El autor realiza una reflexión sobre lo sucedido en los últimos 30 años con la mecanización de la agricultura en nuestro país
Los procesos de innovación en la mecanización de la agricultura responden al contexto en el que se disparan y desarrollan. La cosechadora de granos autopropulsada es un caso que así lo demuestra, pues su introducción en 1938 permitió compensar la escasez de mano de obra durante la II Guerra Mundial.
La Massey Harris modelo 20 es considerada por Asabe (American Society of Agricultural and Biological Engineers) como uno de los 10 hitos de la ingeniería que cambiaron el mundo en los últimos 100 años, ya que permitió cosechar la gran llanura americana a pesar de la escasez de mano de obra provocada por la II Guerra Mundial.
Su desarrollo se sostenía en 3 pilares: llevaba rodamientos de acero en lugar de bujes, al reemplazar las correas planas por correas de goma con perfil “V” transmitía más potencia entre sus ejes y mediante el empleo de neumáticos ganó gran versatilidad.
Contexto a partir de los 90’
En el primer lustro de la década del 90 el desafío fue invertir en nuevos equipos para incorporarse al tren del cambio técnico y pagarlo con ingresos futuros. Con una oferta abundante de crédito, este enfoque desembocaba casi ineludiblemente en un endeudamiento creciente de la actividad en su conjunto. A mediados de los 90, en consonancia con los problemas financieros internacionales, el modelo crediticio arrojaba los primeros síntomas de problemas; el sector comenzaba a tener dificultades con el repago de sus deudas, se incrementó la morosidad a la vez que comenzaba a restringirse su oferta y/o incrementar tasas.
El sector exhibía un proceso de modernización tecnológica, concentración productiva y creciente endeudamiento. Mientras crecía rápidamente hacia los mercados externos, invertía, se modernizaba a costa de endeudarse y atraía inversiones externas en un clima de negocios favorable.
Las crisis financieras de algunos países emergentes marcaron el inicio de la disminución en el giro de capitales a tasas de interés bajas. En consecuencia, cambió el nivel de la tasa de interés y el flujo de nuevos préstamos, especialmente en la banca pública.
La actividad agropecuaria en la segunda mitad de los 90 da un giro sustantivo hacia la baja, particularmente en los precios de los aceites y algunos cereales. Se conjugan los cambios en las tendencias de los mercados mundiales y el agotamiento de la convertibilidad.
En el caso de la soja, las reducciones fueron del orden del 20 %. La tendencia recesiva, lejos de estabilizarse, se profundizó en los años siguientes y los precios promedio en el 2001, eran un 45 % menores a los de 1996.
Los bancos no podían seguir ampliando sus niveles de crédito, ni estaban en condiciones de pasar a pérdida la cartera de inversiones masivamente, ya que implicaba desmejorar su propia solvencia y posición económica. Preferían refinanciar pasivos con garantías reales a valores ficticios y no iniciar una corrida de quiebras privadas de resultados finales inciertos.
La molienda de soja, las usinas lácteas y la molienda húmeda de maíz, habían ampliado sus capacidades productivas con inversiones y, a pesar de las reducciones de precios, no podían prescindir de la materia prima.
Ninguno de los actores centrales de la incipiente red de los agronegocios tenía interés en forzar los mecanismos de ajuste, pues ello derivaría en una pérdida colectiva con resultados inciertos.
Así, el camino que eligieron los actores de la producción primaria fue la búsqueda de tecnologías de ahorro de costos, capaces de recrear la tasa de beneficio para escapar de la asfixia que comenzaba a representar la dupla tipo de cambio fijo (dólar convertible) y la caída de los precios internacionales.
La apuesta fue profundizar en un nuevo paquete tecnológico conformado por las semillas transgénicas, el uso del glifosato y la siembra directa (SD).
En 1996, se libera a la venta comercial la soja RR resistente al glifosato y el maíz Bt, herramientas que facilitan la difusión masiva de la SD. La tecnología convencional de manejo de malezas incluía, hasta ese momento, la aplicación de herbicidas en varias pasadas por el campo con un costo de unos 40 US$/ha; mientras que con la utilización de la “nueva SD” con variedades RR y glifosato el costo bajaba a 13 US$/ha.
