Como cada año, de la mano del Día Mundial del Suelo este 5 de diciembre se renueva la oportunidad de informar y generar conciencia sobre la importancia de esa capa que cubre la superficie terrestre y que opera como el sostén de vida de todas las especies vegetales, animales, y más. Se trata de un sistema vivo muy complejo que alberga agua, minerales, materia orgánica, aire y microorganismos, y que tiene interacción directa con el resto de los componentes del ambiente. Fue en 2014 que la ONU designó la fecha para sensibilizar a la sociedad y llamar la atención de los medios de comunicación y decisores políticos a los fines de impulsar medidas y proyectos relativos al tema. En este contexto, la ciencia es uno de los escenarios que con mayor compromiso aborda la temática a través de múltiples y prometedoras investigaciones que buscan conocer y potenciar la naturaleza y posibilidades asociadas a este vital recurso, y el trabajo del Instituto de Fisiología Vegetal (INFIVE, CONICET-UNLP) da cuenta de ello.
“Nuestro equipo estudia la biología de dos tipos de hongos que viven en el suelo: por un lado, los formadores de micorrizas arbusculares, que se establecen dentro de las raíces de las plantas y crecen como si fueran una extensión radicular en una relación simbiótica obligatoria que no solo no las daña sino que las beneficia al permitirles alcanzar agua y nutrientes de lugares más alejados y menos disponibles; y otros denominados saprótrofos, que se alimentan de materia orgánica muerta o en descomposición, dando lugar a transformaciones que también resultan en procesos provechosos para el ambiente”, relata el investigador del CONICET Mario Saparrat, y continúa: “De esta línea de investigación central se desprenden distintos proyectos ligados a la búsqueda de alternativas sustentables y eficientes con tres objetivos principales: la remediación de suelos contaminados por metales pesados, el control de plagas de especies hortícolas, y el desarrollo de un fertilizante natural mediante el aprovechamiento de residuos orgánicos”. Cabe mencionar que el grupo cuenta con más de veinte años en el estudio de los hongos micorrícicos, “y seguimos investigando constantemente para perfeccionar su propagación”, apunta Cecilia Arango, docente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y una de las integrantes.
El primero de los trabajos explora las posibilidades de la fitorremediación, es decir la remediación de suelos contaminados, través de la interacción de plantas con tres especies de hongos micorrícicos –Funneliformis mosseae, Rhizophagus intraradices y Septoglomus desertícola– los cuales se inoculan a los plantines para que se desarrollen dentro de sus raíces antes del trasplante. “A diferencia de los contaminantes orgánicos, los metales pesados no se degradan por reacciones fisicoquímicas, sino que perduran indefinidamente en el suelo, con lo cual la única solución es extraerlos”, explica Matias Gonzalez, becario del CONICET que lleva adelante la investigación con el objetivo de eliminar altas concentraciones de zinc y cobre. Normalmente, la remediación convencional involucra el movimiento de grandes cantidades de suelo, su lavado con ácidos muy fuertes y el uso de temperaturas extremadamente elevadas que provocan la pérdida de sus propiedades biológicas y los vuelve improductivos. De ahí que la búsqueda de estrategias que aprovechen la acción conjunta de organismos naturales y prioricen la salud del suelo se torna una valiosa alternativa sustentable.
“El papel de las plantas es esencial porque permiten justamente la extracción de los metales del suelo ya que los absorben a través de las raíces y los translocan a su parte aérea, es decir hojas y tallos. Luego de un determinado período, el vegetal se cosecha y con él se van los compuestos contaminantes”, detalla Gonzalez. Los resultados de la fitorremediación se ven con el tiempo a lo largo de varios períodos de siembra y recolección. Para agregarle valor a la investigación, el equipo utiliza flora nativa, lo que permite incrementar el conocimiento disponible para el desarrollo de estrategias completamente locales. Luego de muchos ensayos, las especies que mejores resultados han mostrado fueron dos: Tagetes minuta, una aromática conocida también como suico, utilizada por sus aceites esenciales; y Sesbania punicea, un árbol con flores naranjas abundantes y llamativas que le dan un gran valor ornamental. “Son las que mayor volumen de metales capturaron sin perder la tolerancia, manteniendo buenos niveles de crecimiento. El resultado de la interacción entre los hongos y las plantas es muy específico, con lo cual hay que estudiar caso por caso, y ahora lo que estamos haciendo es afinar los experimentos para encontrar la combinación que resulte más eficiente en todo sentido”, enfatiza Marcela Ruscitti, investigadora de la UNLP e integrante del grupo.
