e dice que una ruta escénica es aquel camino o porción de camino que se diferencia por su belleza paisajística, arquitectónica, valor cultural y natural. En este caso, la ruta 41 en la Patagonia de Argentina que atraviesa paisajes disimiles en su traza de ripio exacerba la belleza paisajística y natural de esta porción de la Patagonia indómita, trasladando al viajero por diferentes escenarios y ecosistemas.
Cuando las cenizas del volcán Hudson sobrevolaron la cordillera de Los Andes en diciembre de 1991, y hundieron en un manto de cenizas a Los Antiguos, una pequeña localidad santacruceña al pie de la cordillera y a solo tres kilómetros de la frontera chilena, muchos abandonaron el pago. Con el devenir de los años, algunos de los que se quedaron, sumados a quienes volvieron, recogieron el fruto del sacrificio. Y el fruto, aquí, es literal. Más allá de las teorías encontradas acerca de si la ceniza funcionó o no como abono para la tierra, lo cierto es que Los Antiguos tuvo un reverdecer frutal; los cerezos explotaron y los productores locales tomaron nota. Hoy, se cosechan miles de toneladas de cereza, y la localidad es, por derecho adquirido, la capital nacional de la cereza. Pero también crecen otros frutos variopintos como el corinto.
«Los Antiguos viene del vocablo tehuelche “ek´ewkenk”, que significa «mis antiguos o mis antepasados – dice Mauro Croce, secretario de Turismo local-. Se cree que los antiguos pobladores Tehuelches venían a morir acá. Y debido al microclima que tenemos en el área del lago Buenos Aires, terminaban viviendo por más años». Otra de las versiones, más simple y terrenal, dice que la localidad debe su nombre al río que lo atraviesa, el río Los Antiguos.
Sea como fuere, el nombre le aporta cierta mística al imbatible entorno natural, realzado por el gran lago Buenos Aires, la cordillera de Los Andes y el inicio de una de las rutas escénicas menos renombradas, pero de las más atractivas y diversas de todo el país.
Desde allí, los paseos regulares que salen de Los Antiguos, vuelven, pero el trayecto puede seguir hasta la localidad de Lago Posadas.
«Esta transición nos provee un cambio de ambiente continuo. Nos lleva desde escenarios muy fértiles a muy áridos, donde la vegetación no resiste la altitud. Son paisajes plomizos, grisáceos, terrosos», detalla el secretario de turismo local.
Por estos caminos suelen deambular guanacos en manada, pastan las ovejas y los aguiluchos se posan en los alambrados. Corretean, escurridizos, los zorros, aunque resulta difícil ver alguno. Sobrevuelan cóndores y loicas, golondrinas patagónicas, águilas mora y aguilucho, carpinteros. En las lagunas habitan los cauquenes y las bandurrias, los patos maiceros, el pato torrente y el macá plateado. La biodiversidad patagónica se pavonea en esta senda con varios puntos para detenerse en el camino.
La senda comienza en el Mirador del Río Jenimeni, que ofrenda una gran vista panorámica del Los Antiguos, con el marco de la cordillerano de los cerros Pirámides y Castillo, de la localidad chilena de Chile Chico y del lago Buenos Aires – el único lago argentino que desagua en el Océano Pacifico, y que del otro lado de la cordillera cambia su nombre a Lago General Carreras-.
Se transitan los primeros kilómetros a la vera del cañadón del río hasta llegar a La Colorada, un sector de pesca que atesora en su bajada al valle del río Jeinimeni rocas estratificadas de tonos naranja y rojizos. Poco después, a la altura del kilómetro 20, está la Barda de Las Toscas Bayas, un paredón rocoso, color castaño claro, formado por el depósito de arenas de un antiguo cauce que surcó este paraje hace unos quince millones de años. En este punto hay una roca conocida como El Ángel, a la que se le atribuyen mitos y leyendas, donde muchos se detienen a pedir, venerar y ofrendar. Hacia el kilómetro 30, aparece una gran formación conocida como La Ciudad de Piedra, un conjunto de bloques macizos sedimentarios, separados por la erosión, entre los que se puede transitar.
Tocando el kilómetro 50, hay que atravesar el puente sobre el río Zeballos, ya sobre los 700 metros de altura. Acá se ven lengas en lo alto, y bosques de ñires que descienden por los ríos. Este lugar es el hábitat del carpintero más grande del mundo, el Carpintero Gigante, que con algo de suerte el viajero podrá avistar.
Poco después, aparece el mirador del Monte Zeballos, punto desde donde se puede apreciar en 360 grados buena parte de este recorrido. Hacia el sur, el Cerro Colorado y detrás el Monte Zeballos, que con sus 2750 metros de altura es uno de los centinelas de la región; hacia el oeste el frente cordillerano y, al pie, acumulaciones de antiguos glaciares que hoy son bosques. Oteando al norte se aprecia el área de confluencia del valle de los ríos Jeinimeni y Zeballos. Y hacia el este, la meseta del lago Buenos Aires .
Poco después, a la vera del arroyo Lincoln, ya sobre los 850 metros de altura, se abre un bosque ideal para hacer un alto en el camino. Hay un par de fogones agrestes, y se puede aprovechar para almorzar, cebar unos mates, hacer una siesta o hasta acampar libremente quienes dispongan de tiempo libre y si el tiempo acompaña. También, resulta un buen punto para estirar los pies y hacer una pequeña caminata a la orilla del arroyo, observar como sobrevuelan loritos barranqueros y loikas, y apreciar las lengas y ñires que crecen en este rincón boscoso.
Más adelante, aparecen lagunas de deshielo donde habitan aves acuáticas como el Cisne Coscoroba, el Cisne de Cuello Negro, el Pato Zambullidor Grande y Chico, el Flamenco Austral entre muchas especies de patos y gallaretas.
Ya en el kilómetro 60 de la travesía, se alza el Cerro Boleadora, uno de los highlights de camino, uno punto imperdibles, un rincón árido y arenoso en el que hay que detenerse y animarse a trepar. No resulta nada facil, acá falta el aire y el viento es descomunal. Tanto, que talló asombrosamente una piedra gigantesca, una geoforma que parece una pieza de cerámica moldeada por un alfarero.
En la cima, desde su punto más alto se avista una vez más el Monte Zeballos, que acompaña en buena parte del trayecto. También se aprecian unas estructuras geológicas conocidas como “Dique Volcánico”, una serie de crestas que se prolongan como largas paredes a lo largo de un kilómetro y poco más, originados por lava endurecida en las rocas.
Tocando el kilómetro 77, el hielo en el camino indica que se está en el punto más alto: el Portezuelo, el desolado paso desde donde se avista el monte San Lorenzo, que con su cumbre a 3706 metros de altura, se alza como el otro gran centinela, y que indica que es hora de pegar la vuelta. Aquellos que vayan por cuenta propia, y así lo deseen, podrán continuar hasta la localidad de Lago Posadas, atravesando nuevos valles, bosques, y lagunas.
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