El modelo con fuerte impacto tecnológico y mejoras en la productividad, se fue acentuando en el último bienio de los 90, a punto que la tecnología convencional para cultivar soja tendió a desaparecer.
Así, en el proceso de reducción de costos, la SD comenzó a aplicarse con más intensidad. En 1995 la adopción de este sistema alcanzaba el 37 % para elevarse en el 2000 al 60 % y en el 2015 al 90 % de la superficie sembrada.
Cambios en la estructura
Cabe destacar el “salto” cuantitativo y cualitativo que dan los denominados contratistas quienes, al utilizar las máquinas agrícolas durante todo el año, reducen significativamente el peso de la amortización en el costo total, renuevan los equipos a los 5 años con mejor precio de reventa y pueden mantenerse en el andarivel de la última tecnología. La consolidación de estos actores económicos (entre 1998 y 2000) tendió a reconfigurar la estructura de la trama del agro.
Por un lado, se escinde en gran medida la propiedad de la tierra de su explotación productiva y, por otro, comienza a acentuarse el proceso de deslocalización de la producción. Quienes explotan la tierra son empresas que trashuman territorialmente, se abastecen de insumos, gastan sus excedentes y tributan en lugares distintos a aquéllos donde se siembran los campos.
Buscando ampliar el negocio, expanden la frontera agrícola a zonas extra pampeanas, a la vez que se convierten en vectores de la difusión de las nuevas tecnologías. Así, el proceso de incorporación masiva de innovaciones y consolidación de un nuevo paquete tecnológico, se extiende más allá de la soja y de la región pampeana y tiene como sustento un alto nivel de endeudamiento y riesgo.
Como resultado, a fines de la década del 90’ la magnitud de la deuda era equivalente al total del valor del stock ganadero argentino. En paralelo, diversas estimaciones indican que aproximadamente 14 millones de hectáreas se encontraban hipotecadas (50 % de la superficie dedicada a cultivos anuales).
Desde el punto de vista estructural, esto significó que la lógica de la producción pampeana se trasladara hacia las denominadas “economías regionales”. Sin embargo, está dinámica puso en tela de juicio la sustentabilidad y rentabilidad de las producciones propias de estas regiones.
El censo del 2002 indica que alrededor de 2/3 de las principales actividades de la agricultura es realizado cabo por unidades económicas que no son propietarias de la tierra.
Mayor producción, innovación técnica y creciente endeudamiento eran simultáneos con los cambios en la estructura productiva del sector. En ese momento en algunas áreas de la zona núcleo, el 60 % de los campos estaban alquilados y sus dueños, productores que antes trabajaban y vivían en su campo, ahora viven en los pueblos mientras cobran el arriendo de su campo.
La dinámica de más volúmenes que mejores precios, la difusión del nuevo paquete tecno-productivo se tradujo en una producción que orilló, a fines de los 90’, los 70 millones de toneladas. En un lustro, desde la introducción de la soja y el maíz transgénico, la producción casi se duplicó.
Luego de la devaluación de enero de 2002, los productores retuvieron parte de la cosecha de soja y se autofinanciaron para la de trigo. La inestabilidad institucional y macroeconómica, por un lado, y los problemas asociados a la no libre disponibilidad de fondos del sistema bancario provocado por “el corralito”, por el otro, indujeron a retener los granos como un sustituto del dólar.
El tema fue reforzado por la adopción masiva de una tecnología que, si bien estaba disponible, no era plenamente utilizada: el silobolsa. Así, el productor/contratista podía dosificar sus ventas a un costo muy bajo evitando los “cuello de botella” del transporte-almacenamiento y la consecuente pérdida de oportunidades comerciales.
A partir del gobierno de Néstor Kirchner, el saneamiento de deudas y las transferencias desde otros sectores de la economía evitaron las quiebras generalizadas. Surge así una mayor concentración a la vez que se sientan las bases para un modelo más centrado en el autofinanciamiento y/o en fuentes alternativas a la actividad bancaria. Vale decir “los pooles de siembra” cuyo negocio no fue producir sino, por el contrario, era financiero.
En el lapso que corre entre 2001 y 2007, se revirtió sustantivamente el endeudamiento previo. Esto, junto a un mayor dinamismo en los mercados internacionales, llevó a reforzar y consolidar las condiciones estructurales que se habían modelado desde mediados de los 90.
