Por Agroempresario.com
Bajo nuestros pies, existe un mundo oculto tan vasto como fascinante: una red subterránea de hongos que conecta raíces, transporta nutrientes vitales y desempeña un rol fundamental en la captura de carbono atmosférico. Aunque esta trama natural pueda parecer propia de la ciencia ficción, su existencia es real y fue una de las fuentes de inspiración de la serie The Last of Us.
En una de sus escenas más recordadas, los infectados de la serie reaccionan en cadena debido a una conexión subterránea. Esta idea, aunque dramatizada para el entretenimiento, tiene su contraparte científica en las redes miceliales: sistemas formados por hongos que existen desde hace más de 450 millones de años y que representan una de las formas más eficientes de distribución de recursos en la naturaleza.
Estos entramados subterráneos están compuestos por hongos micorrízicos, organismos que establecen relaciones simbióticas con las raíces de las plantas. A través de esa asociación —conocida como micorriza— los hongos intercambian nutrientes esenciales como nitrógeno, fósforo y carbono, beneficiando a ambas partes.
Recientes investigaciones detallan que el crecimiento del micelio se produce mediante pulsos: las puntas activas avanzan como olas que dejan tras de sí estructuras filamentosas capaces de absorber agua y nutrientes del suelo. Además, estos sistemas presentan fusiones internas que permiten regular la expansión, evitar la congestión y maximizar la eficiencia.
Cuando se necesita acortar distancias, las redes miceliales forman bucles estructurales y, si es necesario incrementar la capacidad de transporte, ensanchan sus filamentos en ambas direcciones, dando lugar a auténticas "supercarreteras" bajo tierra.
Por su diseño y su dinámica, las redes de micelio fueron comparadas con una especie de internet subterráneo. Esta analogía —popularizada en el ámbito científico-divulgativo— no es casual: al igual que internet, el micelio conecta múltiples organismos, permite el flujo bidireccional de recursos e información química, y responde de manera descentralizada a las condiciones cambiantes de su entorno.
A través de esta red, los árboles y otras plantas no sólo comparten nutrientes, sino también señales de alerta ante amenazas como plagas o sequías. Así, una planta atacada puede enviar "mensajes" que preparan a otras para activar sus defensas antes de que llegue el peligro.
Más allá de su importancia ecológica, las redes fúngicas cumplen un rol crucial en la mitigación del cambio climático. Estudios recientes indican que los hongos micorrízicos capturan anualmente alrededor de 13.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, almacenándolo en el suelo de manera estable.
Consciente de esta función vital, un equipo de investigación liderado por la bióloga evolutiva Toby Kiers, de la Vrije Universiteit de Ámsterdam, trabaja en la elaboración de un mapa global de las redes miceliales. El objetivo es identificar los "puntos calientes" de captura de carbono y biodiversidad, en ecosistemas que van desde desiertos hasta selvas tropicales.
Para comprender mejor estas estructuras, el grupo de Kiers desarrolló un sistema robótico capaz de observar y registrar el crecimiento del micelio con un nivel de detalle sin precedentes. En laboratorio, analizaron más de 500.000 nodos fúngicos y trazaron 100.000 trayectorias de flujo de nutrientes.
Estos experimentos revelaron que las redes no crecen de forma aleatoria. Por el contrario, toman decisiones estratégicas: evaluar si continuar explorando nuevas áreas o fortalecer el transporte de recursos existentes, todo sin un "cerebro" central, lo que sugiere una forma de inteligencia descentralizada.
"Estos hongos son comerciantes", explicó Kiers a National Geographic. "Una mala decisión puede significar la pérdida de recursos vitales o la muerte de su socio vegetal".
Aunque los resultados de estas investigaciones son prometedores, los especialistas advierten que es necesario interpretar los hallazgos con cautela. La botánica Paola Bonfante subrayó que "los experimentos de laboratorio, por más avanzados que sean, no replican la complejidad de un bosque real, donde múltiples especies interaccionan en condiciones ambientales dinámicas".
A pesar de estas limitaciones, el estudio de las supercarreteras fúngicas abre nuevas perspectivas sobre cómo funciona la vida bajo nuestros pies y cómo podríamos protegerla en un mundo cada vez más afectado por el cambio climático.