Por Agroempresario.com
En Argentina, un nuevo boom agrícola se está gestando con la expansión de cultivos oleaginosos de invierno, principalmente colza, camelina y cártamo. Estas tres especies, orientadas a la producción de biocombustibles certificados con baja huella de carbono, ya ocupan cerca de 70.000 hectáreas en el país, transformando los períodos ociosos de barbecho entre cultivos de verano en una oportunidad económica y ambiental significativa.
Este crecimiento responde a una demanda global que impulsa el desarrollo de aceites vegetales sustentables para energía renovable. El fenómeno combina innovación agronómica, desarrollo tecnológico y acuerdos estratégicos entre productores, empresas semilleras y compañías de generación energética.
El gerente de Marketing de Bunge, Jorge Bassi, destacó en un panel del congreso de Aapresid que estos cultivos permiten "intensificar la agricultura, aprovechar el tiempo del barbecho y generar una renta adicional sin competir con los cultivos de verano". Bassi explicó que la producción de colza, camelina y cártamo responde a una demanda mundial creciente de biocombustibles certificados con baja huella ambiental.
El modelo productivo consiste en convenios mediante los cuales las empresas entregan la semilla a los productores, quienes luego venden toda la cosecha al comprador que a su vez la industrializa o exporta. Así, el sistema integra a los productores rurales con la cadena de valor de la energía renovable.
La elección del cultivo depende de las condiciones climáticas y edáficas de cada zona. En las regiones húmedas del NOA y NEA se destaca la colza, mientras que el cártamo es más apto para zonas semiáridas del norte argentino. La camelina, por su ciclo corto y resistencia a heladas, puede implantarse después de la cosecha de soja, cubriendo el espacio entre cultivos.
“Es imprescindible acompañar estos planteos con apoyo técnico e investigación para lograr una agricultura sustentable”, señaló Bassi.
El profesor Daniel Miralles de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba) resaltó que el conocimiento y manejo de estos cultivos es clave para evitar fracasos, como ocurrió en la historia temprana de la colza en Argentina. “La planta tiene un período de tolerancia a heladas en la roseta y la floración define el rendimiento por el número de granos,” explicó Miralles.
Además, la colza es sensible a la duración del día y requiere vernalización, por lo que se desarrolló un modelo de simulación denominado Cronos, que permite planificar fechas óptimas de siembra y floración para maximizar el rendimiento. Según Miralles, los rendimientos de colza alcanzan entre el 40 y 50% del trigo en el mismo lote.
El consultor Fernando Solari aportó que la fecha de siembra es crítica, ubicando la ventana óptima entre el 20 de abril y el 15 de mayo, variable según la región. Asimismo, recomendó ajustar la densidad de plantas en función del potencial productivo del lote para evitar pérdidas de rendimiento.
Juan Pablo Hernández, investigador de la Universidad Nacional de Entre Ríos, destacó que la incorporación de colza en el barbecho entre cultivos de verano aporta carbono al suelo y mejora la rentabilidad agrícola. En sus estudios, Hernández detectó que la colza mejora la estructura física del suelo, aumenta la infiltración de agua y permite fracturar capas endurecidas, especialmente en vertisoles típicos de la región.
Estos beneficios contribuyen a la sostenibilidad del sistema productivo, mitigando riesgos de erosión hídrica y mejorando la fertilidad a largo plazo.
La camelina, otro cultivo invernal que se está expandiendo, destaca por su ciclo corto y por utilizar el período de barbecho sin competir con cultivos principales. Según Miralles, el período crítico de rendimiento ocurre después de la floración, por lo que una buena implantación y cobertura es fundamental para maximizar la captura de luz y transformar esa energía en producción de grano.
Martin Beaudeant, de la empresa Chacraservicios en Pergamino, agregó que la camelina es una herramienta excelente para el control de malezas y que sus raíces pivotantes mejoran la infiltración de agua para cultivos posteriores. Con 200 mm de lluvia es posible obtener cosechas rentables, y la planta se adapta a la agricultura intensiva sustentable.
Carina Álvarez, investigadora de Fauba, realizó ensayos con camelina en Córdoba, La Pampa y Buenos Aires, observando que mejora la estructura del suelo y reduce la compactación, además de proteger el suelo contra la erosión. Según Álvarez, camelina permite intensificar la agricultura sin degradar el suelo, contribuyendo a la sustentabilidad ambiental y económica.
El mercado de biocombustibles está creciendo a nivel global, y Argentina se posiciona como un actor relevante gracias a estas oleaginosas invernales. El negocio mueve ya más de US$124 millones entre multinacionales y PYMES agrícolas. Países como Estados Unidos y Brasil también están adoptando estos cultivos con fines similares.