Un equipo de científicos del INTA y del CADIC-Conicet, junto con el gobierno de Tierra del Fuego, avanza en un proyecto de control biológico para frenar la expansión de la pilosela, una maleza invasora que amenaza la base forrajera de la ganadería en el extremo sur del país. La iniciativa, que ya se encuentra en su primera etapa experimental, busca identificar microorganismos nativos del suelo capaces de inhibir el crecimiento de esta planta agresiva, con el objetivo de reducir el uso de herbicidas y proteger los pastizales naturales, clave para la producción de carne en la isla. La información fue difundida por el medio especializado Bichos de Campo.
La pilosela, una especie de origen euroasiático, no es nueva en la Patagonia austral. Sin embargo, su avance sostenido y la falta de estrategias de manejo integrales la convirtieron en uno de los principales problemas productivos y ambientales de la región. La planta forma mantos densos que cubren las gramíneas nativas, compite por nutrientes y agua, y reduce de manera directa la cantidad y calidad del forraje disponible para el ganado y la fauna silvestre.
La preocupación de productores y técnicos no es menor. En una provincia con condiciones climáticas extremas, escasa disponibilidad de materia verde y sin producción propia de granos, la ganadería depende casi exclusivamente del buen estado de los pastizales naturales. La expansión de la pilosela implica, en ese contexto, una pérdida directa de productividad.
“Actualmente se observa esta hierba en parches que pueden alcanzar entre un 10% y un 70% de cobertura en algunos potreros, encontrándose presente en toda la isla, con mayor predominancia en la ecorregión de estepa magallánica y en menor medida en ecotono”, explicó Macarena Cardozo, becaria de la Agencia de Extensión Rural Río Grande del INTA e integrante del proyecto, en declaraciones citadas por Bichos de Campo.

Además de su crecimiento local, la pilosela tiene una alta capacidad de dispersión. Sus semillas se propagan con facilidad a través del viento, lo que le permite colonizar rápidamente nuevos ambientes y ampliar su área de influencia. Esa combinación de expansión veloz y ausencia de controles tempranos generó un escenario complejo para los establecimientos agropecuarios.
Hasta el momento, la herramienta más utilizada para combatir esta maleza ha sido el control químico, mediante aplicaciones terrestres de herbicidas en grandes superficies. Si bien esta práctica mostró resultados efectivos en el corto plazo, también presenta importantes limitaciones.
Por un lado, implica altos costos en maquinaria y mano de obra, recursos escasos en Tierra del Fuego. Por otro lado, requiere condiciones climáticas muy específicas para poder realizarse, lo que restringe su aplicación. A eso se suma la falta de un plan provincial coordinado: son pocos los productores que pueden implementar estas prácticas de manera aislada y sostenida.
“A estas dificultades se suma que la tasa de crecimiento anual de la pilosela ronda entre el 15% y el 20%, lo que implica que la superficie tratada cada año es reducida en comparación con la superficie ya invadida o en proceso de expansión”, advirtió Cardozo, según consignó Bichos de Campo.
Frente a este escenario, el proyecto impulsado por el INTA y el Conicet propone una estrategia diferente: recurrir a los microorganismos nativos del suelo como aliados naturales. La hipótesis central es que ciertas bacterias, hongos y cianobacterias presentes en los suelos fueguinos podrían tener un efecto antagonista sobre la pilosela, inhibiendo su germinación o limitando su crecimiento.

Durante la primera etapa del trabajo, los investigadores ya realizaron recolecciones de muestras de suelo, aislaron distintos microorganismos y comenzaron a evaluar su capacidad para afectar el desarrollo de la planta invasora. El objetivo de fondo es avanzar hacia un manejo integrado, que combine distintas herramientas y permita recuperar los pastizales con un menor impacto ambiental.
La iniciativa fue presentada por la Secretaría de Desarrollo Productivo y PyME del gobierno provincial y cuenta con financiamiento del Consejo Federal de Inversiones (CFI), un dato clave para garantizar su continuidad y posible escalamiento.
Más allá del desafío científico, el proyecto tiene un fuerte componente productivo. Reducir la dependencia de herbicidas no solo apunta a bajar costos, sino también a construir un modelo de ganadería más sostenible, adaptado a las particularidades ambientales de la isla.
Desde el ámbito técnico destacan que la ausencia de detección temprana y de controles sistemáticos permitió que la pilosela se consolidara en amplias zonas. Por eso, la introducción de nuevas prácticas desde la investigación pública aparece como una oportunidad para revertir, al menos en parte, el proceso.
La expectativa es que, si se identifican microorganismos eficaces y seguros, estos puedan convertirse en una herramienta complementaria dentro de un esquema más amplio de manejo de pastizales, que incluya monitoreo, control de focos incipientes y articulación entre productores y el Estado.

El avance de la pilosela no solo afecta a la ganadería. La reducción de la diversidad vegetal impacta también en la fauna nativa y en el equilibrio de los ecosistemas fueguinos. En ese sentido, la búsqueda de soluciones biológicas se inscribe en un debate más amplio sobre cómo enfrentar las especies invasoras sin generar nuevos daños colaterales.
La experiencia que se desarrolla en Tierra del Fuego podría, además, servir como antecedente para otras regiones del país con problemáticas similares. Mientras tanto, los investigadores continúan con los ensayos, conscientes de que el desafío es grande y que los resultados llevarán tiempo.
Por ahora, el “ejército invisible” de microorganismos comienza a tomar forma en los laboratorios y suelos del sur, con la esperanza de convertirse en una herramienta clave para proteger los pastizales y sostener la producción ganadera en una de las regiones más australes del país, según informó Bichos de Campo.