Por Agroempresario.com
El pasado lunes 2 de junio, el volcán Etna, ubicado en la isla italiana de Sicilia, volvió a captar la atención mundial al entrar en erupción con una columna de humo y cenizas que alcanzó los 5.000 metros de altura. La actividad volcánica, monitoreada en tiempo real por el Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología (INGV), no dejó víctimas ni daños en zonas habitadas, pero encendió las alarmas de protección civil y reavivó el interés por este coloso geológico.
La erupción del Etna fue calificada como “violenta” por los científicos del INGV. Se registraron flujos piroclásticos —una mezcla de gases tóxicos, cenizas y fragmentos de roca extremadamente calientes— y emisiones de lava, aunque ninguno de estos fenómenos alcanzó zonas habitadas. A pesar de su espectacularidad, el evento no representó una amenaza inmediata para la población.
La nube de ceniza, visible desde kilómetros a la redonda, obligó a las autoridades a emitir alertas de seguridad y a reforzar el monitoreo en las laderas del volcán. La aviación comercial también fue advertida sobre posibles riesgos por la presencia de cenizas en las rutas aéreas.
Con una altura actual de 3.369 metros, el Etna es el volcán más alto y activo de Europa. La reciente erupción incluso provocó un leve aumento en su altitud, según detalló el INGV. Su extensión es impresionante: abarca 1.190 kilómetros cuadrados, lo que duplica la superficie del Monte Vesubio.
La historia geológica del Etna se remonta a casi 500.000 años. Comenzó como una formación submarina, y su evolución lo llevó a emerger y crecer hasta convertirse en la montaña que domina el paisaje siciliano. En su cima se encuentran cuatro cráteres principales: Cráter Noreste, Vorágine, Bocca Nuova y Cráter Sureste.
Uno de los episodios más devastadores en la historia del Etna ocurrió en marzo de 1669. Aquel año, una violenta erupción desencadenó una tragedia sin precedentes: gases tóxicos provocaron la asfixia de miles de personas, y un flujo de lava destruyó por completo la ciudad de Catania.
Los intentos de la población por contener la lava fueron infructuosos. Se estima que unas 20.000 personas murieron, muchas de ellas al negarse a evacuar sus hogares. Este evento marcó un antes y un después en la gestión de riesgos volcánicos en Europa y permanece como una advertencia latente sobre el poder destructivo de estos fenómenos naturales.
La actividad del Etna ha sido prácticamente continua en las últimas dos décadas. Antes del año 2001, el volcán solía entrar en erupción cada dos años. Desde entonces, su comportamiento cambió, y hoy es capaz de registrar múltiples episodios eruptivos en un mismo año.
Gracias al trabajo permanente del INGV y a los avances en sensores sísmicos, geotérmicos y satelitales, el Etna es hoy uno de los volcanes mejor vigilados del planeta. Las autoridades italianas han implementado planes de emergencia y rutas de evacuación para las comunidades cercanas, que suman cerca de una cuarta parte de la población de Sicilia.
El Etna no solo impresiona por su actividad física, sino también por el lugar que ocupa en el imaginario cultural y mitológico de Italia y Europa. En la antigüedad, los romanos creían que el volcán era una de las entradas al inframundo. Según la mitología, el dios Vulcano trabajaba en una forja bajo el Etna, ayudado por cíclopes. Cuando se enojaba, las erupciones eran vistas como manifestaciones de su furia.
Otra leyenda afirma que bajo la montaña yace Tifón, un monstruo derrotado por Zeus, cuya rabia da origen a los sismos y erupciones. Estas historias forman parte del folclore siciliano y alimentan el simbolismo que envuelve al Etna desde tiempos antiguos.
El nombre “Etna” deriva del griego antiguo “Aitne”, relacionado con el verbo “aitho”, que significa “quemar” o “encender”. Esta denominación aparece en textos clásicos de autores como Cicerón y Ovidio. En la mitología, Aitne era también una ninfa, hija de Urano y Gea, considerada la deidad protectora de la montaña. Así, el volcán ha sido visto durante siglos no solo como una amenaza, sino también como un ser con alma y voluntad.
El Etna es mucho más que un volcán activo: es un símbolo de la fuerza de la naturaleza, una fuente constante de estudio científico, un protagonista de la historia europea y un elemento vital en la identidad cultural siciliana. Su reciente erupción es un recordatorio de que, aunque la tecnología ha avanzado, la Tierra sigue siendo impredecible y poderosa.
La convivencia con este gigante sigue siendo un desafío para las autoridades locales, que deben equilibrar la seguridad de los habitantes con la promoción del turismo, la agricultura volcánica y la preservación ambiental. Por ahora, la montaña ha vuelto a dormir… pero nadie sabe por cuánto tiempo.