Por Agroempresario.com
En un escenario global marcado por tensiones geopolíticas y disputas comerciales, las tierras raras brasileñas se posicionan como un activo codiciado y estratégico. En el centro de una puja entre Estados Unidos y China, estos minerales críticos ofrecen a Brasil una carta de negociación clave para reconfigurar alianzas, frenar aranceles y potenciar su desarrollo industrial.
La reciente decisión del gobierno estadounidense de imponer un arancel del 50% a productos brasileños sacudió el panorama económico bilateral. Sin embargo, el retraso en la entrada en vigor —prevista ahora para el 6 de agosto— abre una ventana para la negociación. Tanto en Washington como en Brasilia, las señales apuntan a que los minerales estratégicos, en especial las tierras raras, pueden transformarse en moneda de cambio diplomática.
El canciller Mauro Vieira mantuvo conversaciones con el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, reafirmando la voluntad de diálogo. En paralelo, una delegación del Congreso brasileño recorrió Washington para acercar posiciones, respaldada por empresarios y asociaciones como la Cámara de Comercio de EE. UU., que ya solicitó la suspensión del arancel al gobierno de Donald Trump.
Más allá de los aranceles, el trasfondo geopolítico incluye una intención clara por parte de Estados Unidos: limitar la influencia de China y Rusia en América Latina. La reciente sanción al juez brasileño Alexandre de Moraes y las presiones legislativas para sancionar a países que comercien con Moscú —como Brasil en el caso del petróleo— refuerzan esta estrategia de contención.
Desde la administración Trump, la necesidad de garantizar el acceso a minerales clave ha llevado a proponer un acuerdo bilateral centrado en tierras raras. Gabriel Escobar, principal representante diplomático en Brasilia, ya inició gestiones con el Instituto Brasileño de Minería (IBRAM) y anticipa una misión comercial a Washington.
Brasil posee la segunda mayor reserva mundial de tierras raras, con 21 millones de toneladas, solo detrás de China. También encabeza el ranking mundial en reservas de grafito y niobio, y ocupa posiciones destacadas en níquel, litio, cobre y uranio. Estos minerales son esenciales para la transición energética y el desarrollo de tecnologías avanzadas, desde autos eléctricos hasta sistemas de defensa.
No obstante, la producción brasileña actual es mínima. En 2024 apenas alcanzó las 20 toneladas, muy por debajo de su potencial. La razón principal: el país carece de una cadena de valor desarrollada, desde la extracción hasta el refinado y la industrialización. “China tomó la delantera décadas atrás al dominar toda la cadena de tierras raras. Es lo que le falta a Brasil”, advierte el profesor Fernando Landgraf, de la Universidad de San Pablo.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva expresó reservas sobre la posibilidad de ceder el control de los minerales estratégicos. “El pueblo brasileño debe tener derecho a disfrutar de la riqueza que estas cosas pueden producir”, dijo en una entrevista con el New York Times. Reivindicó el control nacional sobre los recursos, en línea con una política que privilegia el desarrollo interno frente a la simple exportación de materia prima.
Aun así, el Ministerio de Minas y Energía elabora una política nacional para aumentar la exploración y procesamiento de minerales estratégicos, buscando atraer inversión sin ceder soberanía. Esto incluirá incentivos para proyectos industriales, tecnologías de refinamiento y acuerdos multilaterales que no comprometan la autonomía nacional.
Mientras tanto, China ha intensificado su presencia en el sector minero brasileño. Desde principios de 2025, empresas como CNMC, MMG y BYD han adquirido activos clave, como minas de estaño, níquel y cobre, así como derechos de exploración de litio. Incluso se están expandiendo en el sector automotriz con plantas de ensamblaje y pedidos de reducción de aranceles.
Esto ha generado resistencia de compañías como Volkswagen, Toyota y General Motors, que denuncian competencia desleal y amenazan con revisar inversiones por más de 30.000 millones de dólares si el gobierno concede más beneficios a las empresas chinas.
Brasil camina una delgada línea entre dos superpotencias. Por un lado, necesita mantener su relación comercial con China, su principal socio económico. Por el otro, busca reactivar los vínculos estratégicos con Estados Unidos y evitar sanciones que afecten su economía.
El interés por las tierras raras podría servir como plataforma para esa articulación: ofrecer acceso a minerales a cambio de cooperación tecnológica, inversiones en infraestructura industrial y condiciones comerciales favorables. Pero esta jugada exige liderazgo político, estrategia a largo plazo y una sólida política industrial.
Las reservas de tierras raras están distribuidas en varias regiones: el norte y nordeste (cuenca del Parnaíba), el sudeste (San Pablo, Minas Gerais), el centro-oeste (Goiás) y hasta en zonas submarinas como la Elevación del Río Grande. Este potencial puede convertirse en un motor de desarrollo regional si se combina con inversión en ciencia, tecnología y empleo local.
Proyectos como el de Minaçu (Goiás), único productor de tierras raras en arcilla iónica fuera de Asia, o las investigaciones de la Universidad de São Paulo sobre la ERG, indican que Brasil puede construir una industria soberana y competitiva si se lo propone.
El contexto global ofrece a Brasil una oportunidad histórica. Convertirse en proveedor confiable de tierras raras y otros minerales estratégicos puede redefinir su lugar en el tablero internacional. Pero para lograrlo, necesita resolver dilemas internos: ¿asociarse sin perder soberanía? ¿Desarrollar una cadena de valor nacional o seguir exportando materias primas? ¿Aceptar inversiones chinas sin caer en dependencia?
La clave estará en definir una política nacional de minerales estratégicos que combine desarrollo económico, autonomía tecnológica y poder de negociación global. Brasil tiene el recurso, la ubicación y el interés internacional. Ahora debe actuar con visión y decisión.