Aunque parezca lejano, el campo argentino tiene su aporte en Halloween, la tradicional celebración anglosajona de fines de este mes.
Y no se trata de las tradicionales calabazas protagonistas de las postales del 31 de octubre, sino de las escobas que normalmente llamamos “de paja” pero que se fabrican a partir de la cosecha de sorgo escobero o sorgo de escoba, el mal llamado maíz de guinea por ser originario del Golfo de Guinea (África).
La planta del sorgo de escoba se diferencia de otros sorgos por tener una panoja de fibras largas y flexibles que son utilizadas para confeccionar escobas y cepillos desde hace aproximadamente 300 años.
El mayor porcentaje de sorgo cultivado en Argentina corresponde al tipo estándar, una planta muy alta que puede alcanzar unos 3 metros de altura y que según las últimas estimaciones de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires en esta campaña alcanzará una superficie de 1 millón de hectáreas. Este número representa un aumento interanual del 5,3% para alcanzar un rendimiento de 3,3 millones de toneladas.
Sin embargo, la variedad que actúa como insumo para la fabricación de escobas tiene una altura menor con 1,7 metros, y viene de una semilla que se produce en regiones como Formosa (INTA El Colorado).
Se trata de una variedad obtenida por mejoramiento genético conjuntamente con INTA Manfredi en Córdoba y que se la llama Petaco INTA. La misma posee un alto potencial de productividad de escobas y similares; además, por su baja altura facilita la cosecha manual.
El color amarillo-oro se consigue en años de veranos de pocas precipitaciones y óptimas condiciones de cosecha. Es una característica demandada por el mercado nacional e internacional.
La cosecha o volteo de la planta sigue realizándose de forma manual; por eso no son tan extensas las áreas de siembra (entre 20 a 30 hectáreas). La mejor calidad de la hebra de sorgo de escoba se logra cosechando cuando la paja presenta color ‘verde nilo’ o semejante a un grano de arveja. Es el momento en el que se requiere de secaderos especiales como galpones con estantes donde colocar la paja para su secado a la sombra.
En buenas condiciones se llega a cosechar entre 90 mil y 100 mil plantas por hectárea. La producción del sorgo de escoba se destina principalmente a la fabricación de escobas y en mínima proporción a la de cepillos, mientras que el grano es empleado para la alimentación de aves, cerdos, entre otras actividades.
Para la comercialización, existen firmas que operan en diferentes regiones productoras, comprando la paja para el abastecimiento del mercado interno (escoberías) y además seleccionan la mercadería para el mercado de exportación. Según datos del gobierno de la provincia de Formosa se obtienen entre 800 y 1200 kilos por hectárea de fibra trillada y aseguran que a partir de la primera hectárea se pueden obtener entre 7 mil y 8 mil escobas/ha.
La actividad es adoptada principalmente por esquemas familiares de trabajo y pequeños productores, además de requerir gran cantidad de mano de obra y para trabajar se usan herramientas caseras.
El sorgo escobero logró alcanzar una importancia relevante en el noreste bonaerense a partir de la década del ’30; sin embargo, decayó al ser reemplazado por plásticos. Lo cierto es que el cultivo de sorgo constituye un factor estratégico de la agricultura sustentable, ya que conserva los recursos en un marco de sistemas de producción económicamente competitivos y rentables, preservando el ambiente.
El proceso de fabricación de escobas implica lograr una longitud de las escobillas de unos 60 cm. Una vez secado el sorgo en el campo, este se recoge, se ata en bloques y se almacena en cámaras.
Tras la clasificación se enrolla la paja en un mango de madera rotado por una máquina. Con el alambre, el sorgo se tensa y se fija con un clavo. Este proceso se realiza exclusivamente a mano. El paso que sigue es el cosido de las escobas, donde se utiliza hilo reciclable. Luego se le dan los retoques, como la rectificación o el acortado del final de la escoba.
Según Fernanda Bireni, socia CIPAGA, a muchos les significará el recuerdo de la abuela, barriendo la vereda de casa en el barrio tranquilo en el que nacieron.
La escoba tiene su lugar inamovible dentro de la casa; son de esos objetos que indiscutiblemente están y son signo de limpieza, pero también de fantasías alrededor de un cuento de hadas, de magos o de brujas.
Más allá del ‘Había una vez…’ la certeza es que, como tantos otros objetos, la escoba de sorgo escobero es también un signo del campo argentino, del fruto de la tierra, del trabajo del hombre que aún hoy moldea manualmente ese instrumento de labor y de trabajo.
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