Por Agroempresario.com
En un mundo cada vez más acelerado y marcado por la tecnología, donde las redes sociales dictan las rutinas y las interacciones, un grupo de jóvenes de San Antonio de Areco se resiste a la corriente digital y regresa a sus raíces. Lejos de la frenética vida de las aplicaciones y los smartphones, estos "gauchos centennials" eligen trabajos que los conectan con el pasado, pero sin renunciar a las ventajas del presente. En talleres de platería, soguería, telar, y en la compañía de caballos, estos jóvenes artesanos están redibujando su propio futuro en una sociedad donde la tecnología se ha vuelto indispensable pero, a veces, opresiva.
San Antonio de Areco, un pintoresco pueblo de la provincia de Buenos Aires, es conocido por ser un símbolo del campo argentino. Pero hoy, en pleno siglo XXI, se está transformando en el epicentro de una nueva tendencia: la de los jóvenes que apuestan por recuperar oficios que, por siglos, definieron la vida rural. Estos “gauchos centennials” nacen en una época en la que todo parece estar al alcance de un click, pero encuentran su libertad en el trabajo manual, en la conexión profunda con la tierra y el arte tradicional. Gerónimo Draghi, José Sautón, Lucía Naara Molares, y Dimas Méndez, son algunos de los jóvenes que protagonizan este movimiento. Su historia, lejos de la inmediatez de las redes, se caracteriza por la dedicación al trabajo artesanal y por la construcción de una vida donde la conexión real con el oficio y con uno mismo es la verdadera medida del éxito.
Gerónimo Draghi, de 22 años, es uno de los representantes más jóvenes de esta tradición. Criado en el taller de su padre, el reconocido platero Patricio Draghi, Gerónimo desde pequeño estuvo rodeado de las herramientas y el sonido del cincelado. Su historia con la platería comienza a los cinco años, pero fue a los 16 cuando sintió que realmente debía tomar las riendas del oficio familiar. “Cuando hice mi primera pieza, sentí que eso era lo mío. No había nada más que quisiera hacer”, recuerda. A diferencia de la mayoría de los jóvenes de su generación, que se sumergen en las redes sociales, Gerónimo mantiene una relación equilibrada con la tecnología. Si bien utiliza el celular para escuchar música o podcasts, evita las redes sociales, que considera una fuente de distracción. Para él, la verdadera satisfacción viene de trabajar con sus manos y crear algo tangible, algo que no se puede replicar en el mundo digital. En su taller, rodeado de herramientas y de piezas de plata en proceso, Gerónimo encuentra la libertad que le niega la sobrecarga de información digital. “Lo que más me apasiona es la libertad de crear sin presiones de tiempo o expectativas externas. Aquí no tenemos horarios, y eso es lo que más disfruto”, agrega.
José Sautón, otro de los jóvenes de San Antonio de Areco, encontró su lugar en la soguería, un oficio que ha aprendido desde joven, influenciado por su padre, quien trabajaba el cuero en su casa. A los 17 años, José ya estaba completamente inmerso en la fabricación de sogas y en la preparación del cuero, pero fue a partir de ahí cuando descubrió que ese oficio era más que un simple pasatiempo: era su verdadera vocación. Para él, el trabajo con cuero no es solo una habilidad, sino una manera de escapar del ruido del mundo moderno. “Cuando estoy trabajando, me olvido de todo. Puede pasar el día entero sin que me dé cuenta”, explica José. El taller de José está impregnado de historia: cada herramienta, cada trozo de cuero, tiene una historia que contar. A pesar de que utiliza la tecnología, especialmente YouTube, para aprender nuevas técnicas, es consciente de la necesidad de desconectarse para concentrarse en su trabajo. El trabajo artesanal le permite desconectarse de las preocupaciones cotidianas y recuperar el equilibrio que a menudo se pierde en la rutina diaria. Además, José encuentra satisfacción no solo en crear sus piezas, sino también en compartir su conocimiento con otros jóvenes que comienzan en el oficio.
Lucía Naara Molares, de 23 años, también forma parte de esta generación de jóvenes que buscan alejarse del exceso de tecnología para conectarse con su creatividad. Lucía llegó al telar hace tres años, después de un período de crisis personal. En busca de algo que la motivara, comenzó a trabajar con tintes naturales y a tejer en un taller del Museo Ricardo Güiraldes. “Me enamoré de los colores y empecé a experimentar”, recuerda Lucía. La joven divide su tiempo entre sus estudios universitarios en Buenos Aires y su pasión por los textiles. Cada fin de semana, se levanta temprano para trabajar en su telar, un espacio en el que cada pieza se convierte en una extensión de sí misma. Al igual que sus compañeros de oficio, Lucía utiliza las redes sociales como una herramienta para difundir su trabajo, pero siempre mantiene claro que lo más importante es el proceso creativo, no la exposición en línea. “Nunca siento que sea tiempo perdido cuando estoy tejiendo. Siento que cada pieza es un pedacito de mí misma”, dice Lucía. Su sueño es poder combinar su carrera en restauración de bienes culturales con su amor por el telar, y tener más tiempo para dedicarse a lo que verdaderamente le apasiona.
En la vida de Dimas Méndez, de 20 años, los caballos juegan un papel fundamental. Criado en un ambiente rural, Dimas encontró en los caballos no solo un pasatiempo, sino una verdadera forma de vida. “El caballo me desenchufa, me despeja mucho. Es un momento en el que me olvido de todo el resto. Me ayuda a poner las cosas en perspectiva”, explica. Dimas, que acaba de armar su propia tropilla, pasa sus días trabajando en el campo, cuidando a sus animales y entrenando con ellos. Para él, el trabajo con los caballos es un escape de la vida digital y una forma de reconectarse con la tierra. A pesar de que utiliza el celular para algunas cuestiones prácticas, Dimas prefiere pasar su tiempo en el campo, disfrutando de la compañía de sus caballos. “No me quedo con el teléfono cuando tengo tiempo libre. Prefiero estar en el campo, eso no se compara”, dice con una sonrisa, reflejando su profundo amor por la naturaleza y la vida rural.
Lo que une a estos jóvenes es su deseo de encontrar un equilibrio entre la vida digital y el trabajo artesanal. Lejos de la dictadura de las pantallas y el contenido efímero, estos gauchos centennials están creando un nuevo paradigma en el que la tradición se encuentra con la modernidad de una manera saludable. En un mundo cada vez más saturado de estímulos digitales, el regreso a los oficios tradicionales no es solo un rescate del pasado, sino una respuesta a los desafíos emocionales y psicológicos de la sociedad contemporánea. En San Antonio de Areco, estos jóvenes están demostrando que es posible encontrar la libertad en el trabajo manual, en la dedicación y en la pasión por oficios que no se agotan con el paso del tiempo.