Por Agroempresario.com
El aceite de oliva virgen extra producido en la región cuyana recibió un importante reconocimiento: la Identificación Geográfica (IG), que certifica la autenticidad, calidad y vínculo territorial de este producto emblemático.
Esta certificación protege el origen y las características únicas del aceite de oliva elaborado en una zona marcada por un clima soleado, suelos minerales y una tradición olivícola que se transmite de generación en generación.
Las condiciones agroclimáticas de la región Cuyo, que abarca provincias como Mendoza, San Juan y San Luis, resultan ideales para el cultivo del olivo, árbol mediterráneo que se adaptó con éxito al territorio argentino.
El resultado es una materia prima de excelencia destinada tanto al consumo directo como a la producción de aceites de alta gama. A partir de la cosecha 2024, las marcas que cumplan con los requisitos de la IG podrán utilizar esta certificación en sus productos.
Entre las exigencias se incluyen el tipo de variedades implantadas, condiciones de los olivares, y un sistema de auditorías que garantiza la trazabilidad desde el árbol hasta la botella.
“La identificación geográfica asegura una especificación territorial con características físico-químicas, sensoriales y biológicas particulares”, explicó Pierluigi Pierantozzi, investigador del INTA.
Pierantozzi destacó que esta certificación no solo reconoce la calidad del producto sino también las técnicas, prácticas y saberes que conforman el proceso productivo, además de las particularidades del entorno natural.
A diferencia de la denominación de origen, que exige que todas las etapas del producto se realicen en la misma zona, la IG requiere que al menos una fase esté vinculada al territorio. En ambos casos, el objetivo es proteger la calidad y el origen.
Esta iniciativa fue impulsada por organizaciones locales con el apoyo de entidades públicas, universidades y especialistas que aportaron información científica, análisis sensoriales y validaron las variedades.
Un pilar técnico fundamental fue el Banco de Germoplasma de Olivos del INTA, ubicado en San Juan, reconocido por el Consejo Oleícola Internacional y parte de una red mundial que incluye España, Marruecos y Turquía.
Este banco conserva más de 100 variedades y cerca de 1.000 plantas, con el propósito de resguardar la biodiversidad y el conocimiento histórico y científico del olivo.
Entre las variedades que integran el sello IG está la Arauco, considerada autóctona argentina y candidata destacada para su incorporación.
“La información del Banco fue clave como valor territorial, histórico, humano y científico”, señaló Pierantozzi. Así, el sello representa más que una etiqueta: es un compromiso con el respeto al entorno y la historia del producto.