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La cebada (Hordeum vulgare L. ssp.) es uno de los cereales más sembrados del mundo, siendo una especie invernal muy plástica, que por sus usos se clasifica en cebada pastoril y cebada granífera, siendo de gran importancia para la alimentación humana y animal.
En el caso de la cebada pastoril (tradicionalmente mal llamada forrajera), se caracterizan por tener una alta producción de pasto verde. Son utilizadas como verdeo de invierno en pastoreo directo con animales, mostrando un excelente rebrote, buen anclaje y resistencia al pisoteo, diferenciándose de la avena por ser más rápido en la producción inicial.
Por eso se siembra a fines del verano, para obtener una producción temprana de forraje que permita cubrir los requerimientos nutricionales de otoño-invierno. Hay variedades específicas para este uso, siendo en su mayoría de espiga de seis hileras.
La cebada pastoril no es recomendada para la producción de granos por su menor potencial de rendimiento y calidad, sumado a la mayor susceptibilidad a vuelco en estado reproductivo del cultivo y mayores dificultades de trilla.
Para conocer mayores detalles de la producción de cebada pastoril, como una buena alternativa cada vez más utilizada por los productores de diferentes regiones, el ingeniero agrónomo Fernando Giménez, del Grupo de Mejoramiento y Calidad Vegetal del INTA Bordenave, Buenos Aires, habló sobre el cultivo.
“La cebada pastoril es un verdeo anual de invierno que se caracterizan por producir pasto más temprano”, destacó Giménez. “Además, los verdeos de cebada se complementan muy bien con raigrás y avenas, ya que generan muy buen pasto al principio y completan su producción en el invierno”, apuntó.
En ese sentido, como limitante, el especialista indicó que “la cebada pastoril cuando encaña pierde palatabilidad en los animales, pero es cuando se destacan las avenas y raigrases”.
Por lo tanto, informó que “dependiendo de la región, se recomienda un 30% de la superficie de verdeos de invierno con cebada pastoril para aumentar la producción de pasto y estabilizar la oferta forrajera”.
Cuando se implanta a fines del verano, con una ventana de siembra que se extiende hasta abril, subrayó que “en 40 días la cebada pastoril produce muy buen pasto como para iniciar el primer pastoreo”.
Una buena implantación -dijo Giménez- requiere densidades de siembra de 220 y 250 plantas por metro cuadrado, según región y cultivar; y una buena fertilización fosforada y nitrogenada, especialmente durante el macollaje para incrementar la producción de grano y biomasa.
“Se pueden obtener hasta 6.000 kilogramos de materia seca por hectárea, lo que permite hacer al menos tres pastoreos durante el ciclo vegetativo del verdeo”, afirmó.
Para optimizar su uso, recomendó el pastoreo controlado en franjas con descansos, en función del forraje acumulado, sobre cultivares adaptados al pastoreo intensivo, tolerantes al pisoteo y al arrancado de plantas, con un excelente rebrote.
“El momento óptimo del primer ingreso al verdeo es cuando alcanza entre 20 y 25 centímetros de altura y se cubre el entresurco, y se puede hacer a los 35 a 40 días post-emergencia”, indicó el técnico del INTA.
Para promover el macollaje y estimular rebrotes futuros, dijo Giménez que no hay que retrasar el primer pastoreo. “Deberá realizarse preferentemente sobre el mediodía para evitar el consumo excesivo de agua en relación a la ingesta de materia seca, y pisoteos intensos con desperdicio de pastura y daños a las plantas”, recomendó el especialista.
“Es importante respetar un remanente mínimo de 10 centímetros de forraje y períodos de ocupación cortos”, agregó.
El ABC Rural
