La industria argentina enfrenta un punto de inflexión marcado por la necesidad de reducir costos, mejorar la eficiencia logística y recuperar capacidad exportadora en un contexto de menor inflación y mayor apertura económica. Así lo planteó Martín Rappallini, presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), al analizar la agenda que hoy atraviesa al sector productivo, con foco en las reformas estructurales pendientes, el rol de la infraestructura y la inserción del país en el comercio internacional. El diagnóstico resulta relevante porque expone los principales obstáculos que limitan la competitividad industrial y condicionan la posibilidad de que Argentina vuelva a ganar mercados externos. El análisis fue difundido por Infobae a partir de una entrevista realizada por Movant.
Según Rappallini, el corto plazo está atravesado por una combinación de baja actividad industrial y altas tasas de interés, que impactan directamente en la producción y el financiamiento de las empresas. Sin embargo, advirtió que el debate no puede quedar limitado a la coyuntura. En paralelo, la UIA trabaja en propuestas vinculadas a reformas estructurales, en especial una reforma impositiva y la modernización del marco laboral, consideradas claves para mejorar la competitividad de la industria nacional.
El presidente de la UIA definió este problema como una consecuencia del llamado “costo argentino”, una acumulación de distorsiones que se fueron incorporando a lo largo del tiempo en todos los eslabones de las cadenas de valor. Entre los factores mencionados aparecen los impuestos, los costos laborales, las deficiencias en infraestructura, y también aspectos vinculados a la educación y la formación del capital humano. El resultado final, explicó, es que los precios de los productos fabricados en el país suelen ser más altos que los de sus competidores regionales.

Rappallini remarcó que este fenómeno no se limita a los bienes de producción local. Incluso los productos importados resultan más caros en Argentina que en países vecinos como Uruguay o Brasil, aun cuando rige el mismo arancel externo común. Esa diferencia, sostuvo, evidencia que los mayores costos no están en el comercio exterior en sí, sino en factores internos como transporte, distribución e impuestos, que encarecen toda la estructura de precios.
En ese marco, el dirigente industrial planteó que el debate no debe centrarse en una dicotomía entre importar o proteger la industria nacional. “Los países están integrados al mundo: importan, exportan y trabajan para tener industrias competitivas”, señaló. Desde su perspectiva, el eje pasa por bajar costos estructurales en áreas como la energía, las regulaciones laborales y el acceso al financiamiento, tal como ocurre en las economías que logran sostener sectores industriales fuertes y orientados a la exportación.
Uno de los cambios más relevantes que atraviesa hoy el sector productivo, según Rappallini, es el fin de la lógica inflacionaria que dominó durante años. En ese esquema, las empresas tendían a corregir por precios, a cubrirse financieramente, a acumular stocks y a anticiparse a aumentos constantes. Con una inflación más contenida, ese comportamiento deja de ser viable. “Ya no podés corregir con precios y tenés que mirar la eficiencia de manera mucho más fuerte”, explicó, al describir un cambio de paradigma que obliga a revisar procesos internos y estructuras de costos.
Dentro de ese proceso, la logística ocupa un lugar central. Para el titular de la UIA, se trata de uno de los principales vectores de competitividad, ya que incide de manera directa en los costos finales de los productos. Puertos, rutas, energía y toda la infraestructura asociada al transporte de mercaderías son determinantes para que una economía pueda competir en el mercado global. Sin inversiones sostenidas en estos sectores, advirtió, resulta muy difícil reducir costos y ganar eficiencia.
Rappallini comparó la situación argentina con la de Brasil, donde en los últimos años se desarrollaron autopistas, nuevos puertos y proyectos de infraestructura logística con costos sensiblemente más bajos. Esa diferencia, señaló, se explica por la existencia de una macroeconomía más ordenada, con inflación baja, acceso a crédito de largo plazo y tasas razonables, condiciones indispensables para atraer inversiones de gran escala.