La segunda de las investigaciones de este equipo del INFIVE también echa mano de los mismos hongos micorrícicos, pero en este caso para luchar contra uno de los principales enemigos de los cultivos de hortalizas: Nacobbus aberrans, un nemátodo –un parásito de aspecto similar a un gusano– que habita el suelo y que ataca todo tipo de cultivos, preferentemente tomate, morrón y berenjena. El modus operandi consiste en ingresar a la raíz y formar unas bolitas muy pequeñas llamadas agallas dentro de las cuales se instalan las hembras para poner huevos. “Una vez allí, no solo les roban el alimento a las plantas, sino que provocan quebraduras y laceraciones que afectan los tejidos de conducción por los que el vegetal recibe agua y nutrientes, permitiendo además el ingreso de bacterias y otros organismos patógenos que causan enfermedades severas, y que en algunos casos llega a causar la pérdida de invernáculos enteros”, cuenta Valeria Bernardo, becaria del INFIVE que lleva adelante esta línea concretamente en cultivos de pimientos.
Esta plaga, cuya población una vez establecida en un suelo no se puede erradicar pero sí reducir, es el principal problema que afecta hoy al cinturón hortícola del Gran La Plata. La situación se ha agravado desde 2015, año en que se prohibió el uso del bromuro de metilo (BM), el gas desinfectante de suelos más utilizado y efectivo para combatir al nemátodo, luego de que se comprobaran sus efectos perjudiciales para la salud humana y la capa de ozono. “Desde entonces, los productores aplican otros productos químicos que matan a todos los organismos del suelo, incluidos los benéficos, y por eso es tan importante el desarrollo de otras maneras de controlarlo”, describe Bernardo. Las plantas micorrizadas, en este sentido, son una excelente alternativa debido a dos mecanismos: por un lado, al ocupar el nicho en el que vive el parásito, le impide ingresar; y, por otro, porque cambian la composición química de algunos compuestos que liberan las raíces, afectando su movilidad del patógeno y pudiendo, incluso, compensar el daño en ellas.
En este punto de la investigación aparecen el otro tipo de hongos empleados, los saprótrofos, concretamente dos especies llamadas Purpureocillium lilacinum y Pleurotus ostreatus, que tienen la capacidad de parasitar los huevos, las hembras y los juveniles de N. aberrans, y también de liberar toxinas con efecto nematicida. “En una estrategia integral como la que se busca, lo ideal es trasplantar plantines micorrizados y al mismo tiempo introducir los saprótrofos al suelo mediante sistema de riego, por ejemplo, para sumar su acción y tener como resultado la máxima reducción de la población del nemátodo posible, hasta niveles que no afecten económicamente el cultivo”, apunta Laura Wahnan, profesional del CONICET. Actualmente, los ensayos se concentran en probar distintos momentos de inoculación y analizar qué sucede tras esta combinación de acciones, “ya que observamos que se da una sinergia que no solo está disminuyendo a la plaga en aproximadamente un 50 por ciento, sino que tiene un efecto bioestimulante, es decir que promueve el crecimiento vegetal, con lo cual las ventajas son múltiples”, añade Saparrat.
La última de las líneas de trabajo del grupo relacionada con el suelo también involucra a otros hongos saprótrofos, aquellos que se alimentan de materia orgánica, y en este caso se los estudia para la generación de una enmienda o fertilizante natural para adicionar al suelo y mejorar sus propiedades fisicoquímicas. El alimento que se da a los hongos para obtener el nuevo material es orujo de uva, el residuo sólido que queda de prensar la fruta para elaborar el vino, y que el equipo adquiere por parte de la cooperativa productora del vino de la costa, en Berisso. “De esta manera, mediante un trabajo colaborativo se reutiliza y revaloriza un subproducto que normalmente se desecha, porque es muy ácido para usar directamente en la tierra, y se genera a bajo costo un producto muy beneficioso para la productividad de los suelos”, relata Roberto Lopez, becario de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i).
“El suelo es un recurso esencial para la vida en la Tierra, pues no solo sustenta la producción de alimentos, sino que también regula ciclos fundamentales como el del agua y el carbono, y actúa como un reservorio de biodiversidad. Sin embargo, su limitada capacidad de regeneración frente al ritmo acelerado de su degradación lo convierte en un recurso frágil. A medida que crece la población y se intensifican las demandas humanas en todo sentido, el suelo enfrenta presiones sin precedentes que comprometen su funcionalidad y sostenibilidad. Por esto, es crucial reflexionar sobre la importancia de cuidarlo, promoviendo prácticas que aseguren su conservación y regeneración. Además, resulta indispensable profundizar en su estudio y comprensión, no solo para optimizar su uso en la producción agrícola, sino también para valorar su papel en el equilibrio ambiental y en el bienestar humano”, concluye el equipo de especialistas.