Por Agroempresario.com
Después de años en los que el consumo interno de vino mostró una tendencia preocupante a la baja, el 2025 trajo una señal alentadora para la vitivinicultura argentina. Según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), durante el primer cuatrimestre del año, las ventas de vino en el mercado local crecieron un 6,5% respecto al mismo período de 2024, alcanzando más de 222 millones de litros comercializados.
El principal responsable de este crecimiento es el vino tinto, también denominado “vino color”, que experimentó una suba interanual del 14,1%, más del doble que el promedio general. En contrapartida, el vino blanco continúa su tendencia negativa, con una caída del 10,6% en el mismo lapso.
El renacer del vino tinto en el paladar de los consumidores argentinos marca un cambio significativo en el mercado. Este segmento, tradicionalmente fuerte, logró reposicionarse en la mesa cotidiana, gracias a estrategias comerciales mejor dirigidas, una mayor cercanía con el consumidor y el redescubrimiento de su valor simbólico y cultural.
En abril, las cifras mensuales también fueron alentadoras: las ventas totales aumentaron un 7,9% respecto al mismo mes de 2024, y un 5,1% frente a marzo. Una vez más, el tinto fue el protagonista, con un impresionante aumento del 16,5% interanual.
Distinto es el panorama para el vino blanco, que no logra recuperarse. Su retroceso del 10,3% en abril es una continuación de una tendencia que parece consolidarse. Entre las razones que explican esta caída están la fuerte competencia con otras bebidas, la pérdida de posicionamiento en momentos de consumo masivo y una menor percepción de valor por parte del consumidor promedio.
Este crecimiento llega en un contexto de grandes desafíos económicos para el país. Con una inflación persistente y un poder adquisitivo en descenso, muchas bodegas debieron ajustar su enfoque comercial para mantener la fidelidad del consumidor.
Marcas de todo el país optaron por ofrecer etiquetas más accesibles, mejorar la relación precio-calidad, relanzar líneas clásicas y fortalecer canales de venta directa. Plataformas online, promociones cruzadas con gastronomía y mayor presencia en redes sociales también formaron parte de la estrategia.
Más allá de las estrategias comerciales, hay un componente cultural que sigue jugando a favor del vino, particularmente del tinto. Asociado a la comida casera, a los encuentros familiares y a las tradiciones argentinas, el vino logró mantenerse como una bebida de cercanía.
Según especialistas del sector, esta identidad simbólica fue clave para mantener el vínculo emocional en tiempos donde el gasto en bebidas premium se vio severamente restringido.
Aunque en volúmenes menores, los vinos varietales y espumosos también registraron un buen desempeño en este comienzo de año. Estas categorías resultan atractivas para consumidores más jóvenes y urbanos, y mantienen un papel relevante en celebraciones o reuniones sociales.
Para muchas bodegas, diversificar la oferta hacia estos segmentos permite captar nuevos públicos sin resignar identidad. Algunos productores incluso reportaron aumentos en la participación del espumoso en ventas locales, a pesar del contexto adverso.
Las principales regiones productoras de Argentina —Mendoza, San Juan y La Rioja— siguen cumpliendo un rol estratégico. No solo son el origen del grueso de la producción nacional, sino que además concentran gran parte de la distribución al mercado interno.
En Mendoza, las cifras del INV generaron optimismo. Según voceros de bodegas locales, el repunte podría impulsar inversiones modestas en equipamiento, desarrollo de productos y relanzamiento de marcas.
San Juan y La Rioja, con estructuras productivas más pequeñas pero muy activas en volumen, también reportaron señales positivas, especialmente en el segmento de tintos de mesa.
Aunque el contexto macroeconómico impide hablar de una recuperación consolidada, la tendencia en alza del primer cuatrimestre de 2025 permite cierto optimismo. El consumo per cápita de vino, que en 2024 fue el más bajo de la historia reciente, podría comenzar a revertirse si se sostiene esta dinámica.
En palabras de referentes del sector, la clave será mantener una oferta diversa, con precios accesibles y una comunicación efectiva sobre el valor del vino argentino. La calidad está garantizada: lo que ahora se busca es reconquistar al consumidor que había migrado hacia otras bebidas.
De cara a la segunda mitad del año, el desafío estará en sostener el consumo sin sacrificar márgenes de rentabilidad. En un escenario con pocas certezas económicas, el comportamiento del consumidor argentino se torna más racional y selectivo.
No obstante, el vino tinto parece haber encontrado su momento. Ya no sólo es símbolo de prestigio o de tradición, sino también una opción que ofrece calidad, historia y disfrute a precios razonables.
La recuperación del consumo interno de vino es, sin dudas, una buena noticia para la economía regional y para miles de trabajadores que dependen de esta cadena productiva. Aunque aún tímido, el repunte ofrece un respiro a un sector que había sufrido duros golpes.
Mientras el blanco sigue buscando su lugar, el tinto vuelve a reinar en las mesas argentinas. Y si la tendencia se mantiene, 2025 podría marcar el inicio de una nueva etapa para la industria vitivinícola nacional.