Diseño del Paisaje / Diseño de Jardines

Karina Querejeta transforma los sueños de sus clientes en escenarios naturales únicos

Paisajista andina quien se formó en Pampa Infinita e hizo de su pasión una profesión a la que hoy rinde culto preservando la naturaleza autóctona de su tierra natal

Karina Querejeta transforma los sueños de sus clientes en escenarios naturales únicos

Esta paisajista trabaja con la ausencia de límites, que se funda la arquitectura con el paisaje y con el marco natural que lo acoge. Para eso se forma, investiga, se apasiona.

La naturaleza guarda su equilibrio. En cada especie se define un paisaje que acompaña su tierra, su clima y cada micro organismo que allí habita. Que los árboles y plantas milenarios merecen respeto es algo que Karina Querejeta, oriunda y residente en San Martín de los Andes, conoce y ejerce con convicción. La suya es una profesión que le llegó con el tiempo, una herencia que se hizo oír cuando ella estuvo lista.

Hoy, el amor por su profesión no se agota en escuchar a sus clientes –muchos extranjeros con casas en el sur- sino también a la tierra. Sanear el paisaje lastimado es parte de su premisa, así como trabajar con la reinserción del boque para que la arquitectura y el paisajismo no dañen la belleza y que más bien se acompañen y se nutran. Como una costurera, ella va bordando con una mirada amplia, alejada, guardando las escalas, el terreno y su legado, el hombre y su disfrute del paisaje sin formas rígidas, sin límites impuestos que cortan la inspiración.

¿Cómo descubriste tu vocación?

La profesión la descubrí de grande. Me di cuenta cuando ya tenía 30 años, un día, plantando en mi casa. Lo disfrutaba tanto que nunca lo relacioné con un trabajo. Era algo que tenía una conexión muy linda con mi niñez. A mi abuelo materno, que murió cuando yo tenía 5, le gustaban mucho los árboles. Vivíamos en Zapala, que era muy seco, y yo salía a regar con él. Hacía una olla alrededor de los árboles para que el agua se quedara ahí y les diera humedad. Me acuerdo del color de sus pantalones. La madre de mi madre, Regina, era chilena, y ellos tienen una relación muy estrecha con la tierra, producen mucho. Labrar la tierra para ellos es mucho más normal que para nosotros. Todas tienen su huerta y su invernadero. Mi abuela tenía un valle fértil y recuerdo que éramos muchos nietos y a mí se me hacía como meterme dentro de un cuento. Había flores y las gallinas por todos lados. De grande entendí que de ahí venía mi gusto. Pero estaba tan cerca que no lo veía. Empecé a investigar cómo podía trabajar de esto. Era muy nuevo.

¿En ese entonces estabas en San Martín de los Andes?

Sí. Antes había estado en Buenos Aires. Estudié Administración tres años y después dejé y volví a San Martín. Me casé y tuve dos hijas. Cada vez que entraba a los viveros había algo mágico que me pasaba y me sigue pasando. No soy compulsiva en ningún lugar, salvo ahí (risas). Me parece muy fuerte este sentimiento que me lleva a mis abuelos. Un lindo caos.

¿Por dónde empezaste tu formación?

En un evento en el colegio de mis hijas, una conocida me cuenta que había ido a John Brooks y estaba contenta. Me empecé a animar a romper esta barrera interna. En 2006 me anoté para cursar en Pampa Infinita. Yo no sabía ni lo que era un escalímetro. No tenía idea de plantas, no era jardinera, pero me gustaban el diseño, la arquitectura y las plantas. Pampa infinita englobaba eso que quería hacer. Siempre fui buena dibujando, prolija y meticulosa. Tuve el apoyo de mi familia. En ese momento, tenía que viajar de lunes a viernes cada 15 días, y mi hija más chica tenía 4 años. Pero lo fui logrando.

¿Qué encontraste ahí?

Un mundo nuevo, del que me podía apropiar. Hasta ese entonces era esposa, mamá, pero carecía de mundo propio. Me dio un lugar de pertenencia. Un espacio donde me sentía cómoda, con mucha curiosidad y ganas de aprender. Descubrí que me apasionaba mucho más de lo que yo pensaba. Conocí mucha gente. Tienen una forma de aprender exquisita, desde el arte, la fotografía, diseño, plantación. Terminé en 2006 y volví a San Martín con mi tablero.

