Por Agroempresario.com
En la inmensidad del territorio argentino, donde conviven paisajes tan diversos como la selva misionera, la estepa patagónica y los viñedos mendocinos, los laberintos naturales y ornamentales se alzan como una propuesta turística distinta, en la que el arte, la historia y la naturaleza se entrelazan para ofrecer una experiencia reflexiva, lúdica y sensorial. Son espacios que invitan a recorrer caminos intrincados no solo con los pies, sino también con la imaginación.
A lo largo del país existen laberintos emblemáticos que se han transformado en destinos turísticos de relevancia, cada uno con su propia identidad y propuesta. Desde homenajes literarios hasta jardines inspirados en culturas ancestrales, estos espacios tienen algo en común: la capacidad de conectar al visitante con el entorno y con una experiencia que trasciende lo meramente recreativo. Se trata, además, de iniciativas que impulsan el turismo ecológico, educativo y familiar, en armonía con la naturaleza y la historia local.
El más conocido de todos es, sin dudas, el Laberinto de Borges, ubicado en la Finca Los Álamos de San Rafael, Mendoza. Este espacio fue concebido como un homenaje al célebre escritor argentino Jorge Luis Borges, cuya obra está profundamente ligada al simbolismo del laberinto como representación del tiempo, el destino y el pensamiento.
Diseñado por el artista y diplomático británico Randoll Coate, el laberinto tiene la forma de un libro abierto, con las iniciales de Borges (JLB), un reloj de arena y el bastón que utilizaba, todo representado en la traza de sus senderos. Con más de 12.000 arbustos y una superficie que supera los 8.700 m², es una obra monumental que fusiona el arte paisajístico con la literatura. Además, está rodeado de bodegas, museos y propuestas gastronómicas que complementan la experiencia del visitante.
En la localidad de El Hoyo, provincia de Chubut, se encuentra el Laberinto Patagonia, el más grande de Sudamérica. Construido con más de 2.000 cipreses y pinos, este laberinto propone un recorrido desafiante con ocho puertas de ingreso, cinco salidas falsas y senderos que se bifurcan constantemente. Rodeado de bosques nativos y con vistas privilegiadas a los cerros Pirque y Plataforma, ofrece una experiencia única para los amantes de la naturaleza.
Este emprendimiento familiar también funciona como parque temático, con actividades para niños y adultos, espacios de descanso, juegos al aire libre y una cafetería. Es una propuesta ideal para disfrutar en familia, combinando el desafío del recorrido con el disfrute del paisaje y la tranquilidad patagónica.
Más al norte, en la provincia de Misiones, se encuentra el Laberinto de Montecarlo, quizás el menos conocido pero no por ello menos interesante. Lo que lo distingue es su entorno natural: se encuentra enclavado en plena selva misionera, rodeado de una vegetación exuberante que le otorga un aire salvaje y casi místico.
A diferencia de otros laberintos más formales o simétricos, el de Montecarlo aprovecha el terreno natural para ofrecer un recorrido más orgánico, inmerso en la biodiversidad de la región. Es una opción ideal para quienes buscan una conexión más directa con la naturaleza y una experiencia turística más inmersiva, lejos de los circuitos tradicionales.
Por último, en el corazón de la Ciudad de Buenos Aires, el Jardín Japonés ofrece una experiencia que, aunque no incluye un laberinto en sentido estricto, sí propone senderos sinuosos, puentes y pasajes entre vegetación exuberante que evocan la sensación de perderse en un jardín laberíntico. Este espacio, considerado uno de los jardines japoneses más grandes fuera de Japón, combina estética, tradición oriental y serenidad, convirtiéndose en un remanso de paz en medio del ritmo porteño.
El jardín cuenta con sectores temáticos, lagos con peces koi, casas de té y actividades culturales permanentes. En sus caminos, el visitante puede experimentar una forma distinta de recorrer, donde la contemplación y el simbolismo están presentes en cada paso.
Cada uno de estos laberintos ofrece algo más que un paseo: proponen un viaje interior, una conexión con la historia, el arte, la literatura y el paisaje. Son destinos que combinan lo lúdico con lo cultural, ideales para todas las edades y especialmente atractivos para quienes buscan alternativas de turismo sustentable, educativo y emocionalmente enriquecedor.
En tiempos donde la desconexión y el contacto con la naturaleza ganan cada vez más valor, estos laberintos se presentan como espacios en los que perderse es, quizás, la mejor forma de reencontrarse.