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Por Agroempresario.com
Con la llegada del feriado de junio, crecen las ganas de hacer una escapada corta, que permita cortar con la rutina, renovar energías y, por qué no, descubrir lugares nuevos. En ese plan, no es necesario recorrer cientos de kilómetros: a veces, a solo una hora de Buenos Aires, existen pequeños tesoros escondidos que combinan historia, calidez y sabores únicos. Uno de esos sitios es Manzanares, una localidad bonaerense que, sin hacer mucho ruido, se transformó en una meca para los amantes de la gastronomía artesanal. En especial, para quienes disfrutan de la buena pastelería, el ambiente de pueblo y las recetas hechas con cariño.
En el corazón de Manzanares, dos propuestas familiares se convirtieron en referentes gastronómicos: Pachu Pastelería y Restaurante 1888. Ambas, con estilos diferentes pero una misma esencia: ofrecer productos hechos con dedicación, creatividad y sabor. Y ambas, también, impulsadas por una historia de amor y de trabajo conjunto que comenzó en una cocina casera y hoy invita a cientos de visitantes cada semana.
Todo empezó con una pasión temprana. Pachu Jordán, fundadora del espacio, recuerda que desde muy chica se sintió atraída por la cocina, en especial por el mundo de la pastelería. “Cuando terminé el colegio ya vendía tortas desde casa”, cuenta. Ese impulso la llevó a estudiar gastronomía en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG), en una época en que la carrera de pastelería aún no existía como tal. Luego vinieron años de formación, experiencia en restaurantes y pastelerías, y finalmente, una decisión que cambiaría su vida: apostar de lleno por su emprendimiento personal.
Lo que comenzó como pedidos de tortas entre conocidos creció con el boca en boca. Al poco tiempo, su cocina se volvió una pequeña fábrica de delicias. El paso siguiente fue abrir su propio local en Manzanares, un espacio que combina estética vintage, aromas envolventes y una atención cálida que invita a quedarse. “Siempre soñé con tener mi casa de té”, confiesa. Hoy, Pachu Pastelería ofrece un abanico de sabores caseros: desde scones de queso y chipás hasta tortas elaboradas con masa de almendras, cheesecakes y marquise de chocolate.
Cada preparación tiene una historia. Y cada historia, una raíz emocional. Pachu destaca que sus recetas no solo buscan el equilibrio entre lo clásico y lo creativo, sino también transmitir ese “algo más” que solo tiene lo hecho con amor. “Yo soy de las que cuando viajan se detienen a tomar un cafecito. Quería traer ese espíritu a mi lugar”, explica. Y lo logró. Porque más allá de los sabores, hay algo en el ambiente que genera conexión, un clima hogareño que hace que los visitantes vuelvan.
A pocos metros de la pastelería, la experiencia gastronómica se completa con Restaurante 1888, dirigido por el chef José Luis Mastellone, suegro de Pachu. Este restaurante se especializa en cocina mediterránea con un fuerte arraigo local. Ofrece pescados frescos, pastas caseras, mariscos y cortes de carne seleccionados. Además, cuenta con una cava de vinos que invita a maridar cada plato con etiquetas de primer nivel.
“El lugar estaba bastante deteriorado, pero vimos el potencial y decidimos apostar en familia”, cuenta Pachu. La renovación fue total y hoy Restaurante 1888 es un espacio que combina buena comida, atención cálida y una estética que remite al esplendor de las antiguas estaciones de tren. Su nombre no es casual: rinde homenaje al año de fundación del primer ramal ferroviario que pasó por la zona.
Ambos emprendimientos no solo aportan a la identidad de Manzanares, sino que también contribuyen al desarrollo económico y turístico del pueblo. En tiempos donde muchas localidades del interior luchan por mantenerse activas, el ejemplo de esta familia demuestra cómo la gastronomía puede ser un verdadero motor de revitalización.
Pachu, por ejemplo, emplea a personal local y apuesta por insumos regionales. “Intentamos trabajar siempre con productores de la zona. Eso nos permite mantener la calidad y también fomentar una economía circular”, explica. A su vez, Restaurante 1888 se convirtió en un espacio elegido para eventos, celebraciones y encuentros empresariales.
Quienes visitan Manzanares pueden planear una jornada gastronómica completa. La propuesta ideal comienza con una merienda en Pachu Pastelería: una mesa al sol, una taza de café con leche espumoso y una porción generosa de cheesecake o torta de lima. Luego, un paseo por las tranquilas calles del pueblo, donde aún se respira la calma de otra época. Y finalmente, una cena en Restaurante 1888, donde cada plato es una celebración de los sabores bien hechos.
La experiencia puede extenderse. Hay hospedajes rurales en las cercanías y actividades al aire libre, como cabalgatas o visitas a estancias. Además, Manzanares cuenta con la ventaja de estar muy cerca de Pilar, lo que permite combinar la escapada con otras atracciones como ferias, paseos de compras o visitas a campos productivos de la zona.
Desde la Ciudad de Buenos Aires, se accede fácilmente por la Autopista Panamericana. Se toma la salida en el kilómetro 61,5 hacia Manzanares y se recorre un breve tramo hasta el centro del pueblo. El trayecto en auto no supera la hora en condiciones normales de tránsito, lo que convierte a esta escapada en una opción ideal para un solo día o para pasar el fin de semana.
Para quienes no tienen vehículo, también es posible llegar en tren, utilizando la línea San Martín hasta la estación Manzanares. Desde allí, se puede caminar o tomar un remis hasta los puntos gastronómicos mencionados.
En tiempos donde lo inmediato y lo industrial dominan la oferta gastronómica, proyectos como Pachu Pastelería y Restaurante 1888 ofrecen algo distinto: tiempo, dedicación y una experiencia genuina. Manzanares se convierte así en mucho más que un destino: es un pequeño refugio donde la comida vuelve a tener ese sabor a hogar, donde cada receta cuenta una historia, y donde el feriado de junio puede transformarse en una aventura de los sentidos.
