Quizás tendemos a naturalizar lo que siempre está ahí, ante nuestros ojos. Aquello que forma parte de nuestro escenario cotidiano. Para quienes nacimos y/o crecimos en Neuquén hace poco más de cuatro décadas, o menos, la Feria Artesanal siempre estuvo, desde 1979, cada sábado y cada domingo en la plazoleta frente a la Catedral.
Pero detrás de ella hay una historia que revela una identidad, que defiende una cultura del oficio, que reivindica otra forma de vivir en este mundo y dentro de este sistema. Una historia de nómades y sedentarios. Una historia de un colectivo que ha resistido vaivenes políticos, económicos y culturales durante 45 años y que a partir del próximo jueves, 7 de noviembre, y hasta el lunes 11, celebrará su 31° Fiesta del Arte Popular Callejero.
(Sepa disculpar, lector, lectora, esta digresión y, quizás, exceso de autorreferencia: pasé un lustro de nomadismo en el continente latinoamericano, viviendo de la artesanía. Un impasse en la vida de una, entonces, joven periodista. Y puedo asegurar que en ningún país existe la cantidad de ferias artesanales, autogestivas y de calidad, como hay en Argentina. Y en ella, Neuquén es un sitio de referencia y excelencia, por su organización y versatilidad.)
“La Feria nació en el ‘79 con unos artesanos que iban camino a Bariloche y a Bolsón y de pasada se instalaron un tiempo acá y se fueron quedando”, cuenta Martina Fisher, integrante de la feria. A su vez, Gabriel Díaz, quien trabaja con cuero, rememora que esos primeros artesanos “estuvieron cobijados por don Jaime (de Nevares) que en ese momento dio cierto apoyo para guardar los puestos dentro de la Catedral y acompañar ese incipiente espacio cultural y de trabajo”.
De a poco, en esos años fueron sumándose más trabajadores de la artesanía. “Por un lado venían los que siempre andan viajando, de feria en feria, mucha gente viajando por América, que venían bajando desde México, haciendo la experiencia viajera, bancándola con artesanía. Otros que lo tomamos como un medio de trabajo, profesional, como es mi caso. Algunos se quedaron, otros pasaron nomás”, narra Gabriel y agrega que “en los momentos de crisis como fue en los ’90, o como suponemos pueda pasar ahora, mucha gente busca la feria como un espacio laboral para llevar un mango a su casa”.
Darío Farina también es parte de la Feria. Es joyero y al igual que Martina trabaja con plata y piedras. Sin embargo, ambos trabajos son distintos. Porque lo que distingue al trabajo artesanal, tanto de lo industrializado como de otras tradiciones de realización manual, es la creatividad de quien fabrica el producto. Con los mismos materiales, cada artesana o artesano va por un camino diferente, crea.
“La trascendencia que tiene la Feria ha sido por la organización y las pautas que tenemos para fiscalizar en cada rubro manteniendo siempre la originalidad de la transformación del producto en un porcentaje máximo que no sea una manualidad, que sea realmente artesanal, hecho a mano y atendido el puesto por el mismo artesano. Aún hoy con la proliferación de otras ferias las personas siguen viniendo a la Feria Artesanal”, dice Darío.
Hoy el espacio está integrado por alrededor de 100 puestos fijos. Todas las decisiones del colectivo se toman por mayoría en asamblea. También allí se determina quiénes se hacen cargo cada año de la organización de la Fiesta que se celebra cada noviembre. Este año, además, tiene la particularidad de un recambio generacional, en el que las y los integrantes más jóvenes de la Feria llevan adelante la organización.
Esta celebración de la Feria se llamó así porque reivindica el trabajo en el espacio público, en la calle. Tomar ese espacio que es de todos y ofrecerlo a todos. La Fiesta creció cada vez más y recibe a 400 artesanas y artesanos que llegan desde distintos puntos del país. Un evento que se destaca a nivel nacional.
Metal, cuero, madera, vitrofusión, macramé, textil, tejidos, modelado son, entre otros, los rubros que se pueden encontrar. “Dentro de la feria hay infinidad de rubros y siempre va apareciendo algo nuevo, materiales nuevos, técnicas nuevas, nuevos diseños. La artesanía argentina tiene una riqueza cultural única”, refuerza Gabriel.
Y no sólo con los puestos se encuentra el público que asiste, sino con infinidad de músicos, artistas de circo, cuentacuentos y más que ocupan las calles de la Avenida Argentina y rodean la feria. Como también es músico, Darío cuenta que durante muchos años estuvo a cargo del escenario que en aquellos años se armaba en el monumento a Evita que hay en la plazoleta.
Es que los primeros encuentros fueron menos concurridos. Gabriel evoca que comenzaron, de hecho, ante algunas gestiones municipales que tenían la intención de mover la Feria de ese lugar. Idearon esos encuentros, también para visibilizar el trabajo artesanal y poner en valor su espacio, y les pidieron a compañeros artesanos de lugares cercanos, de Bariloche o Las Grutas, por ejemplo, que vinieran. Ya para el quinto año, el encuentro era nacional y recibía a gente de lugares más remotos.
“A fines de los ‘90 no existían las ferias de diseño, las ferias de emprendedores. No existía la Fiesta de la Confluencia. En ese momento la fiesta más grande que tenía la ciudad era la que hacíamos desde la Feria. A pulmón, con esfuerzo propio, porque ahora contamos con el apoyo de muchas áreas del Municipio pero en aquellos años no ponía un peso, lo financiábamos nosotros con el aporte voluntario que hacían los compañeros que venían a trabajar y con el apoyo enorme de la comunidad”, explica Gabriel y subraya: “sin el apoyo de la comunidad valorando la artesanía, visitando la feria y comprándole a los mismos hacedores de lo que está arriba de la mesa, el encuentro no se hubiera sostenido en el tiempo”.
Me pregunto cuántos de nosotros podemos mirar alrededor y saber quién hizo los muebles, la ropa, los objetos que nos rodean. En la Feria pasa eso: tenemos enfrente a la persona que realizó lo que estamos viendo. Una persona que tomó una materia prima, la trabajó y la convirtió en algo que nos llevamos para usar, para lucir, para vestir. O para regalar.
“Ya pasamos a Menem, de la Rúa, el 2001, la pandemia. Incluso, actualmente, lo que estamos atravesando como sociedad en lo económico, en lo político… y acá estamos, seguimos en pie, somos muchas familias que vivimos de nuestra actividad artesanal y, si bien van fluctuando las economías, nos vamos manteniendo. Como las palmeras que están ahí en la plazoleta, y seguirán estando, así estamos nosotros”, dice, entre risas, Martina.
Se acerca, ya llega, una fiesta para recorrer, admirar y comprar. Para pasear y ver arte, gratis y al aire libre. Una fiesta para encontrarnos en tiempos de desencuentros. Y para aportar al sostén de muchas personas que viven de sus creaciones, cuya profesión es el trabajo artesanal y apuestan a una forma de vida “fuera de la lógica más mercantilista”, como expresa Martina.
O mejor recordar lo que cantaba el Pity: “a veces pienso que esa gente tan cool / no tiene chispa para conquistar / si sus monedas lo pueden comprar / ellos se olvidan de lo artesanal”.
Podés encontrar a la Feria en Instagram como @feriaartesanaldeneuquen
LMNeuquen