emple Bar nació en 1999 como una cervecería irlandesa y se convirtió en referente de las cadenas cerveceras. Juan Chereminiano, Facundo Imas, Bruno Ananía y Juan Nielsen manejan un negocio que cuenta con más de veinte locales, factura $130 millones anuales y emplea a 300 personas. De un pub en ruinas en microcentro a la concepción del bar como una marca. La expansión a través de franquicias y las claves de su éxito.
Desde sus inicios, los emprendedores se dieron cuenta de que eran propietarios de una empresa de entretenimiento y se enfocaron en los requerimientos de grandes grupos de amigos, que fueron sus primeros clientes. Con encuestas de satisfacción y las sugerencias de los consumidores, fueron perfeccionando su propuesta hasta convertirse en un lugar de culto para la cerveza artesanal y en el espacio preferido para los after office de la city.
Cuando las calles de Buenos Aires comenzaron a llenarse de cervecerías artesanales la empresa enfrentó su primera crisis. “Empezamos a notar que la gente estaba cambiando la forma de consumir. Ya no reservaban para un cumpleaños. Las personas salían de su trabajo, pasaban por un bar y se quedaban en la vereda tomando una birra sentados en la calle”, relata Ananía.
En 2016, la competencia comenzó a ser más fuerte, pero Temple Bar no tardó en readaptar su modelo de negocio con una nueva propuesta: los Temple Craft. Se trata de espacios más pequeños, con menos personal y costos fijos reducidos. “Probamos el modelo y explotó. Pasó a ser el uno de la cadena de bares. Si teníamos que tener un Temple en cada ciudad, en cada barrio, los bares de 600 metros no eran viables. Necesitábamos un modelo más chico. Lo armamos, lo diseñamos, lo pensamos y, cuando se dio la oportunidad, nos fue muy bien”, detallan los socios.
Si bien los tres bares grandes y tradicionales de Temple Bar permanecen en la ciudad de Buenos Aires, la empresa comenzó a crecer con el modelo Craft sumando 20 sucursales en todo el país. Con esta propuesta y un modelo de franquicias, la marca “plantó bandera” en Pilar, La Plata, Córdoba, Salta y Rosario.
Con la cerveza artesanal en boga, una marca constituida y cada vez más locales esparcidos por toda la Argentina, los socios decidieron ir por todo y en 2016 pusieron en funcionamiento su propia fábrica de cerveza. Para 2017, fabricaban 70.000 litros de cerveza al mes y abrían ocho sucursales al año.
Sumado a esto, incorporaron un factor que venían implementando hace años: la sustentabilidad del negocio. “En 2014, comenzamos a incorporar la sustentabilidad. Ya no era un bar por año, eran cuatro. Y no teníamos ganas de vernos en diez años mirando para atrás”, cuentan sus socios. Una ONG analizó el reciclado en los bares y la empresa pasó a clasificar un 90% bien sus residuos. También eliminaron los sorbetes y empezaron a utilizar la malta sobrante en la elaboración de la masa para pizzas y panes de la marca.