En el norte de la provincia de San Luis, donde la variabilidad climática condiciona cada decisión productiva, un equipo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria evaluó el comportamiento del buffel grass (Cenchrus ciliaris L.) como alternativa para recuperar áreas degradadas, aportar forraje y mejorar el manejo ganadero. El trabajo, realizado durante 2025 por técnicos del INTA Quines, resulta relevante porque ofrece recomendaciones concretas y medibles para sistemas del semiárido, sin promover el reemplazo de pastizales naturales en buen estado.
Según informó Infobae, el estudio se enfocó en responder una pregunta central para los productores de la región: si el buffel grass puede integrarse de manera responsable al sistema productivo, reforzando la oferta forrajera y la resiliencia sin desplazar recursos que aún funcionan. La respuesta fue afirmativa, pero con condiciones de implantación y manejo que definen el éxito.
El buffel grass es una gramínea perenne de origen africano, reconocida por su tolerancia a la sequía, su capacidad de rebrote y su aporte de biomasa en ambientes áridos y semiáridos. En los ensayos del INTA Quines, el foco estuvo puesto tanto en la implantación como en el uso posterior, dos etapas que, de no alinearse, pueden comprometer la persistencia de la pastura.
“El buffel grass puede convertirse en una herramienta clave para los productores de la región, siempre y cuando se implante y maneje de manera responsable”, señaló Héctor Andrada, investigador de la Agencia de Extensión Rural del INTA Quines, en declaraciones difundidas por Infobae.
Uno de los principales aprendizajes del trabajo fue la necesidad de permitir el arraigue previo al pastoreo. Aunque la presión por aprovechar forraje es frecuente en el campo, los técnicos remarcaron que ingresar animales antes de que la pastura se afirme compromete la recuperación futura. Por eso, el primer cuidado es el tiempo: dejar crecer y consolidar las plantas antes de cualquier uso.
En materia de implantación, los ensayos definieron densidades de siembra recomendadas de 7 a 8 kilos de semilla por hectárea y subrayaron que el factor decisivo es la lluvia. No se trata solo de una fecha en el calendario, sino de disponibilidad efectiva de agua al momento de la emergencia. La práctica sugerida es sembrar al inicio de la temporada de lluvias, con desmonte selectivo, rolo y cajón sembrador, cuidando un detalle crítico: que la semilla quede apenas cubierta por una capa fina de suelo para evitar fallas de emergencia.
Para evaluar la implantación, el equipo propuso un criterio simple y verificable: el conteo de plantas por metro cuadrado. Con ese dato, el productor puede definir si conviene aprovechar como forraje o dejar semillar para fortalecer la pastura y planificar su uso posterior. Esta metodología permitió comparar el rendimiento bajo manejo con la producción acumulada del ciclo, evidenciando diferencias en la eficiencia del aprovechamiento.
Los resultados indicaron que una implantación exitosa se alcanza con entre 8 y 10 plantas por metro cuadrado, verificadas al año siguiente de la siembra. En esas condiciones, y con descansos adecuados, carga moderada y pastoreo rotativo, el buffel grass puede producir hasta 3.000 kilos de materia seca por hectárea, un volumen significativo para sistemas del semiárido.
El estudio fue enfático en un punto: el buffel grass no debe ocupar cualquier ambiente. La recomendación técnica es implantarlo solo en áreas degradadas, sin reemplazar pastizales naturales en buen estado. La lógica es recuperar lo perdido y complementar el sistema, no sustituir recursos valiosos que sostienen biodiversidad y estabilidad ecológica.
En línea con ese enfoque, el manejo de la carga animal aparece como una variable central. En estos ambientes, el problema no suele ser la ausencia de pasto, sino cómo y cuánto se utiliza. Por eso, el trabajo aplicó un modelo de parcelamiento que ajusta la carga a la disponibilidad forrajera real. “Este sistema permite optimizar el uso del recurso, evitando el sobrepastoreo y asegurando el equilibrio entre oferta y demanda”, explicó Andrada a Infobae.
La integración del buffel grass con el pastizal natural mostró ventajas adicionales: ayuda a ordenar el manejo, reduce la presión sobre sectores sensibles y mejora la resiliencia productiva frente a sequías o lluvias erráticas. En un contexto donde “cada lluvia cuenta”, la posibilidad de contar con una pastura persistente y manejable aporta previsibilidad a la ganadería regional.
En síntesis, los ensayos del INTA en el semiárido puntano aportan datos y pautas operativas para quienes evalúan incorporar buffel grass. La conclusión no es una receta universal, sino una recomendación condicionada: implantación en sitios degradados, respeto por los tiempos de arraigue, manejo de la carga y decisiones basadas en mediciones simples. Bajo esas premisas, el buffel grass se perfila como una herramienta útil para recomponer ambientes castigados y sostener la producción ganadera en el norte de San Luis.