Por Agroempresario.com
En los remotos parajes de la Cordillera de los Andes, el cruce de ganado vacuno desde Argentina hacia Chile, particularmente por el paso de Jagüé, es una tradición que data del siglo XVIII. Este antiguo camino, cuyo auge se vivió durante los siglos XIX y XX, es testigo de la destreza y conocimiento de los arrieros, quienes con su valentía y sabiduría enfrentaban las difíciles condiciones de la cordillera para transportar ganado hacia el vecino país.
Jagüé es uno de los muchos pasos cordilleranos utilizados por los arrieros, y se encuentra a 4500 metros sobre el nivel del mar. En el siglo XIX, este paso fue de vital importancia para el comercio entre ambos países, permitiendo el traslado de ganado vacuno, mulas, caballos y otros animales a través de la montaña. Los arrieros, muchos de ellos de origen indígena o mestizo, se convirtieron en expertos del terreno y del clima, reconociendo cada rincón del paso y descifrando los vientos que soplaban en la cordillera.
Don Pepe Scalet, inmigrante italiano que llegó en 1926 a Chilecito, fue uno de los más conocidos arrieros de la región. Con el legado de su padre, que se dedicaba a la carnicería, comenzó a abastecer a la provincia de La Rioja con carne proveniente de Santa Fe. Su actividad comercial creció, y con el tiempo estableció contactos con hacendados chilenos. Así nació la titánica tarea de transportar ganado desde Santa Fe por ferrocarril hasta Nonogasta, en Chilecito, y luego continuar por el paso cordillerano hacia Chile.
El trayecto de los arrieros era arduo y duraba cerca de 20 días. Cada arreo de ganado partía de Nonogasta, con un descanso en Cachiyuyal, luego en la cuesta de Miranda y en Piedra Pintada, donde se encontraba agua y pasto para alimentar a los animales. Al llegar a Villa Castelli, la hacienda descansaba y se alimentaba con alfalfa durante cinco días. Finalmente, al llegar a Jagüé, se les colocaban los "callos", unos implementos semejantes a herraduras, para proteger los pies de los vacunos durante el cruce de la cordillera.
En Jagüé, Don Pepe se encontraba con Liborio Ramos, un baquiano de la región que conocía los secretos de la montaña. Liborio tenía una relación casi mística con los vientos de la cordillera, y su sabiduría era clave para determinar si las condiciones eran favorables para el cruce. “Cuando sienta que en la cordillera los vientos están ausentes, debe andar con mucho cuidado”, le aconsejaba Liborio a Don Pepe. Esta sabiduría sobre la meteorología cordillerana ayudaba a evitar los peligros del clima extremo, como las nieblas y el viento blanco que hacían imposible ver más allá de las manos.
El comercio de ganado por estos pasos fue fundamental para el abastecimiento de carne a las ciudades chilenas y a las minas del norte de Chile, como las de Atacama. A pesar de los desafíos del terreno y el clima, los arrieros forjaron una ruta comercial que conectaba a ambos países y que permitió el intercambio cultural y económico. Con el tiempo, este comercio se formalizó, pero el legado de los arrieros permanece en la memoria de los pueblos de la región.
Hoy, aunque el transporte de ganado y mercancías se realiza por rutas más modernas, el paso de Jagüé sigue siendo un símbolo de esfuerzo y perseverancia. Las nuevas generaciones de arrieros y baquianos recuerdan las historias transmitidas por sus mayores, evocando los sonidos de “la torada” y las conversaciones en los fogones cordilleranos, donde el viento de la montaña sigue siendo un protagonista de su historia.