El comercio exterior aparece, en este contexto, como un componente estratégico para el crecimiento industrial. Rappallini recordó que, a nivel global, las exportaciones suelen representar entre 30% y 40% del Producto Bruto Interno (PBI) en muchas economías. En contraste, Argentina exporta alrededor del 10% del PBI, una brecha que limita el potencial de expansión. “Para crecer llega un momento en que el mercado interno tiene un límite y hay que salir a otros mercados”, sostuvo.
Exportar, explicó, no solo permite generar divisas y ampliar la escala de producción, sino que también eleva los estándares internos. Las empresas que compiten a nivel internacional se ven obligadas a mejorar calidad, eficiencia y procesos, lo que termina beneficiando también al mercado doméstico. Sin embargo, para que ese salto sea posible, es necesario avanzar en la reducción de impuestos, los costos portuarios, la mejora de rutas y una logística más eficiente.
En ese punto, Rappallini fue crítico con la política histórica de gravar las exportaciones. Argentina, señaló, aplicó impuestos tanto al sector agropecuario como a la industria, una práctica poco frecuente a nivel internacional. “Hay muy pocos países en el mundo que lo hacen, y suelen ser países muy pobres”, afirmó. En general, explicó, los países con alto perfil exportador tienden a fomentar las exportaciones mediante reembolsos y devolución de impuestos, ya que exportar fortalece la macroeconomía y estabiliza el ingreso de divisas.
El contraste regional es evidente. En los últimos 10 o 15 años, Chile y Brasil lograron un crecimiento significativo de sus exportaciones, mientras que Argentina avanzó a un ritmo mucho menor. Para la UIA, esta diferencia refleja la importancia de contar con una política activa de comercio exterior y reglas de juego estables que incentiven la producción orientada a mercados externos.
Respecto de los acuerdos comerciales, Rappallini destacó la relevancia de Estados Unidos y Europa como socios estratégicos. En el caso estadounidense, recordó que ese país importa entre 25% y 30% de los productos industriales que consume. “No es que vamos a competir con Estados Unidos, sino con sus proveedores: China, México, Brasil”, explicó, al señalar que estos acuerdos pueden abrir oportunidades para la industria argentina. Con Europa, en tanto, observó una complementariedad basada en la importación de tecnología y maquinaria y la exportación de productos con mayor valor agregado.
El rol de China también fue parte del análisis. Rappallini advirtió que el país asiático concentra cerca del 50% de la producción industrial mundial, lo que genera fuertes desequilibrios. Los subsidios a las exportaciones y la competencia desleal, señaló, provocaron la desaparición de cadenas de valor en distintos países. En ese contexto, el debate global gira en torno a cómo evitar un escenario de desindustrialización generalizada. Para Argentina, planteó, la clave pasa por definir alianzas estratégicas que le permitan desarrollarse sin quedar atrapada en esa dinámica.
En cuanto a los sectores con mayor potencial exportador, Rappallini mencionó a energía y minería, impulsados por la demanda global de minerales críticos como el cobre, el litio y las tierras raras, además de los hidrocarburos. Pero también subrayó oportunidades en sectores tradicionales: alimentos, carnes, metalmecánica, forestoindustria, madera, muebles, papel y vinos. Con las transformaciones adecuadas, sostuvo, Argentina podría triplicar sus exportaciones en varios de estos rubros.
Más allá de los sectores, el dirigente industrial destacó factores transversales para mejorar la eficiencia. La incorporación de tecnología, la digitalización, la automatización de procesos y el uso de herramientas de inteligencia artificial permiten acelerar procesos, reducir consumo energético y mejorar la calidad. A esto se suma la necesidad de organizaciones más flexibles, orientadas al cliente y comprometidas con la competitividad.
Finalmente, Rappallini sintetizó el principal desafío hacia adelante: bajar costos y ser competitivos. Cuando la brecha de precios es amplia, el importador elige proveedores de países como China. Pero cuando los precios se acercan, comprar a un proveedor nacional resulta más rápido, flexible y eficiente desde lo logístico. “El desafío es abastecer al mercado argentino con mejores precios y calidad, y al mismo tiempo ganar competitividad para exportar”, concluyó. Para la industria, ese camino aparece como la condición necesaria para crecer de manera sostenida.