¿Te costó empezar?

La verdad es que cuando volví pensé ‘¿cuándo voy a volver a sacar el tablero?’. Pero no pasó ni una semana y me llamó Anabella Ferreira, una colega, para decirme que le habían dado un jardín y que sola no se animaba. Así que arranqué y nunca más paré.

Los primeros clientes eran mayormente ingleses y luego apareció otro y ahí dije quiero aprender más. Cuestiones de escala, desniveles y pendientes de la Patagonia, cómo intervenir lugares complejos.

¿Volviste a Buenos Aires?

Sí, porque 2006 y 2008 abrieron la misma modalidad segundo año, con John Brooks y Josefina y Martina (fundadoras de Pampa Infinita). Fue espectacular, una cursada muy distinta, donde la relación entre los que cursábamos era diferente: era de colega a colega. Vimos espacios a gran escala en un sistema de paisaje. El último caso de la cursada era individual y yo elegí mi casa (en esa misma que había descubierto una tarde que quería dedicarme a esto). La elegí porque era una implantación muy condicionada. Era difícil, tuve que meterme, analizar con maqueta, las curvas de nivel. Pero pensé ‘si hago esto puedo hacer cualquier cosa’.

¿Cómo fue iniciar un estudio de paisajismo?

Los primeros años fue un jardín tras otro. Yo quería que esto fuera un trabajo y no un hobbie y además quería aprender, estaba con hambre. Me gustaba mucho sentarme con los arquitectos y aprender de la construcción y la topografía, para tener una mirada más macro. Tenía que entenderlo para lograr esa vinculación entre jardín-casa- paisaje, que fuera lo más sutil posible y que después no supieras hasta donde llega cada cosa. Al tiempo, con Mariana cada una tomó su camino.

¿Cuántos jardines promedio llevás a la vez?

Al día de hoy estoy con 12 intervenciones en distintas escalas y estadios. Es un desafío cómo articular el trabajo y delegar. Lo que más me gusta es diseñar entendiendo el cliente y el lugar. Sanear el paisaje que está lastimado, porque muchas veces entra la arquitectura y se borra el bosque. Avocarme a lo que creo que soy útil, que es enmendar desde el diseño desde la comprensión del paisaje. Generando un jardín con una mirada más ‘restauradora’ que simplemente un jardín. Cada día entiendo más hacia dónde quiero ir. Hoy deseo acompañar a los arquitectos y clientes lo más temprano posible, para generar casas y jardines naturales sin destruir todo. En la Patagonia tenemos una virginidad tal, que el jardín está prácticamente hecho.

¿Cómo definirías tu estilo?

El estilo, entre comillas, lo marca el lugar y yo tengo que aprender a leerlo y fusionarme con el lugar. Puede ser súper silvestre, con identidad más suelta, con pastos, gramíneas, y más flores en la estepa. O algo más arbustivo, de sotobosque, donde el estilo es más formal o tenés otra paleta. Mi estilo o filosofía se trata de entender adónde estoy.

¿Cómo te condiciona la arquitectura con esta mirada?

Me marca una ruta. Mi idea es que no mande solo la arquitectura, que sea algo mechado. La casa necesita estirar sus brazos y engancharse del paisaje. Me sirve para ensamblarme al paisaje, pero lo justo y necesario. Prefiero construir menos, o que sea sutil, y trabajar mucho la topografía. Entender cómo vienen las montañas bajando, si hay un valle o una loma. Reconstituir la topografía para que la casa se pueda anclar. Porque la casa le pertenece al lugar. Cuando los arquitectos entienden los lugares, más amable es la vinculación y más ameno el trabajo. Ellos no se asientan sobre una hoja en blanco, hay algo que ya existe por debajo. Cada trabajo es un traje a medida.

¿Qué es lo primero cuando llegás a un lugar?

Hago caso a lo primero que siento. Me lo anoto en un cuaderno, y eso termina siendo la columna vertebral que me termina guiando.

