Por Agroempresario.com
Desde Puerto Madryn, una ciudad que vive de frente al océano, la científica argentina Tamara Rubilar lidera una revolución silenciosa pero profunda: la creación de una industria completamente nueva en el país, con un ingrediente tan sorprendente como eficaz —los erizos de mar patagónicos. Su emprendimiento, nacido de la ciencia y del amor de madre, ya está generando productos antioxidantes de alto impacto en la salud humana, con potencial para cambiar la forma en que entendemos el bienestar y la prevención médica.
En 2012, Rubilar enfrentaba una situación desafiante: su segundo hijo había nacido con una enfermedad autoinmune. Como investigadora del CONICET, empezó una búsqueda personal y científica para encontrar alternativas naturales que pudieran ayudarlo.
Fue entonces cuando, gracias a un artículo académico en ruso —que su madre, de origen ruso, le ayudó a traducir— descubrió que ciertas moléculas antioxidantes con efecto inmunomodulador podían extraerse de los erizos de mar. En su laboratorio en Puerto Madryn, ella ya trabajaba con estos animales. El destino científico y personal se alineó.
“Empecé haciendo extractos de erizos en casa. A mi hijo le decían que tomaba ‘el juguito del erizo’. Y comenzó a mejorar. Bajamos los corticoides hasta eliminarlos por completo”, recuerda Rubilar.
En 2017, Rubilar comenzó a explorar cómo escalar su descubrimiento más allá del laboratorio. Se formó en emprendedurismo, y en 2019 llegó un grupo inversor que apostó por su visión. Así nació Erisea, una empresa de base tecnológica —la primera en Patagonia con licencia exclusiva del CONICET en biotecnología acuícola— que dio origen a la marca Promarine Antioxidants.
La planta de producción, construida en 2020, emplea a 12 personas y tiene un enfoque absolutamente sustentable. El modelo de negocio es no extractivista, con cultivo propio de erizos mediante acuicultura regenerativa, evitando la pesca de ejemplares silvestres y protegiendo así la biodiversidad marina.
“En Argentina, en general, se le da la espalda al mar. Pero la Patagonia no vive del mar”, resume Tamara, que se mudó a Puerto Madryn en 1998.
La estrella de esta historia es el antioxidante extraído de las huevas de erizos de mar. Estos compuestos no solo actúan como antioxidantes clásicos sino que también modulan el sistema inmunológico y activan funciones celulares profundas.
Uno de los productos insignia de Promarine Antioxidants ayuda a reducir el colesterol malo (LDL) y aumentar el bueno (HDL), activando genes que regulan el metabolismo lipídico de forma natural. Según Rubilar:
“No competimos con los fármacos. Los complementamos. Nuestro enfoque es preventivo, y todos nuestros productos tienen respaldo científico, aprobación de la ANMAT y aval del CONICET.”
Los consumidores frecuentes son mujeres mayores de 50 años y deportistas que buscan mejorar su rendimiento físico. Todos los suplementos son de venta libre y están disponibles en farmacias de Patagonia, con planes de expansión.
Erisea funciona bajo un modelo de economía circular y acuicultura regenerativa. En lugar de pescar, cultivan sus propios erizos de mar en tierra, sin contaminar el océano. Implementan protocolos de bienestar animal y evitan el uso de antibióticos.
“Tuvimos el lujo de empezar de cero. Por eso decidimos hacer todo distinto: sin antibióticos, con menos animales, más automatización y cero residuos”, afirma Rubilar.
Además, desarrollaron un sistema propio de green extraction o extracción verde. Esta técnica utiliza métodos alternativos a los solventes químicos para separar las moléculas, logrando procesos limpios y sin residuos contaminantes.
Incluso la alimentación de los erizos es sustentable: crearon un alimento balanceado a partir de dos desechos comunes de la Patagonia. Uno son las cabezas de langostinos, que normalmente se descartan (unas 63.000 toneladas por año), y el otro es el alga invasora Undaria pinnatifida, que forma colchones de basura en las playas.
“Desde el huevo hasta la botella, no generamos un solo residuo”, subraya Rubilar.
La experiencia de Rubilar demuestra que la ciencia argentina puede ser un motor productivo y un puente hacia una industria nacional innovadora. Como investigadora, recibe consultas de otros científicos y emprendedores que desean replicar modelos similares.
Además, defiende el valor del sistema científico nacional:
“Formar un científico lleva años y mucho dinero. Estamos en riesgo de desmembramiento. La fuga de cerebros es real. La ciudadanía debe preocuparse: sin ciencia no hay desarrollo posible.”
Erisea está en punto de equilibrio financiero, y ahora apunta a consolidarse en farmacias de Buenos Aires, así como en ciudades como Córdoba, Rosario y Mendoza. A nivel internacional, ya exportan a Estados Unidos y proyectan ingresar a Brasil, Uruguay y Europa.
“Lo más difícil fue educar al consumidor. Muchos no saben qué es un erizo de mar. Otros creen que lo pescamos. Nosotros explicamos que los cultivamos, que no generamos impacto ambiental. Ahí cambian su percepción”, explica.
La historia de Tamara Rubilar y su equipo es un caso excepcional de cómo la ciencia aplicada puede crear nuevas industrias, generar empleo calificado, cuidar el ambiente y mejorar la salud. Desde Puerto Madryn, están cultivando más que erizos: están cultivando futuro.
El mar argentino, tantas veces olvidado o subestimado, se convierte aquí en fuente de innovación, sostenibilidad y bienestar. Y lo hace gracias a la conjunción de conocimiento, vocación científica y compromiso social.
“La ciencia es producción. La ciencia es soberanía. Y la ciencia también puede ser un emprendimiento rentable que haga bien.”