La mecanización de la agricultura responde al contexto que evoluciona entre 1995 y 2005 y las máquinas agrícolas más difundidas fueron:
• Tractores con mayor potencia con protagonismo de los articulados de fabricación nacional, con poca o nula sofisticación de sus dispositivos.
• Sembradoras para SD, en su mayoría modelos fabricados en Brasil (JD 710, JD 750, Semeato, Baldan) eran más pesados que los convencionales (los discos requieren peso para penetrar en el suelo) con anchos de trabajo de 8 a 12 surcos y poca o escasa complejidad.
• Equipos pulverizadores autopropulsados (PLA, Jacto) que reemplazan a los de arrastre con anchos de labor similar a las sembradoras.
• Tolvas autodescargables nacionales que empiezan a fabricarse tomando como modelo las marca Kinze de origen americano, introducidas en la zona núcleo por productores muy innovadores (Uribelarrea y Avellaneda).
• Equipos para embolsar y extraer los granos de los silobolsa de fabricación nacional en base a la tecnología introducida y adaptada por el INTA Manfredi en 1992.
• Equipos para cosecha, que llamábamos “maxi cosechadora”, con cabezales de 25 a 30 pies de corte, en general, importados (JD 9600, IH 1680, Gleaner, New Holland TR 96) con escasa participación de marcas argentinas, pues la industria nacional se debatía en una fuerte crisis.
En lo sustantivo, reafirmando lo ocurrido en los 90, el sector en su conjunto se manifestó altamente reactivo frente a los cambios en las condiciones de rentabilidad. A partir de los primeros años del siglo XXI, los precios internacionales de las oleaginosas y de maíz y trigo comenzaron una tendencia ascendente.
La renta en aumento del agro indujo a una revalorización de la tierra, crecientemente explotada por operadores que no eran propietarios. Al haberse escindido la propiedad de la tierra de su explotación y haberse centrando en un conjunto de activos tecnológicos en manos de los contratistas, el modelo facilita la adquisición de tierras como inversión, sin necesidad de que el dueño encare la producción. Esta franja de genuinos productores proviene del cambio generacional y se caracterizan por su formación, algunos graduados, que demandan y consumen tecnología con una dinámica sorprendente.
Ello fue posible por la concurrencia de los nuevos precios internacionales y el tipo de cambio real, el saneamiento de los pasivos, los cambios en la conformación de la demanda internacional e incluso, la “institucionalidad subyacente” y poco perceptible a partir de instituciones como: INTA, Aacrea, Aapresid, etc.
A partir de la base productiva preexistente, habiéndose arbitrado medidas que permitieron sanear el stock de deudas, con mercados internacionales firmes, con precios relativos favorables, la respuesta fue un nuevo salto en la producción.
Una mayor rentabilidad, aún morigerada por los impuestos al comercio exterior, facilitó un nuevo salto en el proceso de equipamiento. La maquinaria agrícola es un ejemplo de ello.
A partir de mediados de la primera década de este siglo, la industria de la maquinaria nacional, que había estado a punto de quebrar en su mayoría, retoma el camino de la recuperación.
Algunas lo logran cuando participan de la exportación de equipos de fabricación nacional a Venezuela o Kazajstán en negocios que se cerraban gobierno a gobierno. Así, los fabricantes argentinos no tenían que competir con empresas bien posicionadas en el comercio exterior (Brasil y EE. UU.). Otras lo hacen con financiamiento propio o nuevos inversores.
En consecuencia, muchas fábricas nacionales mejoran la calidad de sus productos y otras, además, aprenden a exportar y empiezan a incursionar en mercados donde sí era necesario competir como son los mercados de Sudáfrica, Italia, México o China.
La base de su competitividad reside en la tecnología que con los equipos nacionales se puede adoptar, las más importantes fueron: el almacenamiento de los granos en bolsas plásticas, las tolvas auto descargables y las sembradoras para siembra directa. Siempre contaron, en las diferentes misiones comerciales a nivel internacional, con el apoyo que significa la solvencia y credibilidad que ofrece el INTA.
