Por Agroempresario.com
En el corazón del Valle de Calamuchita, envuelto por sierras verdes y bosques de coníferas, se esconde uno de los secretos mejor guardados del turismo argentino: La Cumbrecita. Este pequeño pueblo de estilo alemán no solo destaca por su belleza arquitectónica y natural, sino también por ser el único asentamiento peatonal del país. Desde 1996 no se permite la entrada de autos, lo que lo convierte en un paraíso sin ruidos ni humo, ideal para conectar con la naturaleza y escapar del ritmo acelerado de la vida urbana.
Ubicada en la provincia de Córdoba, a solo 40 kilómetros de Villa General Belgrano, La Cumbrecita invita a los viajeros a caminar sus callecitas empedradas, descubrir rincones mágicos y disfrutar de una experiencia cultural que combina tradiciones centroeuropeas con un entorno serrano inigualable.
La historia de La Cumbrecita comenzó en la década de 1930, cuando inmigrantes alemanes, instalados previamente en Villa General Belgrano, decidieron fundar un nuevo asentamiento en las sierras cordobesas. Lo que en su momento fue un desafío de adaptación y supervivencia se transformó, con el paso de los años, en un modelo de turismo sustentable. Rodeado por montañas y atravesado por arroyos cristalinos, el pueblo mantiene una atmósfera serena, sin contaminación sonora ni visual.
Las casitas alpinas de madera, con techos a dos aguas, balcones floridos y jardines cuidados, forman parte del encanto. En cada rincón se percibe una estética cuidada, una fusión perfecta entre la tradición alemana y el entorno serrano.
La propuesta de La Cumbrecita es vivir la naturaleza a pleno. A pocos pasos del centro, se encuentra la Cascada Grande, una caminata de baja dificultad de apenas 500 metros que finaliza en una caída de agua cristalina rodeada de piedras y vegetación. Allí, los visitantes suelen pasar el día entre mates, picnic y baños refrescantes.
Otro imperdible es La Olla, una pileta natural de 6 metros de profundidad, escondida en medio de un espeso bosque de coníferas. Es un punto ideal para quienes buscan nadar en aguas puras y frías durante los meses de verano.
Entre otras atracciones naturales, destacan el Cerro Wank, el Bosque de Abedules, el Río del Medio, y un espectacular puente colgante de madera desde donde se obtienen vistas panorámicas únicas. En invierno, la escarcha y la nieve le dan un aire nórdico, mientras que en verano se llena de turistas atraídos por sus arroyos y pozones de agua clara.
Uno de los grandes valores de La Cumbrecita es su gastronomía, profundamente influenciada por la herencia alemana. Restaurantes familiares ofrecen platos tradicionales como goulash con spaetzle, chucrut, salchichas ahumadas y torta selva negra, todos elaborados con productos locales. Las cervezas artesanales son otro atractivo, elaboradas con agua de vertiente y lúpulos de la región.
Dulces caseros, chocolates y quesos de cabra también forman parte de una oferta gastronómica que complementa a la perfección la experiencia turística.
A solo 40 minutos en auto, Villa General Belgrano representa la otra joya del Valle de Calamuchita. Fundada en 1932 por inmigrantes alemanes y suizos, esta ciudad combina una arquitectura alpina encantadora con una amplia propuesta cultural, comercial y gastronómica.
Además de su reconocido Oktoberfest, la Fiesta Nacional de la Cerveza, la ciudad ofrece paseos por cervecerías artesanales, ferias de artesanos, senderos en plena naturaleza y actividades culturales todo el año. El combo con La Cumbrecita forma un circuito ideal para quienes buscan aire puro, tranquilidad y una fuerte conexión con las tradiciones centroeuropeas.
Lo que distingue a La Cumbrecita no es solo su belleza, sino su decisión firme de mantenerse como un pueblo sustentable. La peatonalidad obligatoria no es una simple curiosidad turística: es una elección consciente para preservar el entorno, proteger el aire y fomentar el turismo responsable.
Con una oferta que incluye naturaleza, historia, cultura y gastronomía, La Cumbrecita es mucho más que un destino de descanso: es una experiencia sensorial, una pausa en el tiempo y un homenaje a las raíces que la vieron nacer.