Los erizos de mar, esos seres invertebrados de diferentes fisonomías que viven en el fondo marino y que son “pinchosos”, poseen innumerables beneficios para la salud humana. Sus propiedades fueron descubiertas en el siglo XVII en Oriente, y desde entonces se han comprobado sus beneficios en la salud humana como por ejemplo para tratar el dolor de cabeza, las inflamaciones y los dolores de pecho.
Con el análisis de esa información ancestral de base, más la recabada por sus propias investigaciones, la Dra. Tamara Rubilar, investigadora en el Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR – CENPAT) en el Centro Nacional Patagónico (CCT CONICET-CENPAT), junto a un equipo, emprendió el camino hacia la conformación de una empresa de base tecnológica que le permitiera montar en Puerto Madryn, una planta piloto de acuicultura de erizos de mar. ¿Para qué? Para desarrollar productos biotecnológicos para la salud y alimentación humana.
La empresa en cuestión se llama EriSea y al momento ya tiene montada su planta piloto en el Parque Industrial Pesquero de Puerto Madryn, y abastecerá a una pyme local encargada de elaborar los productos finales. Sus representantes también lograron, en un trabajo articulado con el Departamento de Bromatología de Chubut y la Comisión Nacional de Alimentos (CONAL), incorporar a los erizos de mar en el código alimentario argentino, y ya han obtenido los números de registros alimentarios en la provincia.
“Estos huevos tienen espinocromas que son polifenoles marinos, moléculas conocidas por sus beneficios para la salud. Basándonos en el conocimiento científico generado, y sabiendo que estos erizos de mar contienen espinocromas, comenzamos a analizar si podíamos manipular las mismas. Es decir, hacer biotecnología aplicada a la acuicultura sustentable, ¿qué es esto? Significa generar ciertas condiciones para que los erizos produzcan 500 veces más espinogramas que en el mar. De manera contraria, tendríamos que plantear una actividad pesquera del tipo extractiva, y no es nuestro caso. Esto genera un rendimiento mucho mayor que va dentro del 10 o el 15% extra, asegura el bienestar del animal, y además que no usamos solventes ni contaminantes en el mar”, señala Tamara Rubilar para explicar parte del trabajo de ERISEA.
La empresa, que diseñó su planta en base a recomendaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como la FAO, y del SENASA, tiene como premisa el bienestar animal. “Lo que estamos desarrollando desde el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) es todo el know how para poder cultivar erizos de mar de una forma saludable, con bienestar animal, para que los animales sean los más productivos posibles. Porque lo que sucede en esta industria es que si el animal no está cómodo, ni saludable, no genera huevos”, advierte la científica.
En cuanto al desarrollo de productos finales que llegarán a la mesa del consumidor/a, Rubilar es muy clara: “Nos dedicamos solo al desarrollo acuícola”. Es que a nivel científico, el CONICET se ocupa únicamente del desarrollo de I+ D. El resultado esperado de ese desarrollo es que EriSea pueda generar sus propios erizos de mar, tener su propio sistema de cultivo para obtener sus huevos. El destino final de esos huevos es generar suplementos dietarios como los conocidos antioxidantes.
“Los suplementos dietarios suplen la ausencia o los bajos niveles en el cuerpo de vitaminas, minerales, entre otros nutrientes, algo bastante usual sobre todo teniendo el tipo de alimentación ultraprocesada que la mayoría de la población consume. En Argentina y el mundo este tipo de suplementos creció muchísimo con la pandemia para mejorar el sistema inmunológico”, señaló Rubilar y agregó: “Esperamos este año tener todo listo para salir a la venta, estamos en las etapas finales con los organismos reguladores para poder tener todos los permisos necesarios”.
“Realmente es muy difícil salir del mundo científico y escalar un proyecto científico en el ámbito productivo-empresarial. En nuestro caso, nos ayudó mucho el acompañamiento y asesoramiento de la Gerencia de Vinculación Tecnológica del CONICET, y el seguimiento con su Oficina radicada en el CENPAT”, comenta Rubilar al ser consultada por cómo atravesó la interfase entre ciencia y mundo empresarial y productivo.
Desde que el proyecto se transformó en una empresa, comenzaron a resolverse varias cuestiones como lo fue el armado del equipo de trabajo. Además del personal científico vinculado al CCT CONICET – CENPAT, se sumaron empleados con formaciones específicas en la industria pesquera como ingenieros, directores de planta, de mantenimiento y de producción, técnicos acuícolas, entre otros/as. “Supimos corrernos de ciertos lugares para que los que saben hagan lo suyo. La articulación y la confianza de los dos mundos fue clave”, finaliza Rubilar.
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