Por Agroempresario.com
En tiempos donde la velocidad de la vida urbana consume energía, tiempo y salud, algunas personas se animan a buscar una salida diferente. Es el caso de Fanny Roldán y su pareja Darío, quienes decidieron cambiar radicalmente de vida: dejaron atrás la ciudad de Córdoba y apostaron por un pueblito casi secreto, La Paisanita, en el valle de Paravachasca, para levantar allí su propio paraíso serrano y fundar un emprendimiento turístico con alma, historia y mucha conexión con la naturaleza.
La Paisanita es un diminuto poblado cordobés con apenas 200 habitantes. Ubicado a sólo 45 kilómetros de Córdoba capital y a 10 km de Alta Gracia, sorprende por la belleza de su entorno natural: árboles nativos, montañas suaves, caminos de tierra prolijamente cuidados, construcciones de adobe estilo colonial y el canto constante de los pájaros. Su tesoro más preciado es el río Xanaes (o Río Segundo), de aguas transparentes, donde se forman cascadas y piletones ideales para nadar, descansar o simplemente contemplar.
Aunque se encuentra tan cerca de grandes ciudades, La Paisanita es aún desconocida incluso para muchos cordobeses. La tranquilidad del lugar, su cielo límpido, y el ritmo pausado de su gente lo convierten en un refugio soñado para quienes buscan alejarse del ruido. Un símbolo del pueblo es su particular mirador en forma de hongo, ubicado en medio del río, donde aún hoy pueden encontrarse restos arqueológicos de la cultura comechingona, como puntas de flechas o fragmentos de cerámica.
Fanny es psicóloga y trabajaba en la ciudad. Darío tenía una empresa de muebles en Córdoba. En 2020 compraron un terreno en La Paisanita con la intención de usarlo como depósito para la fábrica. Pero algo en el entorno los tocó profundamente: donde iba a haber estanterías y cajas, apareció un moderno loft, que primero fue su hogar y luego el puntapié inicial para un proyecto turístico integral. Así nació Villa Kamiare, nombre que significa “gente de la sierra” en la lengua de los comechingones.
La idea inicial fue ampliándose hasta convertirse en un complejo que hoy cuenta con tres cabañas de diseño rústico y moderno a la vez, además del loft original. Cada cabaña puede albergar hasta seis personas y ofrece todo lo necesario para una estancia de confort absoluto: cocina equipada, baños de alta presión, aire acondicionado, wifi, y espacios amplios con vistas privilegiadas del valle. El loft, llamado Naguán (cacique), tiene además un jacuzzi al aire libre y bajada directa al río con una playa de arena fina.
“Nos enamoramos de este lugar desde el primer día. En 2023 se nos presentó la oportunidad de alquilar un casco de estancia y tres cabañas ubicadas en el mismo lote donde está el loft, y ahí arrancó todo formalmente. Lo restauramos con mucho amor y dedicación. Fue un trabajo enorme, pero lo hicimos poniendo lo mejor de nosotros”, cuenta Fanny.
Los nombres de las cabañas también rinden homenaje a la cultura originaria: Inti (Sol), Quiya (Luna) y Pachamama (Madre Tierra). El respeto por la identidad del lugar, tanto natural como histórica, se percibe en cada rincón de Villa Kamiare. Nada está librado al azar: desde la elección de los materiales hasta los detalles de decoración que combinan calidez, diseño y esencia local.
Más allá del alojamiento, el proyecto tiene una dimensión más profunda: la de ofrecer experiencias. Fanny sigue ejerciendo su profesión como psicóloga, y desde su habitación con terraza organiza retiros terapéuticos individuales, y en el futuro, también grupales. “Quiero sumar propuestas que integren meditación, yoga, alimentación saludable y medicina natural. Mi visión de la terapia es amplia: incluyo el cuerpo, el movimiento y el mindfulness”, explica.
En el entorno de La Paisanita se pueden realizar caminatas, cabalgatas, paseos en bicicleta, avistaje de aves o simplemente descansar y contemplar. La biodiversidad es uno de los grandes encantos del lugar: se pueden ver desde benteveos hasta los quijotes, unas aves planeadoras de gran tamaño. La noche, con su cielo estrellado, se vuelve una postal inolvidable. No es raro que los visitantes fantaseen con quedarse a vivir para siempre.
La gastronomía es otro aspecto que Villa Kamiare aborda con sensibilidad. Si bien en el pueblo no hay muchas opciones gastronómicas, Fanny y Darío suplieron esa carencia ofreciendo productos caseros a los huéspedes: pan, masa para pizza, pastas y otros alimentos listos para cocinar. Además, cada cabaña cuenta con parrilla para que los turistas puedan disfrutar de un asado bajo las estrellas, o una pizza al carbón, en absoluta privacidad.
Para quienes desean salir a comer, hay muy buenas opciones a pocos kilómetros: en Alta Gracia se destacan Los Aromos, Herencia y el Bistró del Alquimista, mientras que en La Bolsa está la popular parrilla de Juan.
El éxito del emprendimiento no sólo se mide en reservas —que no paran de crecer—, sino también en las experiencias de quienes pasan por allí. Muchos llegan buscando descanso y se van conmovidos por la paz, el contacto con la naturaleza, y la energía especial del lugar. “Queremos que cada persona que venga se sienta como en casa, pero con el plus de estar inmerso en un entorno único. Aquí el tiempo se desacelera, y eso vale más que cualquier lujo”, concluye Fanny.
El caso de Villa Kamiare refleja una tendencia creciente: cada vez más personas abandonan la vida urbana para apostar por un estilo más simple, conectado y sustentable. Emprendimientos como este no solo revalorizan el turismo rural y natural, sino que también recuperan saberes ancestrales, lenguas olvidadas y formas de habitar el mundo con mayor armonía. Y La Paisanita, ese rincón escondido del valle de Paravachasca, se vuelve así el escenario perfecto para esos nuevos comienzos.