Montevideo. El Banco Central del Uruguay (BCU) prepara un conjunto de medidas inéditas para reducir la dependencia del dólar y promover un mayor uso del peso uruguayo como moneda de ahorro, crédito y referencia de precios. El plan, que será presentado en los próximos días, es impulsado por la nueva conducción del organismo monetario, encabezada por Guillermo Tolosa, y cuenta con el respaldo del gobierno del presidente Yamandú Orsi. La iniciativa es relevante porque apunta a modificar una de las características estructurales de la economía uruguaya: la fuerte dolarización financiera que persiste desde hace décadas, pese a los avances en estabilidad macroeconómica e inflación.
La estrategia oficial busca atacar el problema desde varios frentes. Por un lado, el BCU evalúa endurecer los requisitos de capital para determinados préstamos en dólares, especialmente aquellos otorgados a agentes cuyos ingresos están en pesos, con el objetivo de desalentar el endeudamiento en moneda extranjera. En paralelo, se analiza eliminar encajes para ciertos depósitos en pesos, una medida destinada a abaratar el crédito en moneda local y mejorar su atractivo frente al financiamiento en dólares. El paquete se completa con una posible obligación para que los precios fijados en dólares se exhiban también en pesos, un gesto simbólico pero significativo para modificar conductas en una economía donde el dólar sigue funcionando como unidad de cuenta.
La información fue anticipada por Bloomberg, que destacó que el programa forma parte de un plan más amplio del BCU para desarrollar el mercado de capitales local y consolidar una estructura financiera menos vulnerable a los shocks externos. Desde la autoridad monetaria sostienen que la dolarización no solo amplifica los riesgos ante movimientos bruscos del tipo de cambio, sino que también perjudica el poder adquisitivo de los ahorristas y limita la efectividad de la política monetaria.
El desafío que enfrenta Uruguay no es menor. Según datos oficiales, más de dos tercios de los depósitos bancarios están denominados en dólares, una proporción elevada incluso para los estándares regionales. La preferencia por la moneda estadounidense se consolidó durante las décadas de alta inflación y volatilidad cambiaria del siglo XX, cuando el peso perdió credibilidad como reserva de valor. Aunque el país logró en los últimos años una inflación relativamente baja y estable en comparación con sus vecinos, la inercia cultural y financiera sigue siendo fuerte.
En la práctica cotidiana, la dolarización atraviesa múltiples niveles de la economía. Los cajeros automáticos operan en ambas monedas, los créditos hipotecarios y buena parte de los préstamos de largo plazo se pactan en dólares, y las operaciones de alto valor, como la compra de autos e inmuebles, continúan cotizándose mayoritariamente en moneda estadounidense. Para el BCU, este comportamiento no es neutral: expone a hogares y empresas a riesgos cambiarios que, en contextos adversos, pueden amplificar las crisis.
Tolosa fue explícito al defender el cambio de rumbo. En encuentros recientes con empresarios, sostuvo que invertir en dólares en el contexto actual implica asumir riesgos innecesarios y llegó a definir esa conducta como una “timba”, en alusión a la volatilidad potencial del tipo de cambio y a la pérdida de oportunidades que, a su juicio, ofrece el mercado en pesos. La frase generó debate en el ámbito financiero, donde muchos actores reconocen los costos de la dolarización pero advierten que la confianza no se construye solo con regulaciones.

El giro desdolarizador de Uruguay contrasta de manera nítida con la estrategia que impulsa el gobierno de Javier Milei en la Argentina. Mientras Montevideo busca fortalecer su moneda nacional y reducir el rol del dólar, Buenos Aires avanza en reformas que habilitan el uso de monedas extranjeras en transacciones cotidianas, incluidos los salarios, y que durante la campaña electoral llegaron a plantear la eventual eliminación del peso argentino. La comparación no pasa inadvertida en la región y refuerza la idea de que ambos países, pese a su cercanía geográfica, recorren caminos opuestos en materia monetaria.
Para el equipo económico uruguayo, esa divergencia responde a realidades macroeconómicas distintas. Uruguay apuesta a capitalizar su estabilidad relativa para reconstruir la confianza en el peso, mientras que la Argentina enfrenta un proceso de normalización más complejo tras años de alta inflación y controles cambiarios. En ese marco, el BCU considera que la desdolarización es una condición necesaria para profundizar el desarrollo financiero y reducir la exposición a crisis externas.
La ofensiva uruguaya se inscribe, además, en un debate global sobre el rol del dólar en el sistema financiero internacional. De acuerdo con datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), la participación de la moneda estadounidense en las reservas de los bancos centrales cayó del 71% a comienzos de siglo al 59% el año pasado, un descenso que refleja una mayor diversificación hacia otras divisas. Si bien el dólar sigue siendo la principal moneda de reserva del mundo, la tendencia abre espacio para discusiones sobre alternativas y estrategias nacionales.
En Uruguay, ese movimiento global tiene un correlato local. Según cifras recientes, la proporción de activos en dólares descendió del 90% al 84% en pocos meses, una señal incipiente de cambio que el BCU busca profundizar con su nuevo paquete de medidas. Los analistas, sin embargo, advierten que el proceso será gradual y que no existen atajos para modificar preferencias tan arraigadas.
Especialistas consultados coinciden en que la clave para sostener la desdolarización será consolidar una inflación baja y estable durante varios años, junto con reglas de juego previsibles y un mercado financiero más profundo. Sin esos pilares, cualquier intento de forzar el uso del peso podría resultar contraproducente y alimentar la desconfianza. En ese sentido, el BCU apuesta a combinar incentivos regulatorios con una estrategia de comunicación que explique los beneficios de operar en moneda local.
El propio Tolosa reconoce que el proceso llevará tiempo y que no se trata de una “guerra” contra el dólar, sino de reducir una dependencia excesiva que limita el desarrollo económico. La meta, explican en el organismo, no es eliminar la moneda estadounidense del sistema, sino equilibrar su rol y fortalecer al peso como instrumento de ahorro y crédito.
A corto plazo, el anuncio de las medidas será seguido de cerca por bancos, empresas y ahorristas, que deberán adaptarse a un nuevo marco regulatorio. A mediano y largo plazo, el verdadero test será si Uruguay logra cambiar hábitos financieros históricos sin afectar la confianza que supo construir como uno de los países más estables de la región, un atributo que, según El Economista, ha sido clave para sostener su reputación macroeconómica en América Latina. El desafío está planteado y, esta vez, el peso uruguayo busca recuperar protagonismo.