En el marco de Connectagro 2025, realizado este 18 de noviembre, Bayer reunió a representantes del sector público y privado para debatir cómo debe organizarse el agro argentino para sostener su crecimiento. Allí, Juan Farinati, presidente y CEO Cono Sur de la compañía, advirtió que el sector, pese a aportar más del 20% del PBI y el 60% de las exportaciones, enfrenta un futuro incierto si no avanza hacia un modelo más integrado y cooperativo. La relevancia del encuentro estuvo marcada por la presencia de actores clave de la cadena agroindustrial, quienes coincidieron en que el potencial tecnológico del país contrasta con problemas estructurales de logística, normativa e infraestructura. Según informo La Nación
Desde el inicio, Farinati buscó enmarcar el desafío en una tensión central: el agro es protagonista de la economía, pero opera con estructuras fragmentadas que limitan su competitividad. Como señaló a La Nación, los indicadores actuales son apenas una “foto” del presente, insuficiente para asegurar un sendero de crecimiento. De acuerdo con su planteo, la Argentina debe dejar atrás una dinámica centrada únicamente en la coyuntura y adoptar una estrategia de largo plazo que permita federalizar el desarrollo, generar valor y consolidar un ecosistema alineado a estándares globales.
Uno de los conceptos que más resonó entre los asistentes fue su propuesta de reemplazar la noción de “cadena agroindustrial” por el de una “red sólida”. Según explicó a La Nación, la cadena “se cae si se corta un eslabón”, mientras que la red integra, sostiene y distribuye capacidades. De ese punto se desprende una idea rectoral: la competitividad del agro dependerá de la capacidad que tengan sus actores para construir interdependencias virtuosas, donde el sector público, el privado, los emprendedores y las startups operen bajo una lógica de cooperación.

Bajo esa premisa introdujo el concepto de “colaboración radical”, que implica trabajar en conjunto incluso entre competidores directos. En sus palabras, recogidas por La Nación, el agro argentino “compite más de lo que colabora”, lo que deriva en una pérdida de oportunidades de valor agregado y limita el impacto global del sector. Farinati llamó a construir confianza, compartir información estratégica y favorecer mecanismos que permitan que el crecimiento de uno impulse al resto de la economía.
El ejecutivo también abordó la aceleración tecnológica que atraviesa al sector. Sostuvo que el futuro es “ahora” y que esa transformación está impulsada por la digitalización, la irrupción de la inteligencia artificial y la aparición de nuevas generaciones con otra relación con los datos. No obstante, advirtió que la adopción tecnológica debe estar acompañada por una mejor comunicación. Según dijo, también a La Nación, el agro necesita aprender a “contar su propia historia”, para evitar que otros actores definan la narrativa del sector ante la sociedad.
El evento incluyó un panel titulado “Colaboración que impulsa el presente”, donde referentes de diversas entidades analizaron los obstáculos que impiden que el agro argentino converja hacia los estándares de competitividad internacional. Participaron Ángeles Naveyra (Fundación Barbechando), Fernando García Cozzi (Cargill Argentina), Carla Martín Bonito (Copal) y Germán Weiss (CREA).
Naveyra, citada por La Nación, remarcó la urgencia de consolidar el agro como una estructura integral y no como productores aislados. Indicó que la tecnología y el desarrollo dependen de marcos legales claros, especialmente en materia de propiedad intelectual. La falta de reglas básicas en este terreno —afirmó— frena la innovación, limita la productividad y posterga mejoras concretas en el lote. Consideró imprescindible trasladar estas discusiones al Congreso y avanzar en una agenda que incluya reformas tributarias y laborales que fortalezcan instituciones como el INTA.

Por su parte, García Cozzi vinculó directamente la capacidad exportadora con el uso eficiente de tecnología. Sostuvo que la agricultura de precisión potencia la producción, pero pierde sentido cuando la logística no acompaña. Para el ejecutivo de Cargill, el país necesita resolver lo que definió como el “sistema nervioso” de la red agroindustrial: la Hidrovía —con mayor calado—, el fortalecimiento de los trenes y la renovación del parque automotor de maquinaria. Sin estas mejoras, explicó a La Nación, la Argentina pierde competitividad frente a mercados que demandan sostenibilidad, trazabilidad y eficiencia.
Martín Bonito sumó una mirada centrada en la industria alimenticia. Aseguró que la innovación tecnológica es masiva, pero está dispersa y requiere integrarse bajo esquemas de economía circular. Mencionó proyectos que reutilizan descartes de frutas para generar energía o fabricar nuevos ingredientes, pero advirtió que la carga tributaria se convirtió en un obstáculo central: en alimentos y bebidas, los impuestos representan entre el 40% y el 50%, frente al promedio internacional del 30%. Esto desalienta la inversión y limita el agregado de valor, expresó a La Nación.
Weiss, productor y médico veterinario, aportó un contraste ilustrativo: mientras crece la adopción de robots de ordeñe y tecnologías de punta, gran parte del país opera con infraestructura vial deteriorada o insuficiente. Los caminos rurales y los costos logísticos reducen el precio que recibe el productor y afectan la rentabilidad. Celebró la eliminación de retenciones a lácteos y carne de vaca como una señal positiva, pero señaló que la Argentina mantiene una capacidad ociosa del 50%. Si tuviera reglas similares a las de Brasil o Uruguay —afirmó a La Nación—, el país podría sembrar hasta un 20% más y aprovechar el potencial de provincias hoy subutilizadas como Formosa.

En conjunto, los planteos de Farinati y de los panelistas delinearon un diagnóstico compartido: la tecnología existe, el talento también, pero sin un entramado institucional estable, una logística eficiente y un marco normativo moderno, el agro seguirá operando por debajo de sus posibilidades. La apuesta por una “red sólida”, basada en colaboración, integración y visión estratégica, busca dar una respuesta estructural a esta brecha.
El evento, presentado como una oportunidad para repensar el futuro del sector, dejó planteada la necesidad de un cambio cultural más profundo: pasar de competir aisladamente a coordinar esfuerzos en una agenda común. En esa transición, la articulación entre actores públicos y privados aparecerá como un componente decisivo para transformar el potencial del agro en desarrollo sostenible.