l ñandú –Rhea americana- es un ave autóctona que, aunque amenazada, sigue siendo parte de la fauna característica de nuestro país. Estos animales de gran tamaño revistieron, hace algunos años, una creciente importancia económica debido a su cuero y plumaje y a la calidad nutricional de su carne y huevos. Sin embargo en la actualidad, una vez perdido el esplendor de aquellos años, su estudio está más relacionado a conocer las particularidades de la especie.
Como otras aves del grupo ratites, son no voladoras y presentan características muy peculiares respecto a su reproducción, que es el ámbito en el que se centra el estudio de Mónica Martella, investigadora principal del CONICET y vicedirectora del Instituto de Diversidad y Ecología Animal (IDEA, CONICET-UNC). “Evolutivamente son muy antiguos, por lo que en términos de reproducción son más parecidos a los reptiles actuales o a los dinosaurios que a las aves. Por eso son tan llamativos”, explica la científica.
Los ñandúes son muy difíciles de catalogar ya que mantienen al mismo tiempo comportamientos similares a especies poligínicas –donde un macho se aparea exclusivamente con dos o más hembras- y poliándricas –donde una hembra se aparea exclusivamente con dos o más machos-. Los machos pelean para aparearse con una hembra, que es un comportamiento típico del primer grupo. Pero luego de depositar los huevos las hembras se van en busca de otros reproductores -como en especies del segundo tipo- dejando huevos en otros nidos. Es decir, que el macho es el encargado de incubar los huevos y de cuidar a los pichones durante los primeros días, lo cual es muy raro entre las aves.
“Cada macho fecunda muchas hembras y viceversa. No forman una unión estable de pareja y tienen un sistema de apareamiento promiscuo, con cuidado de la cría por parte de los machos”, comenta Martella. Los nidos son comunales, reuniendo hasta cincuenta huevos en cada uno -aunque el promedio es entre treinta y cuarenta- provenientes de entre cinco y siete hembras. Estos se incuban durante cuarenta días aproximadamente y eclosionan todos al mismo tiempo debido a que la postura ocurre en un breve período de tiempo -con una diferencia máxima de tres días- y porque los pichones emiten una especie de silbido que promueve la eclosión del resto.
Las hembras ponen un huevo cada dos días, entre veinte y veinticinco por temporada reproductiva –entre septiembre y febrero-, dependiendo de su estado físico y nutricional. Mientras mejor alimentada esté tendrá mejor calidad de huevos y las crías serán más aptas para sobrevivir. “En el trabajo de campo se pudo apreciar que algunos machos son buenos fecundando, otros incubando y otros criando, incluso a pichones que no son propios. Pero en general todos realizan todas las tareas, lo cual implica un gran gasto energético”, cuenta la investigadora.
La gran pregunta es ¿por qué ocurre esto?, ¿cuáles son los mecanismos que ocasionan estos comportamientos tan particulares? Para responder a estas preguntas el grupo dirigido por Martella estudió las hormonas sexuales de los ñandúes. Las pruebas se realizaron mediante la extracción de sangre de animales del Centro de Zoología aplicada, donde por corral se intenta mantener la proporción natural de entre cinco y siete hembras por macho, además de poder controlar otras variables como el estrés y vigilar mediante cámaras filmadoras qué ocurre, sin interferir en el medio. “Realizar este estudio en vida silvestre hubiese sido prácticamente imposible ya que no es fácil manejar estas aves. Corren rápido, son grandes y en época reproductiva muy agresivas. Además el estrés les produce la muerte inmediata, por lo que hay que ser muy cuidadosos”, asegura la científica.
Los resultados de esta investigación fueron publicados en la revista de acceso abierto PLoS One, bajo el título “Seasonal Changes in Plasma Levels of Sex Hormones in the Greater Rhea (Rhea americana), a South American Ratite with a Complex Mating System”. Aquí se presenta, por un lado, que el estradiol –la hormona femenina- se mantiene alta durante todo el período reproductivo, a diferencia de la mayor parte de las especies monógamas que tienen picos altos que decaen al momento de la incubación. Esto permite que las hembras, que no cuidan a sus huevos ni a sus crías, puedan continuar poniendo huevos en otros nidos.
Por otro lado, los machos producen altos niveles de testosterona en el momento de pelear para conseguir aparearse. En la mayoría de las aves esta hormona luego baja, pero en los ñandúes permanece alta durante todo el periodo reproductivo. Esto posibilita que si, por algún motivo, los huevos no eclosionan y no nacen nuevas crías, pueden volver a buscar hembras. Además la hormona masculina los mantiene en estado de alerta y con una alta agresividad, lo que resulta sumamente provechoso a la hora de proteger el nido.
Luego en el periodo no reproductivo -entre febrero y julio-, los niveles de hormonas bajan tanto en machos como en hembras. Sin embargo, según resultados preliminares, aumentan otras hormonas relacionadas con el estrés como la corticosterona debido a la falta de alimento y las bajas temperaturas en los agro-ecosistemas de la región centro de Argentina.
Conicet