a nueva ola compradora de China y los problemas climáticos de Estados Unidos, de Brasil y de Argentina son el combustible que alimenta la locomotora que empuja de nuevo los precios de las commodities hacia arriba.
La soja, después de cuatro años, se ha posicionado por arriba de los 400 dólares y el maíz roza los 170; un nuevo tren alcista cuya trayectoria es tentadora para un país famélico de dólares.
Sin embargo, el Covid-19 llegó para trastrocar también la salud del mundo de los negocios. Por ejemplo, el mercado de las commodities, no exento de una gran volatilidad que puede provocar que estos valores, así como se dispararon en los últimos tres meses, se derrumben, como ocurrió en el inicio de la pandemia.
Además, la tentación de treparse al tren de los precios –aunque sea colgándose de una ventana, con el fin de cazar divisas– puede hacernos perder el foco. Sería olvidarse de que la exportación de granos sin procesar o con alguna leve transformación significa dejar de lado el postulado de agregar valor en origen y generar más desarrollo y empleo en los pueblos del interior.
En la Jornada Nacional del Agro (Jonagro), de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), el economista Roberto Bisang consideró que es hora de reorientar el GPS de la economía argentina, apoyándose en la mirada renovadora de los nietos agroindustriales respecto del legado de los abuelos inmigrantes que forjaron la grandeza del campo nacional.
El nuevo destino que propuso Bisang es recalcular el modelo histórico de la industria manufacturera, incapaz de crear más empleo y un saldo exportable que genere más divisas de las que actualmente produce. Su idea es enfocarlo en la industria a cielo abierto, que tiene la capacidad biológica de transformar los cultivos y los desechos del agro en energía o en bienes y materiales.
En concreto, consideró que la estación en la que Argentina puede trazar una nueva vía de desarrollo son las bioenergías y las “biofábricas”, en un contexto global que demanda cada vez más productos que se fabriquen sobre la base de fuentes renovables y con el menor impacto posible en el ambiente.
Bisang fue el coordinador del Censo Nacional Agropecuario 2018. Y utilizó algunas estadísticas que dejó ese relevamiento para dimensionar lo que calificó como una “muy potente masa productiva desplegada por todo el país”.
Más de 250 mil explotaciones agropecuarias, 31 mil contratistas, 2.500 centros proveedores de servicios y 550 plantas de alimentos balanceados son algunos de los números que puso sobre la mesa para referenciar el potencial del agro argentino para seguir siendo la locomotora que empuja a la economía argentina.
“En las ciudades hablan de tecnología y piensan en un smartphone. Pero tenemos más de mil empresas, entre semilleras, cabañas de reproductores bovinos y fabricantes de ‘fierros’. A futuro, la bioeconomía se posiciona como el motor esencial para tener una estructura industrial equilibrada y con agregado de valor en origen”, resumió Bisang.
Julio Menéndez, consultor nacional en biogás de la FAO y miembro del programa nacional Probiomasa, dio un ejemplo concreto al respecto: si en 10 años se instalaran 657 plantas de biogás que generaran cada una dos megavatios de potencia de energía eléctrica, para 2030 podrían disminuirse las emisiones de carbono en 9.200 millones de kilos, generarse 6.600 empleos directos y 17 mil indirectos, y sustituirse importaciones por 613 millones de dólares.
El presidente de la Cámara Argentina de Energías Renovables (Cader), Santiago Sajaroff, lo ratificó con lo sucedido en los últimos años: ya hay 145 proyectos adjudicados dentro de las diferentes rondas del Programa Renovar que están funcionando y que generaron 10 mil empleos.
Agro Voz
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