Desde hace tres años, Butvilofsky explicó que destina un pequeño espacio de su propiedad de 20 hectáreas a la sericicultura, dedicando exclusivamente tres de ellas al cultivo de mora, alimento esencial para los gusanos de seda. «Cada gusano consume 55 kilos de hoja de mora en 28 días, creciendo hasta 1900 veces su tamaño desde que eclosiona como un huevo diminuto», explica. Luego de esta impresionante metamorfosis, el gusano comienza a tejer su capullo, pieza clave de un proceso biológico que asegura la producción de seda orgánica.
Este proyecto innovador no está exento de desafíos. Los gusanos de seda son extremadamente sensibles al entorno y pueden verse afectados por factores externos, como los cambios climáticos extremos o la contaminación. «Un año, una granizada perforó toda la hoja de mora y nos quedamos sin alimento para los gusanos», comentó Butvilofsky. Con gran creatividad y compromiso, ella y su equipo tuvieron que adaptar técnicas de poda para asegurar una nueva producción de hojas. Otro obstáculo a sortear es el uso de pesticidas en las fincas vecinas, que pueden afectar a los gusanos de manera devastadora si se filtran en el suelo.
Para minimizar estos riesgos, la finca de Sedami ha desarrollado barreras naturales y mantiene un control riguroso sobre la limpieza de su entorno, evitando la aplicación de químicos que puedan afectar tanto la mora como los delicados gusanos. «Es un ecosistema hermoso, lleno de mariposas, gracias a que no utilizamos pesticidas,» relata orgullosa Butvilofsky, evidenciando el valor que este proyecto le aporta a la biodiversidad local.
El compromiso de Butvilofsky no solo garantiza una producción ética y sostenible, sino que pone a Misiones en la escena global de la moda. A diferencia de gigantes productores como India, donde el uso intensivo de pesticidas impide que la seda sea certificada como orgánica, la seda de Misiones ofrece trazabilidad desde el origen hasta el diseño final, asegurando que cada hilo es totalmente libre de químicos. «Nuestra seda orgánica nos permite acceder a un nicho especial, donde la calidad y la responsabilidad ambiental son altamente valoradas,» destacó.
Este distintivo ha captado la atención de diseñadores de las principales ciudades argentinas, quienes incorporan esta seda en piezas de alta costura. «Trabajamos con la marca Ibraína, que ha creado diseños de novia utilizando nuestra seda, y el resultado fue un éxito en un desfile en Buenos Aires,» comentó Butvilofsky. En este evento, la seda misionera no solo fue apreciada por su suavidad y belleza natural, sino también por el valor agregado que representa al ser un producto de origen trazable y sostenible.
La bioeconomía de la seda en Misiones va más allá de la producción de capullos. Butvilofsky ha desarrollado líneas de cosmética y bisutería hechas a partir de este material, un ejemplo de cómo agregar valor y diversificar el negocio sin comprometer la sostenibilidad. «La seda en cosmética y bisutería tiene un enorme potencial. En la cosmética, las proteínas de la seda aportan beneficios hidratantes, y en bisutería, cada pieza refleja una historia de producción responsable,» explicó.
Por otra parte, el camino no es fácil. El crecimiento en la sericicultura es lento, y aunque ya se logran las primeras producciones de madejas de seda, el volumen aún no alcanza para satisfacer la creciente demanda nacional e internacional. Sin embargo, Butvilofsky se muestra optimista y comprometida con el crecimiento del sector. «Así como la yerba mate necesitó 120 años para consolidarse, estamos dando pasos firmes para que la seda alcance un rol importante en la bioeconomía de Misiones.»
Butvilofsky cree firmemente que el modelo puede replicarse en otros puntos de la provincia. Ya ha comenzado a colaborar con pequeños productores, quienes ven en la cría de gusanos de seda una alternativa productiva viable y sostenible. “Una pareja joven de San Vicente ya ha plantado moras y planea instalar un galpón de cría para expandir la producción de seda en la región,” comentó. Esta colaboración abre la puerta a una mayor diversificación de actividades agrícolas en Misiones, brindando nuevas oportunidades económicas.
La historia de Sara Carolina Butvilofsky y su proyecto en Misiones es un testimonio de cómo la bioeconomía puede transformar regiones y mejorar la sostenibilidad, al tiempo que crea productos innovadores y de alto valor. Desde la cría de gusanos hasta los desfiles de moda en Buenos Aires, la seda de Misiones se presenta como una alternativa única y sostenible en el mercado textil global. Un claro ejemplo de que la bioeconomía no solo responde a desafíos económicos y ambientales, sino que también impulsa la innovación y el desarrollo de productos orgánicos con identidad propia.
Como afirma Butvilofsky: “Estamos avanzando en el valor agregado de la seda. Ya no somos solo productores de capullos, sino que estamos llevando nuestra seda a las pasarelas y desarrollando productos que ponen en alto a Misiones en el mapa de la bioeconomía.”
BioEconomia.info