Por Agroempresario.com
En el corazón del Alto Valle de Río Negro, General Fernández Oro se consolida como un epicentro fundamental para la producción de lúpulo, uno de los ingredientes clave en la elaboración de cerveza. Este cultivo, conocido por su papel determinante en el sabor y aroma de la bebida, se desarrolla bajo condiciones únicas que aprovechan la riqueza natural de la región. Quilmes, una de las principales cervecerías del país, no solo cultiva su propio lúpulo aquí, sino que también trabaja con productores locales para satisfacer la creciente demanda.
Al llegar a las chacras de lúpulo en Fernández Oro, el paisaje sorprende por sus interminables hileras de plantas trepadoras que se alzan hacia el cielo, sostenidas por postes de madera y hilos de fibra de coco importados de Sri Lanka. Este escenario revela una agricultura meticulosa y dedicada, donde cada planta es guiada para optimizar su crecimiento. Con ciclos marcados por las estaciones, el lúpulo florece y se cosecha bajo estrictos cuidados, asegurando su calidad y características únicas.
El proceso de producción es complejo y comienza con la cosecha, que combina métodos manuales y mecánicos. Las flores del lúpulo se separan, se secan y se procesan hasta convertirlas en pellets, los cuales se almacenan en condiciones controladas para preservar su calidad y extender su vida útil. Estos pellets contienen dos componentes esenciales: resinas, que aportan el amargor característico de la cerveza, y aceites esenciales, responsables de su aroma.
El lúpulo cultivado en la chacra incluye diversas variedades, como Nugget, Cascade y Mapuche, entre otras. Sin embargo, uno de los mayores logros de Quilmes es la creación de la variedad Gaucho, desarrollada tras años de trabajo en la región. Este lúpulo exclusivo se utiliza en cervezas como la Lager del Sur, destacando por sus características distintivas que responden al paladar argentino.
Además, la empresa cuenta con una sala de cruzamiento y un laboratorio de propagación, donde se experimenta con nuevas variedades para mejorar el rendimiento, la resistencia a enfermedades y los perfiles aromáticos. Estas iniciativas buscan no solo satisfacer la demanda local, sino también reducir la dependencia del lúpulo importado, fortaleciendo la producción nacional.
Aunque el lúpulo es solo una de las cuatro piezas clave en la fabricación de cerveza, junto con la malta, el agua y la levadura, su impacto en la bebida es innegable. Desde el amargor de una Quilmes Clásica hasta la intensidad aromática de una Andes IPA, cada variedad de lúpulo aporta una personalidad única que define la experiencia de cada sorbo.
Para la producción de un litro de cerveza Quilmes Clásica, se utilizan aproximadamente siete flores de lúpulo, mientras que para una Andes IPA, se requieren más de 35 flores por litro. Este contraste refleja cómo las características del lúpulo determinan la identidad de cada cerveza.
Además de enfocarse en la producción de lúpulo, Quilmes impulsa programas de desarrollo varietal y prácticas sustentables en colaboración con el INTA y el Instituto Nacional de Semillas (Inase). La compañía también destaca por su capacidad de cultivar plantas bajo condiciones controladas, lo que asegura costos operativos más competitivos y una calidad al nivel de los estándares internacionales.
Con una trayectoria de 145 años en el país, Quilmes continúa fortaleciendo su presencia en la agroindustria, no solo en la producción de lúpulo, sino también en la exportación de cebada y malta. La empresa trabaja con más de 1200 productores y mantiene una red logística que conecta el campo con el consumidor.
El lúpulo cultivado en el sur de Argentina no solo es un ingrediente esencial en la cerveza, sino que también representa el esfuerzo y la innovación de una industria en constante evolución. Desde la chacra en Fernández Oro hasta las cervezas que llegan a millones de consumidores, este cultivo simboliza el espíritu de tradición y modernidad que caracteriza a Quilmes y al sector cervecero nacional.