pecán. Las otras 8 son de T. melanosporum, 1 sobre alcornoque y las otras todas sobre roble. Respecto de la instalación de huertos truferos en Patagonia, se debe considerar seriamente la instalación de un cerco perimetral, de al menos 1 metro, por los jabalíes ya que pueden oler una trufa de 3 a 4 kilómetros”, explicó.
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