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Por Agroempresario.com
En un escenario internacional cada vez más volátil, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece estar moldeando una visión geopolítica que remite a los imperios del siglo XIX. A través de declaraciones, acciones diplomáticas y negociaciones comerciales, Trump sugiere un acuerdo implícito entre las tres superpotencias del siglo XXI –Estados Unidos, China y Rusia– para dominar sus respectivas esferas de influencia. Esta estrategia, que evoca los regímenes imperiales del pasado, podría redefinir las relaciones internacionales en los próximos años.
En recientes entrevistas y actos públicos, Trump ha dejado entrever que su objetivo es formalizar un nuevo orden mundial. Las esferas de influencia –concepto clásico de la diplomacia decimonónica– estarían repartidas entre Estados Unidos (América), Rusia (Europa del Este y Asia Central) y China (Asia-Pacífico). Según analistas, esta redistribución del poder mundial busca estabilizar los conflictos mediante una delimitación clara de dominios regionales.
Las señales abundan. Trump ha sugerido anexar Groenlandia a EE.UU., reactivar el control sobre el Canal de Panamá y hasta incorporar a Canadá. Estas ideas, aunque controvertidas, refuerzan su interés por consolidar la hegemonía estadounidense en el hemisferio occidental.
En la última semana de mayo, Trump sostuvo una extensa conversación telefónica con el presidente ruso Vladimir Putin, centrada en el conflicto de Ucrania. Según fuentes de la Casa Blanca, el presidente estadounidense habría propuesto reconocer la ocupación rusa de Crimea y el este ucraniano a cambio del acceso norteamericano a los recursos minerales del país.
En paralelo, Trump también presiona al líder chino Xi Jinping para negociar un nuevo acuerdo comercial. "Todos quieren cerrar acuerdos, pero yo soy como un local enorme y hermoso donde todos quieren ir a comprar", dijo el mandatario en una entrevista con la revista Time.
Este estilo de diplomacia transaccional pone en evidencia un enfoque pragmático, donde los intereses estratégicos priman sobre los principios ideológicos. La búsqueda de acuerdos bilaterales, sin participación de organismos multilaterales, es una constante del trumpismo.
En línea con su política exterior, Trump ha enviado a su secretario de Estado, Marco Rubio, a fortalecer la influencia estadounidense en América Latina y el Caribe. En El Salvador, Rubio negoció con Nayib Bukele para establecer un centro de detención de inmigrantes deportados desde EE.UU., mientras que en Panamá presionó para que los puertos controlados por una empresa china pasen a manos estadounidenses.
En Surinam, Rubio fue consultado sobre las posibles esferas de influencia. Aunque negó que se estuviera discutiendo un reparto formal del mundo, afirmó: "Estados Unidos es una nación del Indo-Pacífico. Tenemos relaciones con Japón, Corea del Sur y Filipinas, y esas relaciones se van a mantener".
Las ambiciones imperiales de Trump no están exentas de tensiones. La reciente elección de Mark Carney como primer ministro de Canadá, tras una campaña crítica hacia el mandatario estadounidense, evidencia la resistencia de algunos países vecinos.
La negativa de Groenlandia a ser vendida, la presión china en el Canal de Panamá y los roces con la Unión Europea y la OTAN muestran los límites de la estrategia norteamericana. Mientras tanto, en Asia, los temores por un posible abandono de Taiwán por parte de Washington crecen, en medio de elogios continuos de Trump hacia Xi Jinping.
"Pekín le encantaría llegar a un gran acuerdo de ‘esferas de influencia’ con Estados Unidos. Y para Pekín, el foco primordial será Taiwán", advierte Yun Sun, experta en China del Centro Stimson.
Aunque algunos observadores interpretan las acciones de Trump como parte de un plan geopolítico de largo plazo, otros señalan que sus decisiones son más impulsivas que estratégicas. Stephen Wertheim, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, afirma que la única constante es el deseo de Trump por ampliar la esfera de influencia de EE.UU. en el hemisferio occidental.
Monica Duffy Toft, profesora de la Universidad de Tufts, argumenta en Foreign Affairs que las potencias actuales buscan recuperar la gloria del pasado. "Dominar y ampliar la propia esfera de influencia parece recuperar una sensación de grandeza que se desvanece", sostiene.
La guerra en Ucrania es el epicentro de esta posible reconfiguración global. La propuesta de Trump implicaría dividir el país entre Rusia y Estados Unidos, con beneficios materiales para ambos. La cesión de recursos minerales a empresas norteamericanas y el reconocimiento de la ocupación rusa serían los pilares de un acuerdo que recuerda los pactos coloniales del siglo XIX.
Para muchos europeos, la postura de Trump representa una amenaza a la seguridad del continente. Su escepticismo hacia la OTAN y su cercanía con Putin refuerzan los temores de una retirada estadounidense del frente europeo.
En el Indo-Pacífico, la política de Trump también genera incertidumbre. El apoyo militar a Taiwán, aunque respaldado por el Congreso, podría verse comprometido si Trump prioriza un gran acuerdo con China. Sus elogios constantes a Xi Jinping y su deseo de normalizar relaciones hacen temer una posible claudicación en temas clave de seguridad regional.
No obstante, figuras como Marco Rubio insisten en que las alianzas tradicionales se mantendrán. “No hablamos de esferas de influencia”, dijo, intentando desmarcarse de una narrativa que podría generar resistencias tanto internas como externas.