Vale decir, la competitividad del sector metalmecánico nacional reside en el know how de la producción agrícola bajo siembra directa, con toda la gestión operativa que ello implica y, de la mano de ella, los principales productos asociados como las sembradoras, las pulverizadoras autopropulsadas, las tolvas autodescargables, los granos almacenados en silobolsa y las agropartes específicas como: bombas, sistemas de distribución, picos, siembra y fertilización variable, dosificadores neumáticos para las sembradoras, etc.
Sobre esta base, más el acceso al mercado exterior y la demanda de la nueva trama productiva nacional antes aludida, la industria nacional progresa a pasos agigantados y ofrece máquinas con la complejidad suficiente para innovar en materia de agricultura de precisión, cuyas capacidades operativas responden a la nueva forma de producir que sobreviene de la mano de las grandes empresas y los contratistas.
La mecanización de la agricultura en los últimos 15 años continúo y profundizó el proceso de innovación los equipos protagonistas son:
• Los tractores con tracción auxiliar delantera en lugar de los articulados, con auto guía, asistencia electrónica a la inyección, hidráulicos inteligentes, cajas de cambio y diferenciales inteligentes, asistencia tanto hidráulica como eléctrica de las máquinas operadas, conexiones satelitales de GPS, conexiones por señal RTK de telefonía celular. En su mayoría son equipos importados de las marcas John Deere, New Holland, Case IH, etc.
• Las sembradoras para siembra directa son equipos nacionales (Agrometal, Cruccianelli, Apache, Gherardi, etc.) cuyo nivel tecnológico actual las posiciona entre las mejores del mundo, con mayor peso, con regulación de la carga individual por cuerpo en base a dispositivos mecánicos o electro hidráulicos, dosificadores de semilla neumáticos, equipamiento para siembra y fertilización variable, monitores de alta complejidad, con anchos de trabajo de 20 o más surcos.
• Los equipos pulverizadores autopropulsados (PLA, Metalfor, Praba, Caimán, etc.) de fabricación nacional, cuya excelencia las posiciona a nivel internacional, con anchos de labor hasta 40 m potencias de 180 hp, con corte por secciones, equipamiento de comunicación, guiado satelital, piloto automático, aplicación selectiva-inteligente de uno o más herbicidas.
• Las tolvas autodescargables de fabricación nacional siguen siendo protagonistas, con capacidades de hasta 40 t, con dos ejes y en algunos casos con carriles de goma.
• Los equipos para embolsar y extraer los granos de los silobolsa todos de fabricación nacional siguen siendo protagonistas, con equipos que causan mínimos daños a los granos (energía cero) y con la tecnología para conocer la atmósfera interior de la masa de granos.
• Las cosechadoras de granos, en su mayoría importadas, han multiplicado su capacidad operativa, en su mayoría con inteligencia artificial débil para su autorregulación, con conexión satelital, motores con alta potencia, hidráulica inteligente, radares, sistemas de trilla de flujo axial con cabezales draper de 45 a 50.
El sector de la maquinaria agrícola depende del dinamismo agroindustrial, y éste parece haber ingresado en un sendero de crecimiento sostenido por las mayores demandas alimenticias o por el uso de los biocombustibles.
Las vías de crecimiento del sector de maquinaria agrícola argentino se ubican en tres planos: la sustitución de los equipos importados por equipos de fabricación nacional superiores a aquellos, la salida exportadora y el crecimiento del mercado interno.
La industria metalmecánica nacional tiene para crecer mucho más de lo que ha crecido hasta hoy, si pone foco en el mercado internacional que anualmente mueve poco más de 40 mil millones de dólares (la argentina participa con unos módicos 200 millones de dólares) y, en la fabricación de equipamiento para transformar los granos en alimentos.+
¿Con qué cuenta el sector para tamaño desafío? Inicialmente, se asienta en una base empresaria que conoce el negocio y tiene larga experiencia en manejarse en mercados complejos. A diferencia de las experiencias pasadas, cuenta con algunos productos que compiten en calidad con los mejores estándares internacionales y otros que pueden alcanzarlo sin mayores problemas. A ello se le suman una innegable capacidad innovadora y la flexibilidad productiva anclada en la calidad de la mano de obra con un fuerte arraigo regional y local.
Por: Ing. Agr. (Dr.) Mario De Simone. El autor se desempeñó, entre 1983 y 2022, como profesional investigador, consultor internacional, director del Centro Regional Salta-Jujuy y profesional asesor de Nivel Internacional del INTA.
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