Por Agroempresario.com
El abuelo Roberto tenía olfato para los negocios, para la calle, para la gente. Primero fue carnicero, luego comerciante y, un día, decidió que su destino estaba en los muebles. En el barrio de Flores, entonces un centro comercial a cielo abierto, vio una oportunidad y se asoció con un fabricante para abrir su primer local. Tenía una idea clara: nada de empleados. Prefería manejar todo él mismo.
Lo suyo era vender, pero no fabricar. El oficio llegó después, con su hijo. Desde adolescente, el padre de quien hoy lleva las riendas de Fontenla sintió una atracción especial por la madera, la manufactura y lo artesanal. No le interesaba solo vender muebles: quería saber cómo se hacían. “Al principio no le enseñaban nada —cuenta su hijo, Federico Fontenla, en diálogo con La Escalada de Infobae—. Lo ponían a cebar mate. Era otro tiempo, otro código. El oficio se protegía con recelo”.
Pero él insistía. Aprendió, observó y preguntó hasta que logró dominar el arte de la fabricación de muebles. Hizo el servicio militar, volvió y decidió abrir su propio negocio en paralelo al de su padre. Dos generaciones, dos maneras de ver el mundo. Mientras uno confiaba en la compra y venta, el otro apostaba por la producción. El punto de quiebre llegó en una feria, donde el padre vio la oportunidad de contratar a un capataz experimentado. En 1980, nació la fábrica: seis empleados, un taller pequeño y un riesgo enorme.
Hoy, hay trabajadores con más de 40 años en la empresa. Y junto a ellos, sus hijos y sus nietos. La madera y la historia se entrelazan en cada mueble que sale de Fontenla.
Federico no conoció la fábrica desde la distancia. Creció en ella. Desde chicos, él y su hermano pasaban los fines de semana entre tablones, serruchos y barnices. Primero como juego, después como responsabilidad. “Mi papá siempre tuvo claro que había que empezar desde abajo. Si queríamos ser parte de la empresa, teníamos que conocer cada etapa del proceso”, recuerda Federico.
Y así fue. De adolescente, su primera tarea fue limpiar el showroom. “No salía el aserrín de la alfombra -dice, entre risas-. Pasabas la aspiradora y no salía. Terminaba sacándolo con la mano”.
Luego pasó por la tapicería, el lustre y la entrega de muebles. Se sumó al equipo de logística, tocó timbres y escuchó a clientes sin que ellos supieran quién era. “Algunos no nos trataban muy bien. Otros, con mucho respeto. Me dio una perspectiva distinta. Me hizo entender el valor del trabajo en equipo”.
Para Fontenla, el lujo no es solo una cuestión estética. Es identidad. “El lujo es la resistencia al tiempo, que sea funcional, que te represente”, explica. En Fontenla, el trabajo artesanal sigue siendo clave. Cada cliente es un mundo: no es lo mismo diseñar para alguien de Puerto Madero que para un dueño de casa en Nordelta o en Córdoba. Cada persona tiene una idea diferente de lo que significa el lujo.
Exportar los llevó a comprender esto con mayor claridad. Bloomingdale’s y Macy’s, gigantes del retail en Estados Unidos, confiaron en Fontenla en los 90. “No bastaba con mantener la calidad. Había que comprender la cultura, entender qué esperaban del diseño”, recuerda Federico.
El verdadero salto llegó con el Hotel Alvear. “Fue nuestra prueba de fuego. Fabricar para un cinco estrellas en Argentina te pone en otro nivel”. Superaron el desafío y abrieron la puerta a un nuevo mundo. Luego vinieron otros hoteles. Algunos en Argentina, otros en el extranjero. En un punto, el 70% de la producción estaba destinada a Estados Unidos.
En 2010, participaron de la remodelación del Teatro Colón de Buenos Aires, encargándose de retapizar todas las butacas. “No es lo mismo fabricar para el mercado local que para exportar. Un mueble cruza el Ecuador, pasa por cambios extremos de temperatura. La madera es un material vivo. Si no está bien tratada, se deforma, se quiebra”.
Entonces, aprendieron. Ajustaron. Mejoraron. Y entendieron que el verdadero lujo no es solo el producto, sino la respuesta ante el cliente. “Eso también nos lo enseñó mi padre. Siempre hay que dar la cara”, dice Federico.
Así creció Fontenla. De un carnicero con instinto comercial. De un hijo que quiso fabricar lo que su padre vendía. De un capataz convencido de sumarse a un sueño. Hoy, Fontenla es sinónimo de muebles de lujo en Argentina y el mundo. Pero la esencia sigue intacta: cada pieza es única, cada historia también.