¿Qué es lo más difícil?

Ver lugares muy destruidos. La casa está en un lugar lindo, pero se construyó y se tiró todo. A partir de eso nosotros podemos hacer una restauración, pero esos árboles ya no los vas a ver más. Una vez me pasó, en un bosque de lenga hermoso, y habían sacado todo. Entonces dejás de tener a las vedettes del lugar. Porque las implantaciones fueron caprichosas, o simplemente que no se entendió la topografía. Entonces termina todo a contra caída de la montaña y todo parece hasta incómodo.

¿Cómo se trabaja un paisaje donde hay nieve?

En el caso de los árboles uso nativos. Si yo veo que alrededor está todo divino y no tiene nada de riego, tengo que ir por ahí. Es el doble beneficio: tengo una plantación que se aguanta las condiciones y por otro lado me inserto en el paisaje. A los clientes hay que tomarlos de la mano. Muchas veces no es gente de acá y es necesario que contarles lo que hay.

¿Se consigue variedad en los viveros?

Recién ahora estamos empezando a acceder a nativas de plantas ornamentales más formales para incluir en los planos. Trato, cuando no hay, de que no sea invasivo pero que que acompañe la textura, color y forma, así se va a pegar al sotobosque. Que no sea un mojón que te diga ‘hasta acá llegó tu lote’. Helechos, bulbosas, árboles de tercera o segunda magnitud…: empezás a entender que tenés una paleta enorme. Acá hay un vivero, pero hacen falta más.

A los clientes, ¿qué les pedís?

Que se enganchen con el paisaje. De a poco empiezan a darle más valor a las nativas. Porque si les gustan mucho las flores las podemos tener, pero que se vaya diluyendo en el bosque o la estepa, un sistema de paisaje más bajo y con rigurosidades de viento y sequedad. Siempre con un enganche sutil y sin forma rígida de un cantero y un cerco. Es el tipo de lugares que nos toca trabajar acá.

¿Algo que te de mucha satisfacción?

Mi casa. Estamos construyendo una casa en el bosque, a doce minutos de un bosque nativo de ñires soñado con topografía con movimiento. Mi casa es mi laboratorio. Le dije al arquitecto que se lastime lo menos posible, y es algo que además no tiene precio, porque las plantas son caras y yo tengo 50, y para ver un árbol así desde que nace tengo que vivir 4 vidas.

El arquitecto lo entendió, es humilde y no entra a plantar la casa. Trabajamos sin movimiento de suelo. Se hizo un garaje donde se raspó un poco y la casa fue sobre el terreno. Casa puente se dejó en el aire para que no hubiera obstrucciones de la arquitectura. Tengo que hacer muy poco. Lo voy a tener que editar, pero no hacer algo de cero. Es cómodo para los que trabajan para el arquitecto y para mí como clienta y paisajista. Fue respetar. No quiero armar terrazas. Es entrar al bosque y que no pierda la esencia. Ir conociendo las plantas, y también invito así a mis seguidores, a que vean qué pasa en el suelo cuando uno rompe: tarda muchísimos años en conformarse de nuevo. Tenemos que ser más precavidos y darnos cuenta de lo que tenemos. Me conmueve haber tomado esas decisiones. Haber hecho una limpieza quirúrgica.

¿Especies con las que te guste trabajar?

Me gusta de las nativas en un sistema cercano: senesio, baccharis tanto ovobata (arbolito de baja altura) como magellanico (tapizante), todas plantas que forman parte del sistema de ecotono. Con esa paleta yo sé que puedo armar una linda plantación nativa. Con las perovskias aporto diversidad y ocupo suelo desnudo. Dependiendo del tipo de bosque, ñires, maitenes, berveris, ovidia andina, y para sumar exóticas a esa paleta, loniceras.

¿Un deseo?

Que entendamos los lugares antes de intervenirlos, darnos el lugar de conocerlos para tomar las decisiones lo más acertadas posibles. No usar agua indiscriminadamente (en mi casa no puse riego). Es algo que planteo tanto al dueño como los colegas y a los arquitectos. Es una invitación.

 

Revista Jardin La Nación

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