Por Agroempresario.com
En una reciente entrevista publicada en La Nación, Juan Pablo Richelmini y Mariano Tessone compartieron su inspiradora historia sobre cómo, tras una crisis de la mediana edad, decidieron plantar un viñedo en Junín, una zona carente de tradición vitivinícola. Este proyecto, que comenzó como un simple deseo de explorar nuevas oportunidades, se ha transformado en un viaje de autodescubrimiento y creatividad.
Desde que se conocieron a los trece años en un club de golf de Junín, estos amigos han recorrido un camino lleno de desafíos y aprendizajes. Luego de regresar a su ciudad natal tras sus estudios en Buenos Aires, ambos sintieron la necesidad de reinventarse. “Cuando cumplimos 40 años, sentimos como una especie de crisis de edad y empezamos a averiguar dónde podíamos plantar un viñedo”, contó Mariano. Sin experiencia en enología, se definieron como “curiosos consumidores de vino”.
Aprovechando una fracción de tierra heredada del padre de Mariano, decidió lanzarse a la aventura en 2013. Comenzaron con una plantación de 1.100 plantas de variedades como Malbec, Cabernet Franc y Petit Verdot. Sin embargo, los inicios no fueron fáciles. Su primer vino fue calificado como un completo fracaso: “Ese primer vino lo arruinamos por completo”, recuerda Mariano, reflejando el carácter perseverante que los define.
Con el tiempo, y tras la asesoría de expertos, su dedicación dio frutos. Hoy, cuentan con aproximadamente 3.000 plantas y han comenzado a producir un vino correcto, celebrando su primera vendimia con una fiesta. “Ya con la primera cosecha la situación nos empezó a superar”, reveló Juan Pablo, quien, junto a Mariano, decidió asociarse con dos amigos más para llevar adelante el proyecto. “Es un cambio de vida, todo gira alrededor del proyecto”, agregó.
Además de la producción vitivinícola, han creado un espacio en su bodega para que los visitantes puedan disfrutar de la experiencia enoturística. Con la opción de hospedarse en contenedores equipados y participar en degustaciones, han encontrado una forma de conectarse con la comunidad. “La gente viene a la degustación de los sábados oa vivir la experiencia con el contenedor”, explica Juan Pablo. Este enfoque ha permitido que su bodega, denominada “Las Antípodas”, se convierta en un punto de referencia en la región.
A medida que su proyecto crece, ambos amigos se han comprometido a mejorar la calidad de sus vinos. Su Malbec ya ha sido reconocido en un concurso de vinos sub 30, lo que refleja su esfuerzo por crear productos que resuenen con un público joven: “Los vinos van por ahí, para ese gusto, son jóvenes, frescos, poco alcohol, frutales” , describió Mariano.
Así, la historia de Juan Pablo y Mariano es un testimonio de la pasión y el trabajo en equipo, mostrando que los sueños pueden hacerse realidad, incluso en lugares inesperados. Su viaje en el mundo del vino sigue en expansión, y con ello, el espíritu innovador de los argentinos se hace más fuerte.