Por Agroempresario.com
El comercio exterior colombiano atraviesa un momento crítico. La combinación de factores globales —como las tensiones geopolíticas, la guerra comercial entre potencias y los cuellos de botella en rutas marítimas— con problemas estructurales internos —infraestructura deficiente, altos costos logísticos y una normativa desactualizada— ha colocado al país en una situación de vulnerabilidad creciente. El retroceso de las exportaciones hacia China y el aumento sostenido de las importaciones desde ese país evidencian un desequilibrio preocupante, con consecuencias directas sobre la economía nacional.
Durante el primer trimestre de 2025, las exportaciones colombianas hacia China cayeron un 22,2% en valor, pasando de US$648,8 millones en 2024 a US$504,9 millones este año. Sin embargo, el dato más alarmante es la caída del 62% en volumen físico, con solo un millón de toneladas métricas exportadas.
China, que en años anteriores llegó a ser uno de los principales destinos para materias primas colombianas —como carbón, petróleo y metales—, hoy representa apenas el 4,2% del total de exportaciones del país. En contraste, Estados Unidos concentra el 30,1% y Panamá un 7,8%, lo que marca un cambio en la geografía comercial y una pérdida de relevancia del mercado asiático para Colombia.
La caída en las exportaciones no se explica únicamente por la menor demanda china. Factores globales también han incidido directamente. El conflicto en el Mar Rojo, los efectos residuales del COVID-19 sobre las cadenas de suministro globales, y la reconfiguración de rutas marítimas producto de la guerra comercial entre China y Estados Unidos han generado demoras, aumento de costos y una menor frecuencia de envíos.
A esto se suman las tarifas cruzadas impuestas por algunas potencias sobre productos asiáticos, que han desincentivado el flujo comercial desde Colombia hacia el continente asiático, impactando la competitividad del país en esos mercados.
En el plano interno, Colombia enfrenta serias limitaciones en materia de logística. El transporte terrestre, que debería conectar eficientemente centros de producción con puertos y aeropuertos, es uno de los principales cuellos de botella. Las vías en mal estado, la escasa digitalización de procesos logísticos, las restricciones horarias para operar camiones y la ausencia de un sistema de transporte multimodal impactan directamente en los tiempos de entrega y en los costos finales.
Los costos logísticos en Colombia representan hasta el 17,9% del valor de los productos, una cifra muy por encima del promedio de países desarrollados. Para ponerlo en perspectiva, en la OCDE, ese porcentaje ronda el 8%. Esta diferencia erosiona la competitividad del país, tanto en exportaciones como en abastecimiento interno.
Mientras las exportaciones a China se desploman, las importaciones provenientes de ese país siguen en ascenso. Entre enero y febrero de 2025, Colombia importó productos por US$2.937 millones, un 19,7% más que en el mismo periodo de 2024. Esta asimetría profundiza el déficit comercial bilateral.
Los principales productos importados desde China incluyen dispositivos electrónicos, vehículos, maquinaria liviana y bienes de consumo masivo. La creciente dependencia de estos productos refuerza una estructura económica importadora que afecta la balanza de pagos y pone presión sobre el tipo de cambio.
Un aspecto crítico es la pobre integración entre modos de transporte. La falta de coordinación entre ferrocarriles, transporte terrestre, puertos y aeropuertos impide aprovechar economías de escala y genera redundancias operativas. Esto repercute en sobrecostos, demoras y menores márgenes de ganancia para exportadores e importadores.
Además, la regulación aduanera y logística no ha evolucionado al ritmo de las exigencias del comercio internacional. La burocracia excesiva, los procedimientos manuales y la falta de trazabilidad siguen siendo obstáculos para un comercio fluido, moderno y competitivo.
Las pequeñas y medianas empresas (pymes), que dependen de exportaciones o importaciones para sostener su actividad, son las más afectadas. La falta de previsibilidad, los costos elevados y los retrasos logísticos limitan su capacidad de crecer o incluso de sostenerse en el mercado.
Para los consumidores, esto se traduce en aumento de precios, menor disponibilidad de productos y una oferta más restringida. La inflación importada, derivada de estos problemas logísticos, puede afectar aún más la economía doméstica, especialmente en un contexto de desaceleración económica regional.
Frente a este panorama, la diversificación de la matriz exportadora es una prioridad impostergable. Colombia necesita ampliar su oferta hacia productos agrícolas no tradicionales, servicios tecnológicos, industrias culturales y manufacturas con valor agregado.
Sin embargo, la diversificación no será posible sin una transformación logística. Se requiere una modernización urgente de rutas, puertos y procesos logísticos, junto con una reforma normativa que simplifique trámites y promueva la adopción de tecnologías como el blockchain y la inteligencia artificial para mejorar la trazabilidad y reducir costos.
La actual coyuntura no es solo un problema técnico o logístico. Es un desafío de política pública y de visión estratégica de largo plazo. Colombia debe repensar su inserción internacional con criterios de sostenibilidad, resiliencia y diversificación, fortaleciendo las relaciones comerciales con nuevos socios y apostando a una logística moderna, integrada y competitiva.
La apuesta no puede seguir centrada únicamente en materias primas. Es hora de dar el salto hacia un comercio exterior inteligente, sostenible y conectado con las nuevas demandas globales.