Por Agroempresario.com
En medio de un proceso de desinflación que comenzó a consolidarse en abril, el Gobierno nacional enfoca su estrategia económica en lograr que la inflación mensual se ubique en torno al 1% lo antes posible. Esa meta no es solo simbólica: representa el techo de aumento permitido para la banda cambiaria, una herramienta clave del nuevo esquema de estabilización acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Según los datos difundidos por el INDEC, la inflación de abril fue del 2,8%, una baja significativa respecto al 3,8% de marzo y menor a la expectativa de los analistas del Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) que estimaban 3,2%. El alivio también se ve reflejado en las proyecciones para mayo, donde el índice podría retroceder aún más hasta la zona del 2,2%, principalmente gracias a la estabilidad del tipo de cambio y el control monetario.
Sin embargo, para el modelo de ancla cambiaria del Ministerio de Economía, liderado por Luis Caputo, ese ritmo de descenso aún es insuficiente. Mientras la banda superior de la cotización del dólar se ajusta apenas 1% mensual, cada punto adicional de inflación implica un deterioro del tipo de cambio real, encareciendo la economía en dólares. Esto repercute negativamente en la competitividad de las exportaciones y, al mismo tiempo, alienta el ingreso de productos importados.
El presidente Javier Milei ha expresado en varias oportunidades que su objetivo es consolidar una “economía sana”, basada en el equilibrio fiscal, la baja de la inflación y un sistema de libre competencia. En este marco, el Gobierno insiste en que la convergencia de la inflación mensual hacia el 1% es condición necesaria para evitar presiones cambiarias que compliquen el sendero de estabilización.
El problema es que, aunque el índice de precios comienza a ceder, la inflación núcleo –que excluye factores estacionales y regulados– continúa elevada. En abril, alcanzó el 3,2%, una señal de que las tensiones subyacentes siguen presentes. La mayor parte de la desaceleración se dio por la moderación en el rubro alimentos (2,9%), aunque productos puntuales como el aceite y la carne todavía mostraron subas significativas, del 5% y 4% respectivamente.
El dato preocupa porque, si bien los niveles actuales son considerablemente más bajos que los de meses anteriores, el Gobierno necesita mayor velocidad en la desaceleración. Especialmente teniendo en cuenta el calendario electoral: el dato de septiembre será el último antes de las elecciones legislativas, y se espera que marque un nivel que refleje la gestión de Milei en materia inflacionaria.
De acuerdo con el último REM, la inflación tocaría el 2% en julio, perforaría ese umbral en agosto con un índice estimado de 1,8% y luego volvería a subir al 2% en septiembre. No obstante, las principales consultoras del mercado ya comenzaron a revisar sus proyecciones a la baja. Algunas firmas incluso sugieren que el índice podría acercarse más rápido al 1,5%, si se mantienen los actuales niveles de estabilidad del dólar oficial y el gasto público continúa contenido.
Un elemento central en la estrategia del Gobierno es el impulso a la competencia de precios mediante la apertura comercial. La reciente eliminación de aranceles para productos electrónicos como celulares, consolas y monitores se suma a la quita previa del impuesto PAIS sobre importaciones. La lógica detrás de estas medidas es simple: mayor oferta, menores precios. Sin embargo, esto también impacta en el entramado productivo local, que sigue enfrentando dificultades para competir en un contexto de encarecimiento en dólares.
El índice de precios de abril también evidenció una recomposición relativa de algunos sectores. El rubro “restaurantes y hoteles” lideró las subas con un 4,9%, seguido por “recreación y cultura”. La indumentaria también mostró aumentos por encima del promedio general, lo que revela que el proceso de desinflación es dispar y todavía está lejos de consolidarse en todos los sectores.
Desde el Ministerio de Economía confían en que la política monetaria restrictiva, la baja del déficit fiscal y la progresiva normalización del mercado cambiario permitirán consolidar la tendencia bajista. “Estamos en un camino claro hacia la remonetización de la economía, tanto en pesos como en dólares”, sostuvo Caputo en su última exposición. Y agregó: “La economía está sana. La nominalidad cae, la tasa de interés baja y eso permite recuperar el crédito”.
Pero el contexto externo no ayuda. A medida que se acerque el segundo semestre, se espera una menor liquidación de divisas por parte del agro, sumado a una posible presión adicional sobre el dólar producto de la búsqueda de cobertura ante el clima electoral. Todo esto podría jugar en contra del anclaje cambiario y de los objetivos del Gobierno en materia de inflación.
El camino hacia una inflación de 1% mensual es, entonces, una carrera contrarreloj. La lógica técnica del plan económico libertario necesita que los precios se acomoden lo suficientemente rápido como para no poner en riesgo el tipo de cambio real ni la estabilidad alcanzada. Pero también debe lidiar con factores estructurales que dificultan esa tarea: inercia inflacionaria, presión sobre los salarios, subas estacionales y un contexto político que puede alterar las expectativas.
En resumen, el Gobierno logró retomar el sendero de la desinflación, pero enfrenta el desafío de acelerarlo para evitar que el tipo de cambio pierda competitividad y se dispare la demanda de divisas. El éxito o el fracaso de ese proceso se medirá, inevitablemente, en las urnas de octubre.