Por Agroempresario.com
En Argentina, la siembra de cultivos invernales como colza, camelina y cártamo está en auge, con unas 70.000 hectáreas ya implantadas. Estos cultivos, destinados principalmente a la producción de biocombustibles, permiten aprovechar los intervalos entre dos ciclos de cultivos de verano, generando una renta adicional sin competir con los cultivos tradicionales.
En un panel durante el congreso de Aapresid, Jorge Bassi, gerente de Marketing de Bunge, destacó que “estos tres cultivos permiten intensificar la agricultura, aprovechar el tiempo de barbecho y generar mayor productividad y rentabilidad en la rotación tradicional”. Además, resaltó la oportunidad mundial de demanda de aceites certificados con baja huella de carbono para la industria de biocombustibles.
La incorporación de colza, camelina y cártamo busca reemplazar el barbecho otoño-invernal por cultivos con valor económico. Según Bassi, la elección del cultivo depende del clima y tipo de suelo de cada región: la colza se adapta bien a áreas húmedas del NOA y NEA, el cártamo es ideal para zonas más secas, y la camelina se puede sembrar tras la cosecha de soja por su ciclo corto y resistencia a heladas.
La siembra se realiza bajo convenios con empresas, que entregan la semilla y reciben la cosecha completa, midiendo posteriormente la huella de carbono para certificar la mejora en el balance ambiental del suelo. La cosecha 2024/25 permitió la industrialización local y la exportación de los productos, consolidando la cadena de valor para biocombustibles.
Estos cultivos también han ganado terreno en Estados Unidos y Brasil, siguiendo modelos similares para el desarrollo de biocombustibles mediante acuerdos con generadoras de energía.
Bassi explicó que el cártamo, conocido en el norte argentino, tenía un mercado limitado hasta ahora. La creciente demanda de biocombustibles cambió su situación, convirtiéndolo en una opción rentable, fácil de sembrar y resistente a la sequía. Este cultivo permite aprovechar suelos ociosos y mejorar la eficiencia del barbecho entre los cultivos de verano, generando valor agregado para los productores.
Daniel Miralles, profesor de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba), explicó que la colza fue introducida varias veces en Argentina con resultados limitados debido al desconocimiento de las prácticas de manejo. Destacó que el periodo de roseta permite cierta tolerancia a heladas y que el rendimiento se define principalmente en la etapa de floración, correlacionado con la cantidad de granos por hectárea.
Miralles subrayó la importancia de conocer el ciclo y fisiología de la colza, la sensibilidad a la duración del día y los requerimientos de vernalización de los materiales de ciclo largo. Para optimizar la planificación, se desarrolló el modelo Cronos (Canola-Carinata), que utiliza datos de 30 años para estimar floración, períodos críticos y madurez comercial, logrando rendimientos entre el 40 y 50% de lo que se obtiene con trigo en el mismo lote.
Fernando Solari, consultor agrícola, resaltó que en el norte argentino se pierden kilos por hectárea debido a demoras en la implantación, siendo la fecha de siembra más importante que la elección del híbrido. Solari recomendó sembrar entre el 20 de abril y el 15 de mayo, adaptando la densidad de plantas al potencial del lote para maximizar el rendimiento.
Por su parte, Juan Pablo Hernández, de la Universidad Nacional de Entre Ríos, destacó que entre la cosecha de un cultivo de verano y la siembra del siguiente se pierden aproximadamente 300 mm de lluvia. Incorporar colza en este período permite aportar carbono al suelo, mejorar la fertilidad y generar rentabilidad adicional, respetando las restricciones de suelos con riesgo de erosión hídrica.
Hernández señaló que la colza desarrolla raíces pivotantes que fracturan capas endurecidas, mejorando la infiltración de agua y optimizando las condiciones físicas de los suelos entrerrianos, incluidos vertisoles cercanos al río Uruguay. Las pruebas realizadas demostraron mayor exploración radicular y retención de agua en lotes implantados con colza, en comparación con barbechos tradicionales.
Camelina es un cultivo invernal de ciclo corto que puede reemplazar al trigo en muchas regiones. Su período crítico para determinar el rendimiento es la posfloración, por lo que una buena implantación es esencial para captar toda la radiación y maximizar la producción de grano. Los rendimientos pueden alcanzar hasta 4.500 kg/ha fertilizada con 160 kg de nitrógeno, generando entre 6 y 10 kg de grano por cada kilo de nitrógeno disponible.
Martin Beaudeant, de Chacraservicios, en Pergamino, destacó que la camelina agrega beneficios sistémicos y económicos a la rotación de cultivos, contribuye al control de malezas y permite reducir aplicaciones de herbicidas. Además, con solo 200 mm de lluvia puede lograrse cosecha, y sus raíces pivotantes mejoran la infiltración de agua para los cultivos posteriores.
Carina Álvarez, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, evaluó la influencia de camelina en la densidad aparente y compactación del suelo en cuatro localidades de Córdoba, La Pampa y Buenos Aires. Observó mejoras en la infiltración de agua y la estructura del suelo, con más agregados estables y cobertura que protege contra la erosión.
Según Álvarez, la camelina permite intensificar la agricultura sustentable, mantener los suelos cubiertos y mejorar la fertilidad física, contribuyendo a un manejo más eficiente y amigable con el ambiente.
El desarrollo de colza, camelina y cártamo representa una oportunidad estratégica para Argentina. No solo optimizan la rotación de cultivos, sino que también incrementan la rentabilidad, permiten aprovechar suelos ociosos, mejoran la calidad física y biológica del suelo, y generan aceites para biocombustibles con baja huella de carbono, respondiendo a una demanda mundial creciente.
La experiencia argentina se alinea con tendencias internacionales, replicando modelos exitosos en Estados Unidos y Brasil, y consolida la posibilidad de que el país se posicione como proveedor confiable de aceites certificados para la industria energética. La planificación adecuada de fechas de siembra, densidad de plantas, elección de cultivos y seguimiento técnico garantizará un aprovechamiento óptimo de estas oleaginosas invernales y fortalecerá la sostenibilidad del sistema agroindustrial argentino.